Recuerdo los veranos de la infancia como un verdadero regalo que la vida me dio. Los pasaba en la casa familiar de Ibias, que entonces regían mi tía Sara y su marido Enrique; un caserío, como casi todos los de aquella tierra, que sólo daba para una economía rural de subsistencia. La venta de un ternero, los años buenos dos, un par de sacos de nueces, algo de orujo, y pare usted de contar. No se pasaba hambre pero el concepto de plusvalía no existía. Ibias es una tierra dura, quizás la que más en Asturias.
El pueblo estaba entonces, en los 60, lleno de vida, aunque desde mucho antes el excedente poblacional estaba condenado a la emigración. En casa se recordaba aún el rebaño de ovejas que protegía de los lobos el tío Manolín y su mastín pero, llegada la edad militar, emigró a la minería del valle de Laciana primero y después a la siderúrgica avilesina, como tantos otros. En mi época solo quedaban vacas en casa, que pastoreábamos los niños, y en el monte ya no se avistaba al lobo, tampoco al oso, que se cobijaba en Muniellos.
Con la desaparición de la minería llegó el golpe definitivo al suroccidente astur. Hoy los pueblos están de postal, caleyas encementadas, casas cuidadas y parras en perfecto estado, pero todo es un espejismo veraniego mantenido por los emigrados, que ahora son retornados estacionales; la realidad la marcan las escuelas cerradas en todo el valle. Es un valle condenado a la desaparición, como tantos otros en Asturias.
Apenas existe actividad económica relacionada con el agro; algunos corros de panales de miel, cada día más asaltados por el oso que llega a donde había desaparecido hace más de cien años, cuatro viñas y un puñado de explotaciones vacunas en extensivo, pendientes de que tanto el oso como el lobo, menos presente por ahora, las respeten. Con estos mimbres es difícil hacer un buen cesto para el futuro.
Llega ahora la noticia de la prohibición cinegética del lobo, auténtica némesis de los ganaderos que aún lo intentan en la zona de Picos; una iniciativa que ni la hija de Félix Rodríguez de La Fuente ha aprobado por intempestiva en tiempo y forma, pero que ha sido aplaudida por el totalitarismo ecologista nacional y los urbanitas buenistas que, desde la alegría inconformista de la birra en terraza, aplauden toda iniciativa que les suene remotamente a salvar el planeta aunque no alcancen a comprender la importancia ecológica de una boñiga.
Quién sabe. Quizás el futuro de Asturias se encuentre en su valor como reserva natural, toda ella, con sus gentes, para ser visitada por los urbanitas felices de Aldous Huxley. Quién sabe.
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