¡¡Ocho de Febrero de 2021 y yo con estos pelos!! Casi un año ha transcurrido desde aquel aciago día en el que un compungido presidente nos anunciaba la reclusión forzosa de todos los españoles y el cierre de toda actividad no esencial.
Nosotros, muy a nuestro estilo, nos fuimos al campo creyendo que la prisión se haría efectiva al día siguiente. Recuerdo la cara de una vecina que acudía al portal corriendo, cargada de bolsas de compra. Por primera vez se negó a ser ayudada por nosotros. Pobre, debió de pensar que éramos una cuadrilla de forajidos irresponsables e irrespetuosos de la ley.
Veinticuatro horas después descubrí el motivo de su estupor gracias al tendero que preparaba con esmero su negocio para atender a sus clientes: ¡¡nos habíamos equivocado de día!!
Retrocediendo once meses visualizo la situación como si de un film trepidante se tratase. Reviso cada instante, cada rostro. Alguno de ellos ya no esta, y la situación se presenta ante mí como una partida de ajedrez inacabada.
Como en el juego, intuyo los movimientos del contrincante y actúo en consecuencia, mas de repente cambia la estrategia y me acorrala, dejándome un margen muy estrecho para actuar.
Soy una pésima jugadora de ajedrez, tal vez debido a mi impetuoso carácter, pero me fascina observar a los que conocen el milenario ejercicio a la perfección.
Observo con qué maestría posicionan a los peones siendo éstos los primeros en sacrificar para ir dando paso al resto de figuras que han de ser utilizadas para ganar la partida o, en su defecto, para inmolarse en favor de la reina.
Como digo, once meses después del encarcelamiento y tras haberme empapado de miles de noticias, conjeturas, teorías y contrateorias, sigo creyéndome víctima de una alucinación o una simple espectadora.
Está claro que la partida aún no ha llegado al final, que parece que el rival se dispone a asestar la jugada final
Jaque Mate, pero yo como soy mala jugadora reservé algunos peones y sacrifiqué erróneamente (o no) a figuras de mayor relevancia como caballos, alfiles o torres.
Volviendo al principio de la historia, han pasado once meses y nuestras relevantes figuras siguen moviéndose en la dirección equivocada. Nuestros representantes políticos, aquéllos en los que tantos españoles depositaron su esperanza, avanzan a saltos por el tablero como el caballo, pero sin definirse. Nuestros pastores espirituales, las torres en las que deberíamos apoyarnos, se suicidan avanzando en línea recta hacia el enemigo con la intención de mantenerse en el juego, pero ignorando la estrategia del rival. Nuestros alfiles, tan imponentes y elegantes ellos, han preferido limpiar nieve con una pala que repeler el ataque de las hordas que se cuelan por las fisuras abiertas en la defensa. Y nosotros los peones avanzamos como lemires en bloque al suicidio colectivo. ¿Todos?
Afortunadamente como inexperta en el ajedrez veo algunas de esas infravaloradas piezas resistiendo y avanzando paso a paso y a cada avance el peón insignificante duplica valor, cambiando su estatus al tomar la zona prohibida, el otro extremo del tablero.
En ajedrez esta hazaña es denominada promoción, es decir, el pequeño y poco atractivo peón puede convertirse en alfil, torre o caballo pudiendo de esta manera ampliar movimientos y estrategia.
O sea que mi visión de la realidad no era tan irreal porque veo peones solitarios que se la juegan día tras día sin más apoyo que su firmeza y humildad.
Esta partida no la ganarán ni los partidos, ni los obispos, ni las plataformas que tanto ruido hacen.
La ganaremos los peones avanzando con firmeza sujetos al manto de Nuestra Señora y contando con la fiel asistencia de Nuestro Ángel Custodio.
Y no me malinterpreten, no me refiero a salir a la calle sin mascarilla o discutir a pleno pulmón con los nuevos chivatos de barrio. Hablo de denunciar al opresor que se ríe de nosotros, de mantener la mente despierta y el alma en calma. Como en el ajedrez, un peón puede cambiar el curso de los acontecimientos. Un peón puede sentar precedentes y abrir una brecha rompiendo las trincheras, conociendo los peligros a los que se enfrenta y actuando en consecuencia. Ahora que el tablero está mas despejado y la realidad se muestra casi desnuda es el tiempo del peón porque si duda o espera podrá ser engullido por el enemigo.
Como digo, pasaron once largos meses, 335 días han pasado y de una sola cosa estoy segura: Dios Todopoderoso nos ha dado la capacidad de discernir y actuar en consecuencia. Él iluminó a miles de sacerdotes que sin dudarlo salieron a la calle portando al Santísimo de cualquier forma imaginable, por cielo, tierra, mar y aire. Que iluminaron nuestros hogares ofreciendo misas, charlas, etcétera, delante de una cámara. Él disipa la oscura niebla que proviene de la bestia a través de internet para que seamos capaces de ver la luz. Él sigue confiando en sus peones. Confiemos nosotros en Él.
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