Toda la información que nos abochorna sobre las verdades inconfesables de nuestros políticos está en algún grado contaminada por la duda, y cualquiera que ignore o margine este hecho estará muy equivocado.
La verdad es, sin duda, una de las exigencias éticas fundamentales para la convivencia humana. Un político, por el simple hecho de serlo, tiene el deber inexcusable de ser veraz, tanto en el pensar, como en el hablar o el obrar. Y tal parece que no lo son, aunque no siempre seamos conscientes de ello, pues no observamos que les crezca la nariz como a Pinocho.
La verdad política puede anunciarnos victoria, vida, bienestar, respecto al enemigo, la pandemia o la inseguridad, pero también, puede advertir de la derrota, la muerte o el sufrimiento. Un político de talla, como lo fue Churchill durante la II Gran Guerra, tuvo aquellas palabras de “sangre, sudor y lágrimas” con las que enardeció y unió a su pueblo frente a la adversidad. Otro que no lo fuera, mentiría sobre la evolución de la pandemia del COVID-19, sus méritos académicos, los compañeros de viaje que apoyarían su gobierno, y todo lo que le conviniera para mantener su poltrona. No importa si de paso se divide, fractura, y rompe una convivencia o pudiera traer después aquella sangre, sudor y lágrimas, de la que hablaba el político británico.
Claro que siempre nos podría decir que sus verdades eran subjetivas y, realmente tendría razón, pues la mentira, debilidad o virtud según se mire, siempre es subjetiva. Pero nosotros, los ciudadanos de a pie, entendemos que la palabra verdad equivale a sinceridad, porque la política, aunque cada vez se parezca más al espectáculo, no es una obra de teatro donde ya sabemos que cuando el galán le dice a la chica “te amo”, esa frase suele ser mentira, pues terminada la función, olvidará su compromiso.
Estoy convencido que llevo a su memoria situaciones, en las que un político muy conocido, afirmaba que no podría dormir si tenía cerca de su gobierno a otro político también bastante conocido. ¿Era verdad lo que afirmaba? Estoy casi convencido de que lo era para sus intereses inmediatos. Cada cual tiene su verdad subjetiva, y la expresa con sinceridad o engañando, porque a sus efectos, lo mismo da. Pero a nosotros nos interesa otro tipo de verdad y otro tipo de políticos. Dirigir al país hacia la unión y el desarrollo, exige gobernar con verdades objetivas, las que apelan a la razón más que al corazón. Aunque, desgraciadamente, nuestros sentimientos suelen ser ciegos a la verdad objetiva y los políticos lo saben muy bien. Sirva de ejemplo el recuerdo de cómo Hitler entusiasmaba a las masas, para lograr el apoyo mayoritario a sus tesis; o aquel predicador, Jim Jones, que propició el suicidio de sus correligionarios, el Templo del Pueblo, en la Guyana. Sin duda, eran ambos mucho más eficaces excitando los sentimientos, que quienes pretendían persuadirlos de lo perverso de sus ideas apelando a la razón.
Ahora bien, es evidente que con las valoraciones subjetivas de ese tipo de líderes que invocan sentimientos, no siempre se alcanzarán buenos objetivos, salvo para quienes los impulsan. Un terrorista miliciano de los que quemaban iglesias también se movería por sentimientos y, en algún caso, estaría dispuesto a morir por ellos anteponiendo su verdad a la propia vida y a la ajena. Uno de aquellos mártires cristianos, que padecieron la muerte en nuestra guerra civil sólo por “ser de iglesia”, defendería una verdad diferente a la del miliciano suicida, pero ni el mártir convencerá al terrorista, ni éste a aquel, por muy heroicos que sean ambos en sus interpretaciones de la verdad. Claro que en algo coinciden ambos, pues ninguno pretende engañar al otro.
El negador lógico, que tanto utilizan los políticos en campaña y fuera de ella, lo define el doctor López Quintás como la mentira del que afirma a sabiendas lo que no piensa, ni está dispuesto a hacer lo que dice o promete. Ya he referido alguna vez el entusiasmo con el que vivo la experiencia de guía de grupos en el Museo Geominero de Madrid, pues bien allí, al hablar sobre la evolución del homínido al homo sapiens, explico que el eslabón que nos distingue de un modo categórico y que no parece un fruto más de la evolución, es precisamente la libertad que tenemos los seres humanos de mentir a conciencia, es decir, de utilizar ese negador lógico, pues ningún otro ser vivo parece tener la capacidad de falsear la verdad ante sus congéneres, no al menos conscientemente. Curiosamente, sin embargo, es esa libertad la que nos convierte en persona y de la que brotan: dignidad, bajeza, nobleza… en función de un tipo de actos que se corresponde con la naturaleza humana.
En este momento tan especial, al hilo de la Pandemia y las elecciones catalanas, nos formulamos la pregunta: «¿Qué pasa con nuestros políticos?», queremos saber la verdad. No nos referimos en concreto a si Rajoy conocía esa pretendida “caja B” del PP, que argumentó la moción de censura de Sánchez, sino al negador lógico que antes pasó de puntillas sobre el escándalo del PSOE con los ERE de Andalucía o pretende marginar los escándalos de Podemos en asuntos como “el Dina Bousselham” “el Neurona” o el de “la niñera pagada por otros para los Iglesias”. Digo sólo eso, porque realmente me interesa lo substancial y porque, desgraciadamente, temo que todas van a ser preguntas sin respuesta.
Y a buen seguro, si alguien responde, tengan por cierto que estarán dispuestos a optar por la que les convenga en función de sus circunstancias. Utilizaran de nuevo el negador lógico porque «Se trata de no perder el poder». Así que bien pueden convertir su verdad subjetiva en una Ley orgánica, como pretenden hacer para controlar el poder judicial. Porque últimamente, en el juego de la política, sobreviven solamente los Pinochos.
¿Qué podemos hacer nosotros? Pues miren ustedes, probablemente la mayoría, esa opinión que impulsa la democracia, nos diga que no quieren saberlo, porque entre tanto Pinocho, se muestra incapaz de contestar a esa pregunta y, hasta es posible, que hagan suya la verdad subjetiva de sus líderes. Es un juego y aquí no vale aquello de que lo importante es participar, porque todos queremos ganar.
Si le consuela medite la frase de Friedrich Schiller cuando dice que: «El hombre sólo juega cuando es hombre en el pleno sentido de la palabra, y sólo es plenamente hombre cuando juega» Así que, ganemos o perdamos, juguemos todos porque así es el Juego de la Vida.
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