Tomás Fisher | Analista de la Información | Londres
Dicen que la historia se repite y lo hace como en una cadena cuyos eslabones son exactamente iguales unos a otros, reproduciendo los eventos aunque cambiando sólo de lugar la cadena, y las manos que la emplean.
Todo el mundo occidental parece haberse vuelto loco de repente, una locura que no parece haber afectado al mundo oriental, lo cual debería ser motivo de una reflexión profunda para comprender las causas y la gran incógnita de esta locura. De repente en los EE.UU, Canadá, toda Europa y así en todas las naciones occidentales una parte de la sociedad se comporta como si hubiera sido afectada por un virus, y no precisamente por el correoso SARS CoV-2 sino por uno del tipo Rhabdoviridae, por el virus de la rabia.
De rabia y obviamente de algo más, ya que la rabia por sí sola no explicaría ese desenfreno por destruirlo todo y al que esa masa intelectualmente infectada e infecta, se ha lanzado con la voracidad de un depredador sanguinario, no, no es sólo rabia y tampoco es esa rabia razonada con la que podría justificarse una indignación puntual, no, sino que hablamos de la rabia que genera en el afectado un comportamiento tan desordenado como destructivo. A esta clase de rabia le acompaña la madre de toda ignorancia, pues quien quiera destruir un mundo necesita, perentoriamente, del concurso de una gran masa de ignorantes, de individuos sin seso, fácilmente manipulables, que sean incapaces de pensar por sí mismos y que se alimenten de consignas, una masa que sea depositaria de cualquiera que sea la infamia, la impostura y el engaño sin los cuales el trabajo por controlar a esta masa resultaría infructuoso.
Por suerte para quienes pretenden destruir el mundo, y por desgracia para quienes lo amamos, a los primeros nunca les faltarán sujetos con las características descritas, gentes sin cerebro y que sean fácilmente convertidas en zombis intelectuales, no necesitan pensar y (desde tiempos inmemoriales es sabido que) la masa nunca piensa.
En este sentido ya lo advertía Cicerón cuando al especificar el carácter de la masa dijo «non consilium in vulgo, non ratio, no discrimen, non diligentia».
Comentaba al principio que la historia se repite y no obstante ¿a qué parte de la historia nos podríamos referir como para que la pieza de un puzzle de hace 2000 años pudiera encajar en el rompecabezas del siglo XXI?
Por todo el mundo occidental una nueva masa de iletrados e ignorantes rabiosos se ha lanzado a destruir todo lo que hace de la historia occidental, la historia de la mejor y mayor civilización que ha dado nuestro mundo, incluso con sus luces y sus sombras sigue siendo la mejor civilización conocida en toda la historia de la humanidad.
Nunca antes la humanidad había conocido tales cotas de progreso en todas las áreas y en todos los ámbitos, en las artes, en la filosofía, en ciencia, en medicina, a nivel social, en educación, en conocimiento, en política, en lo humano y en lo divino, en derechos y libertades… y a pesar de todo ello cuanta más libertad logramos, más nos adentramos en una esclavitud que se aproxima lenta, pero inexorable.
Y hay quien está empeñado en transformar esta civilización occidental en un sanatorio mental, conformado sólo por esclavos.
Jesús advertía del peligro de una casa dividida contra sí misma; «Todo reino dividido contra sí mismo queda devastado. No hay casa que permanezca, si internamente está dividida»… «Cuando el espíritu impuro sale del hombre, anda por lugares áridos en busca de reposo, pero al no encontrarlo dice ‘Volveré a mi casa, de donde salí’. Y cuando llega y la encuentra barrida y en orden,va y trae otros siete espíritus peores que él, y todos entran y allí se quedan a vivir. ¡Y el estado final de aquel hombre resulta peor que el primero» Reflexionemos sobre estas palabras porque se están cumpliendo delante de nuestros propios ojos, occidente está sufriendo hoy la aparición ya no de siete espíritus malditos sino de una masa humana analfabeta, concienciada en su ignorancia, y terriblemente peligrosa, de la cual hacen gala hasta la exasperación.
Esa masa enferma de rabia e ignorancia ha sembrado el caos en todos los países que componen el mundo occidental, han escupido a sus símbolos, derribado sus estatuas, pisoteado la historia, difamado la verdad, quemado negocios, asaltado casas, y han asesinado, y todo esto lo han hecho porque, paradójicamente, pretenden crear un mundo mejor, un mundo idílico, y para ello no se les ha ocurrido mejor argumento que el de sembrar por doquier el odio, el caos, la destrucción y la muerte.
