Tres meses o tres años, las próximas horas traerán más y más sorprendentes acciones, todas chirriando con la democracia. La inmensa gravedad de los disturbios en protesta por el ingreso en prisión del condenado rapero llamado Hasel o Rivadulla, no sólo aterra por la violencia, los adoquines o incluso por el auténtico ejercicio de técnicas de guerrilla urbana, sino también por la causa supuesta de protesta. Aunque quizá lo más chocante de todo esto es el público ejercicio de aliento a las manifestaciones violentas callejeras y a sus autores de los representantes gubernamentales de Podemos, así como los voceros de este partido.

Podemos es un partido populista y comunista. Allá por los 70 del siglo pasado, se creó el concepto de “eurocomunismo”, fue Enrico Berlinguer –líder comunista italiano- el que impulsó el neologismo, seguido por los comunistas españoles del PCE. El motivo para hacerlo, habida cuenta de que comunismo significaba sometimiento, totalitarismo, represión y violencia de estado, no era otro que el de encajar la idea comunista en el parlamentarismo y la democracia. Era propugnar que se podía ser comunista y contribuyente a la causa democrática y que habían aprendido la lección de que la injusticia y el totalitarismo no deben ser ni vehículo ni objetivo.

El drama de los partidarios de la revolución es que no haya motivo para emprenderla, el terrible encuentro con la realidad es llamarse antifascista dónde no hay fascismo, que emprender una lucha contra lo que no existe es casi tan absurdo y reprobable como usar la violencia y los métodos que dicen querer combatir.

Que el tal Pablo Rivadulla Hasel es un delincuente de múltiples causas lo dicen las sentencias de los jueces en aplicación de las leyes democráticas. Que desde el Gobierno se jaleen las protestas callejeras es desconcertante y desolador y una gran barbaridad, desde todo punto de vista. Que Pedro Sánchez guarde silencio, o que sólo diga tres lugares comunes y persista en mantener la coalición, es exhibir aún más irresponsabilidad y desahogo que la propia invitación primigenia de hacer socio a Podemos de la actual alianza gubernamental.

Podemos sólo fue capaz de obtener 35 diputados, el 10% de los integrantes de la Cámara Baja. Este hecho no casa con esa afirmación de que participan en el Gobierno como servidumbre de haberlos votado, cuando se les ha votado tan poco. Pero todo se vuelve cercano a lo intolerable cuando se comprueba que los podemitas están a favor de la voladura del sistema constitucional, que su hoja de ruta inalterable es revolucionaria y desestabilizadora y que gobiernan en un constante ejercicio de rechazo a la Constitución, la Monarquía y el resto de las instituciones democráticas del Estado. Los daños –algunos irreversibles- que producen en el sistema son más indeseables que el tiempo que perdemos hasta expulsarles del poder y Sánchez lo sabe, ¿hasta cuando va a seguir poniendo su interés por encima del bien común? Es tiempo de cesar a los enemigos de la libertad, la Constitución y la ley, la factura va a ser impagable.  

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