¿Cómo es posible que le llegara aquella oferta tan excepcional cuando había estado casi un año dudando y sin ser capaz de que ningún librero se dignara siquiera leer la sinopsis de su novela?
El problema que hoy afronta quien pretenda publicar un libro siendo un desconocido, es que todo el proceso para conseguir que el editor acepte su encargo suele desembocar en un coste para el autor y, lo más probable, es que se encuentre finalmente entre la opción de auto-editar o coeditar él mismo su manuscrito.
Pero los caminos pueden ser muy diversos y, a veces, los atraviesan arroyos muy caudalosos. Veamos algún ejemplo:
Francisco no quiere pedir favores y menos suplicar, tampoco se queja, aunque le duelen en el alma los dos años sentado ante el ordenador para crear vida con su relato. Su esposa le oye hablar por teléfono, pasear cabizbajo por el despacho, pero no se atreve a intervenir; tampoco le quiere dar una falsa esperanza que de poco le iba a servir, ni siquiera conoce con detalle las editoriales a las que ha enviado el manuscrito ni los certámenes literarios a los que ha concurrido con él como bandera.
Francisco, o Paco como le llamaban sus compañeros de trabajo, intentó explicar a los editores por qué su novela era diferente, por qué merecería una oportunidad, pero fracasó. Pero Paco era consejero de una empresa de seguridad y convenció a José Ignacio, buen amigo y primer ejecutivo de la entidad, para que dibujara la portada de su libro. Ocurrió una vez, lo que equivale de algún modo a que no suele ocurrir nunca: Cuando la novela estaba maquetada y contó con el impulso de la otra cabeza, orgullosa a su vez del diseño de la cubierta, pensó que podía llegar a manos de los lectores y vaya si llegó. De su fracaso editorial lo rescató su compañera, Ana, quien le sugirió enviar el manuscrito a la imprenta que elaboraba los folletos de publicidad, luego encargó una tirada de trescientos ejemplares y aquella navidad todos los clientes de Ausysegur tuvieron un libro junto con el jamón, el cava y los turrones. Era cuestión de “apoyar a la cultura” se dijo como simple explicación para quien la pidió.
Esto que hizo Paco para alejar las nubes grises de la “depresión post parto de un libro” se llama autoedición, y es un camino seguro para no perder la cabeza cuando un escritor es desconocido. Pero no es el único y no todos tienen una secretaria tan eficiente y fiel ni, como amigo, al Consejero Delegado de una gran empresa.
Juan, otro escritor novel, también estuvo a punto de decir adiós a su novela cuando acabó de escribirla. En realidad él no era novato pues ya había escrito un pequeño relato sobre las vivencias del grupo de peregrinos que le acompañaron en un viaje a Santiago. Aquello fue su bautismo de letras, pero tuvo tintes de melodrama. Un carmelita que les acompañaba fue quien pidió un voluntario para dejar escritas las memorias del Camino; Juan no lo dudó y se ofreció entusiasmado. Cada jornada escribía un capítulo en forma de epistolario dirigido aparentemente a su hija que, por aquel entonces, estaba haciendo un voluntariado en Manaos. Terminadas aquellas jornadas, el verano continuaba en Gijón para él y su esposa. Allí aprovechó para la relectura y corrección del borrador. La decepción llegó tan sólo unos días más tarde, cuando se presentaron en la ciudad, Quintilino y Loli, dos de los amigos que habían acompañado la semana peregrina. Volvieron a hablar de las vivencias del Camino pero, mientras Juan presumía con entusiasmo del resultado de su trabajo como relator y su intención de publicarlo para dar un ejemplar a cada uno de los caminantes, ellos contaron que el carmelita se había adelantado y ya había entregado al resto del grupo su propio libro resumen del viaje. No obstante, Juan encargó en la imprenta la encuadernación con canutillo de su trabajo e hizo de él una tirada de veinte ejemplares. Ninguno de los peregrinos, ni tan siquiera el carmelita, rechazó aquella segunda versión, aunque todos ya habían leído la primera. Juan probablemente nunca entendió que el carmelita, a pesar de haberle pisado la primicia, logró que él diese los primeros pasos para atreverse a escribir y que debiera estar agradecido por ello. Sin embargo, así somos algunos, marginó el mérito debido al monje y no desterró de su memoria la parte negativa de aquel suceso. Más tarde escribió otros libros y tuvo la fortuna de cara cuando un editor sevillano, José Navajas, acertó a adquirir uno de los que había ido dejando en depósito por quioscos, librerías y tiendas del sector de toda España. Navajas se desplazó a Madrid y firmó con Juan un acuerdo de edición y distribución para aquel libro y otros más a través de su editorial Ituci.
El caso de Pelayo es también un ejemplo a considerar. Él dirige una Fundación y ha escrito para ella diversos libros y ensayos técnicos, así que experiencia en el sector no le faltaba. Encontró pronto un editor y pactó un acuerdo un tanto singular: debería abonar por anticipado una tirada de mil ejemplares que la editorial iría comercializando a través de su propia red y la de grandes distribuidoras especializadas. Además, Pelayo tendría que asumir el coste del local para la presentación del libro y el coctel para los invitados. Por su parte, el editor, correría con los gastos de corrección, maquetación, diseño de portada y contraportada e impresión, amén de los ya citados de distribución. Como no venía al caso llenar su casa con los mil libros que se había pactado, se acordó que fuera también la editora quien almacenara aquel stock. Traté de disuadirlo, pues no entendía muy bien la necesidad de un desembolso inicial tan elevado, ya que actualmente no es habitual que se hagan ediciones tan largas si no está garantizada la venta. Además la tecnología actual permite que se pueda imprimir cada ejemplar según se demande.
—Es una barbaridad pues tardarás mucho tiempo en vender mil libros —le advertí, un poco perplejo.
—No, ya verás como los venden —respondió Pelayo con satisfacción—. Además está la venta del día de la presentación donde habrá muchos ejemplares. Yo me fío de ellos.
A mí se me escapó una sonrisa. Luego, el día del evento no le pregunté cuántos había vendido, pero no vi a nadie comprar ninguno. Este sistema se llama coedición y a veces funciona algo mejor que en el caso que acabo de detallar.
Me gustaría editar un libro que he escrito ¿Cómo lo hago?
Hay una serie de opciones frente a la edición de toda la vida, el crowdfunding es una alternativa naciente, la coedición es otra y también lo sería la autoedición. Pero, como hemos visto, ninguna es excluyente de las otras y probablemente, cuando la ilusión, el esfuerzo y el tesón no nos abandonan, todas pueden terminar encontrando a una editora que se arriesgue a ser mecenas, como un Ituci o, incluso, un Planeta, que fue el caso de Inmaculada Chacón, autora reconocida de magníficos libros y una de mis ex cuñadas. El camino a recorrer lo elige siempre el destino pero también hay una parte muy importante de responsabilidad personal. Aunque como dice, otro de mis buenos amigos, Juan Procopio: “hoy un libro lo escribe cualquiera”, y tiene razón porque lo, verdaderamente, complejo y difícil es conseguir que alguien lo lea.
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