Todos, absolutamente todos los movimientos que comparten la misma rabia, también comparten el mismo espíritu de ignorancia, las mismas intenciones, el mismo desprecio y las mismas bajas pasiones que los siete espíritus de los que advertía Jesús en el evangelio de Lucas, el único afán que los mueve es destruir toda la civilización en la que han nacido, en la que viven, y de la que se han aprovechado siempre que han tenido ocasión porque esta es la única civilización, cuyo sistema de derechos y libertades, les ha garantizado los suyos, incluso para haber elegido refocilarse en esa ignorancia concienzuda y dedicarse a la destrucción en el nombre de este nuevo dios llamado «globalismo».
Nuevo dios del cual han salido todos los fraudes intelectuales que hoy como si de dogmas de una nueva religión se trataran, son proclamados por elementos que creen ser poseedores de las verdades del cielo (del suyo, que en tal caso no sería del cielo sino del infierno), y los repite una generación entera de nuevos apóstoles de la impostura. Además, y curiosamente, todos estos movimientos han surgido del mismo punto y tienen como base la misma ideología, olvidando que son descubiertos por las palabras que Séneca ya tenía como evidentes que «Cui prodest scelus, is fecit» aquél a quien aprovecha el crimen es quien lo ha cometido, pero ¿cómo van a reconocer esta verdad si han sido cegados por las más sórdidas mentiras?.
Sí, la historia se repite y lo hace de una manera que resulta inquietante, tanto que para un observador no influenciado por el dogma de la ilusión ideológica, que cuente con perspectiva histórica, y una buena memoria, lo que está ocurriendo hoy le parecerá que está siguiendo un manual escrito hace casi 2000 años, un guión en absoluto desconocido y que, por extraño que pueda parecer, sucedió prácticamente igual a como está sucediendo ahora. Los eventos son tan similares que escapan a la singularidad del tiempo presente, y lo que sucedió en el siglo IV está volviendo a suceder en el siglo XXI, lo único que ha cambiado en algunos casos son los escenarios y los actores, que son diferentes así como las razones de este caos, del cual ya pueden alardear de haber logrado la destrucción de su propio Serapeum de Alejandría.
Tenemos constancia de lo que sucedió por muchas fuentes, sin embargo, y si queremos imbuirnos en lo que aquella destrucción representó en la vida de quienes la padecieron, hay una fuente muy especial, legada para la posteridad, preservada para nuestro tiempo y escrita por un testigo ocular de los hechos que vio como toda su cultura, toda su civilización se desmoronaba como un castillo de naipes, porque cuando una civilización es destruida, peor cuando se autodestruye, el paso siguiente es entrar en una nueva «edad oscura».
Y esa masa de ignorantes, en su ignorancia, son incapaces de comprender que si destruyen todo lo que da sentido a su existencia, ellos serán los primeros en ser transformados en inservibles peones de esa oscuridad.
Por lo que si Libanio, padre prolífico de múltiples escritos, y autor de la obra «Pro-Templis» tuviera que describir los hechos presentes no albergaría la menor duda, creería estar reviviendo el desmoronamiento de su civilización, la caída de una cultura milenaria y un atentado contra el legado cultural de los antepasados, una destrucción total de la que, además, fue amargo testigo.
Y un detalle; quienes se lanzaron a aquella destrucción de templos, efigies, estatuas, símbolos, quienes pisotearon la historia, difamando la verdad, quemando negocios asaltando casas, y asesinando, padecían exactamente la misma enfermedad que estos «monjes» modernos de las organizaciones del odio que se alimentan única, y exclusivamente, de una misma ideología criminal, y esta enfermedad es la rabia, siempre acompañada de una osada y desaforada ignorancia. Pero acuden en masa porque de otra forma no tendrían ni valor ni coraje para ello. ¿Acaso no es esto lo que hemos visto? «Que irrumpen cargados de madera o armados de piedras; algunos de ellos tan solo con sus propias manos y sus pies derriban muros, despedazan las imágenes, destrozan altares como si todo ello fuesen heredades sin dueño. Una vez han destruido el primero corren presurosos al segundo y al tercero y amontonan más y más trofeos para escarnio de la ley»… con una leve salvedad, que el texto entrecomillado es un fragmento de lo que presenció Libanio y describiría en su Pro-Templis.
Como se repite la historia ya es mucho más que un mensaje de alerta, es una advertencia, por lo que de vivir hoy Libanio, y a falta de ese Libanio necesario en nuestra generación, sin duda su obra se llamaría Pro-Occidens.
Si leen Pro-Templis serán testigos de que aquello que sucedió entonces, está sucediendo hoy, al final conocer cuál fue el desenlace no resultará difícil, nihil novum sub sole.
