Necesitamos muchos libros sobre Rusia. Ese gran país-continente-civilización-imperio nos es muy desconocido todavía. Y eso que hay “algo” que nos hace hermanos a rusos y españoles. No se dejen engañar por las fisonomías. No es cuestión de rostros, paisajes, climas. Es una realidad vivida muy en lo hondo, una realidad del espíritu. Mucho han sufrido en paralelo los españoles y los rusos, mucha sangre ha regado los suelos de esta tierra y mucho han servido a Dios y al hombre ambos pueblos con sus imperios respectivos. Con todo, los hombres que rigen un imperio no siempre están a la altura de su misión espiritual y el declive moral de ellos hunde las más altas edificaciones de la Civilización. Esto también lo sabemos, por igual, en la Hispanidad tanto como en las Rusias.
Necesitamos muchos profesores como Sergio Fernández Riquelme. Muchos, legión. Sergio es una excepción honrosa, un investigador y promotor de saberes como pocos hay en la universidad. Quien escribe esto sabe bien de lo que habla. Tratar de movilizar al cretinismo colectivo de la Academia en España es llorar o darse con un muro. La nepotista y corrupta universidad española no es un buen caldo de cultivo de las mentes inquietas, independientes, críticas. Pero el profesor de Murcia, autor de El Fin de un Mundo, que es el libro que aquí me ocupa, se sale de la pobre pauta nacional. Hace unos años ya conocí los escritos de Sergio, muchos de ellos relacionados con temas orillados por el pensamiento “políticamente correcto”, que es más bien un no-pensamiento. En sus iniciativas académicas (la revista La Razón Histórica, el Instituto de Política Social, etc.) tenían cabida estudios rigurosos sobre los pensadores sociales de la España del siglo XX (tradicionalistas, católicos, conservadores, corporativistas, falangistas…) que, gentes y hechos que de manera brutal e ignorante el llamado “progresismo” habría querido borrar de nuestra mente. Pero no se puede: existió una plural y rica “Derecha Socialista” como la llamó, si no me equivoco, el siempre provocador Gustavo Bueno, y como mínimo, habría que estudiarla.
Pues bien. Sergio también investiga y divulga sobre las nuevas corrientes “identitarias” en Europa y América así como se acerca a esas nuevas democracias “iliberales” que se están dando en Europa Central y del Este (Hungría, Polonia, la propia Rusia).
Narrar los últimos días del Imperio Ruso es narrar el fin de todo un “mundo”. Es un ejemplo de cómo un régimen despótico, al reaccionar tarde y no saber aplicar las reformas necesarias en su propia medida y en su debida ocasión, se condena a sí mismo, y así se desploma no obstante la inmensa labor civilizatoria, labor que éste ejerció en su proyección asiática. El Imperio Ruso es, de hecho, la condición de existencia de ese enjambre de pueblos europeos y asiáticos que hoy forman, realmente, una Eurasia. Los zares, casi siempre despóticos, fueron civilizadores durante siglos. La Eurasia que hoy lidera Putin, bien bajo el influjo más clásico de Lev Gumilev, bien bajo el influjo más polémico y revolucionario de Dugin, es hija de ese Imperio que puso en contacto civilizatorio a eslavos ortodoxos con pueblos asiáticos de lo más diverso, obligados por la historia a convivir y forjar alianzas. Por ello, no sin razón, Gumilev decía que por encima de las diferencias raciales, la convivencia de etnias (que no tiene por qué implicar mestizaje) puede ser complementariedad, simbiosis, enriquecimiento mutuo.
Al leer sobre el desplome del imperio de los zares no puedo, como español, dejar de acordarme del desplome del imperio hispano de los Austrias, espuriamente gestionado después por los Borbones, esa Casa frecuentemente anti-española. ¡Con cuántos pueblos americanos, africanos y asiáticos hemos conectado los españoles con nuestra Civilización! La Civilización heredera de Grecia y Roma, esto es, el Derecho Romano y la Filosofía. La Civilización de la Escolástica tomista o suareziana, la de la Fe Católica y la de los valores de la Persona como ser racional, libre y digno, la Civilización de los Virreinatos…
También, leyendo el libro del profesor Fernández Riquelme, yo no puedo dejar de pensar en la macabra “broma” histórica. Cuando los milicianos revolucionarios españoles de los años 30 del pasado siglo gritaban, puño en alto, “¡Viva Rusia!” en rigor decían vivas a la Revolución, a un “hombre nuevo” que ellos creían ver nacer en la lejana Rusia. Pretendían hacer de España la nueva Rusia, el país que había quemado más etapas en el camino hacia la abolición de la Fe, de la Tradición, de la Propiedad, etc. Para quemar esas etapas había que empezar quemando iglesias, matando a religiosos. Otros españoles, menos fanatizados, hubieran podido gritar vivas a Rusia albergando en sus mentes la cultura de los iconos, las iglesias con cúpulas en forma de cebolla, la Teología Ortodoxa, la inmensa espiritualidad que, al decir de Walter Schubart, aguarda para ser el nuevo Eón del mundo cristiano, el Eón Joánico.
Donde habita más “espíritu” también anida más el poder demoníaco, el poder que se desata con furor iconofóbico, incendiario, genocida. El propio Schubart subrayó las profundas afinidades entre el alma rusa y la antigua alma hispana. Digo antigua pues una España descatolizada, decadente, muelle y prostituída, que es la España de hoy, ya no es la de los místicos y misioneros, la de los caballeros y conquistadores, la de los tercios invencibles ni la de los santos y juristas de la áurea edad barroca. Rusia, en cambio, tras los incendios revolucionarios y la liquidación de los zares, y tras la borrachera yeltsiniana, renace día a día, y se vuelve miembro catalizador de una gigante y prometedora Eurasia. Nuevos zares vendrán si un alma todavía iluminada por el Espíritu retoma la inmensa labor civilizatoria de unir pueblos e inducir paz y orden, simbiosis y diálogo entre ellos. Rusia está capacitada para hacer eso con sus vecinos mongólicos, turanios, armenios, etc. En cambio, España, la pequeña España de la Península, es hoy el hazmerreir para el moro y para el alemán, carece de credenciales para liderar nada en América, y sólo con un enorme esfuerzo milagroso, podría levantarse y cruzar el charco para aprender de sus hermanos.
Información editorial: El fin de un mundo: Los últimos días del Imperio ruso
SINOPSIS
Nicolás II, mártir para unos y errático para otros, fue el último zar de todas de las Rusias. En pocos años cayó el inmenso Imperio ruso, dando lugar al triunfo de la primera revolución comunista del mundo, profetizada por Leontyev como la victoria del Anticristo.
AUTOR
Sergio Fernández Riquelme es historiador, doctor en política social y profesor titular de universidad. Autor de numerosos libros y artículos en el campo de la historia de las ideas y la política social, es especialista en los fenómenos comunitarios e identitarios pasados y presentes. En la actualidad es director de La Razón Histórica, revista hispanoamericana de historia de las ideas.
DATOS DEL LIBRO
Título: El fin de un mundo: Los últimos días del Imperio ruso
Autor: Sergio Fernández Riquelme
Primera edición: Septiembre de 2020
Número de páginas: 99
ISBN: 979-8690-209-75-9
PVP: 11,99 euros
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