No obstante hay esperanza; sabiendo lo que ocurrió en el pasado, y cómo ocurrió, y teniendo esto en mente, tal vez se podría evitar que aquella tragedia vuelva a repetirse ¿cómo? Lo advertía recientemente el denostado, pero honesto, leal y certero, General Michael T. Flynn que ante la visión de todo el caos provocado a lo largo y ancho de los EE.UU por las organizaciones antifa, anarquistas y del movimiento black lives matter entre otras, el General Michael T. Flynn dijo ; «Si no actuamos, el 2% de la gente está a punto de controlar al otro 98%» No podemos permitir que una caterva de ignorantes iletrados enfermos de rabia, con un ocio mal empleado, pretenda imponer a todo occidente su agenda destructiva.
Los tiempos exigen a esta generación que despierte antes de que sea demasiado tarde, porque lo que está en juego no es solo la libertad de ésta generación sino la libertad de las generaciones venideras; ¿Qué tipo de sociedad, que clase de civilización van a heredar los hijos y los nietos de quienes están viviendo hoy? La libertad es un don sí, pero un don que se conquista, la libertad no se hereda sino que hay que conquistarla en cada generación, como la nuestra la recibió de la anterior no sin antes haberla defendido. Que no tengamos que lamentarlo luego mientras esta fortaleza de libertad sucumbe ante ese 2% del cual alertaba el General Flynn, que no tengamos que lamentarlo como lo lamentó John Fisher, obispo de Rochester, quien poco antes de ser ejecutado por orden del rey Enrique VIII y ante una Iglesia al borde de la aniquilación exclamó; The fort is betrayed, even by those who should have defended it «La fortaleza ha sido abandonada incluso por quienes la tenían que defender».
Y es que lo que está ocurriendo en todo el mundo occidental recuerda poderosamente a la fábula del Rey loco…
Había un reino cuyo rey, por su sabiduría y por saber gobernar con rectitud en un equilibrio perfecto entre justicia y misericordia, era muy amado por su pueblo.
En el reino había una fuente de aguas cristalinas de la cual todos bebían, desde el rey hasta el más pobre de sus súbditos. Pero una noche entró en el reino un personaje malvado, que colándose en la casa del rey le dijo: ‘Voy a envenenar las aguas con las que tu pueblo y tú mismo calmáis vuestra sed, así dentro de un mes cualquiera que beba de estas aguas, se volverá loco, y mientras esto ocurre tu no podrás advertir al pueblo’.
El rey fue presa de un profundo temor y tras meditarlo durante varios días, viendo que nadie le escuchaba, decidió ordenar que se preparara un almacén y en su interior se colocaran tantas cisternas de agua como cupieran en su interior, y que luego le dieran la llave.
De esta forma, pensó el rey, beberé del agua limpia sin temer a la locura que se adueñará del pueblo y podré seguir dando estabilidad, progreso, prosperidad y justicia a mi pueblo.
Y así al cabo de 30 días tal como había sido advertido, el veneno que aquel ser infame había vertido en el agua comenzó a hacer su efecto entre los ciudadanos, y el pueblo empezó a enloquecer.
El rey seguía gobernando, promulgando leyes para el bien de sus gobernados, pero estos miraban asombrados al rey y decían -El rey se ha vuelto loco- y todo el pueblo se negó a obedecer al rey… porque creían que el rey estaba preso de la demencia. Incapaces, alienados, habiendo perdido el entendimiento, en vano se esforzaba el rey en hacerse oír, en vano trabajaba por el bienestar del reino, en vano intentaba razonar con sus ministros, con sus consejeros, con su generales, con su pueblo. Y paso un año, y otro, y otro y el pueblo se alzó y pidió la expulsión del rey porque para todos ellos, para el reino, los ministros, generales y todo el pueblo, era el rey quien había perdido la cordura.
Entonces el rey sumido en la soledad de sus habitaciones se dijo a sí mismo ‘No tengo con quien hablar, nadie parece querer escucharme, el pueblo pide que abandone el reino’.
Tan grande era su pesar y su soledad que el rey solo podía razonar consigo mismo.
Un día el rey decidió poner fin a tan dramática situación y ordenó que le trajeran una copa llena con el agua de la fuente de la cual bebía el pueblo, y tomó varios y profundos tragos… Entonces el pueblo se alegró al ver que el rey había recuperado la razón, la vesania que el pueblo tenía por juicio…
¿Habremos de beber también de esas aguas envenenadas para que el resto del pueblo, enloquecido, nos perdone en nuestra razón y nos reciba en su locura?
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