Por Roberto de Mattei
Este 26 de febrero de 2021 se cumplen doscientos años del fallecimiento del conde Joseph de Maistre (1753-1821), uno de los grandes maestros del pensamiento contrarrevolucionario del siglo XIX.
Joesph-Marie de Maistre nació en Chambéry (Saboya) el 1º de abril de 1753. Primogénito de diez hermanos, pertenecía a una familia de fieles servidores de la dinastía saboyana, y sucedió a su padre François-Xavier como magistrado y senador del reino de Cerdeña. Estudió jurisprudencia en Turín, y finalizó sus estudios en 1772, dedicándose en su ciudad natal a la profesión de magistrado. La invasión napoleónica en 1796 dio lugar a un periodo de desventura y exilio para la dinastía saboyana que duró hasta que en 1802 el rey Víctor Manuel I lo envió a San Petersburgo como ministro plenipotenciario ante la corte del zar Alejandro I.
La observación del Alphonse de Lamartine de que «sería imposible encontrarse con el conde Joseph de Maistre sin imaginar que se pasaba ante alguien grande» se entiende bien si se echa una ojeada a los despachos enviados por el representante del rey de Cerdeña a la corte del zar envió a su soberano (cf. Joseph de Maistre, Napoleone, la Russia, l’Europa, Donzelli, Roma 1994). Los despachos enviados desde San Petersburgo nos permiten seguir etapa a etapa las incursiones de Napoleón en una partida en la que, decía, «está en juego el mundo». Más que despachos, se trata de extensas relaciones ricas de observaciones eruditas y profundos aforismos que no entendía Víctor Manuel, hombre honrado pero de inteligencia mediocre, que a través de su principal dignatario hizo llegar a su ministro en San Petersburgo el siguiente mensaje: «Por el amor de Dios, díganle al conde De Maistre que mande despachos en vez de disertaciones».
En los catorce largos años que permaneció en Rusia, el gran pensador redactó obras fundamentales como las Veladas de San Petersburgo y Essai sur le principe générateur des constitutions politiques, polémico tratado contra las ideologías revolucionarias que despreciando las enseñanzas de la historia y de la experiencia pretendían elaborar un modelo puramente abstracto de las instituciones sociales y políticas. En dicho libro, relanzado hace unos días en italiano por la editorial Fiducia, Maistre nos recuerda que la soberanía es un sello distintivo natural y necesario de la sociedad humana. La soberanía constituye la sociedad, porque una sociedad no puede subsistir sin autoridad, poder y leyes. Una sociedad despojada de su soberanía está destinada a descomponerse y morir como un cuerpo separado del alma.
Tras la caída de Napoleón, Víctor Manuel I no pensó en él para representarlo en el Congreso de Viena que se inauguró en 1814. Los resultados del histórico congreso decepcionaron a De Maistre, para el cual una restauración puramente exterior no podría resistir por mucho tiempo la influencia revolucionaria. «La contrarrevolución –afirmó lapidariamente– no será una revolución de signo contrario, sino lo contrario de la Revolución».
El 27 de marzo de 1817, De Maistre abandonó definitivamente Rusia, que había llegado a ser su segunda patria, y regresó a Turín, donde fue recibido con tardíos honores; entre ellos, fue nombrado regente de la Cancillería del Reino de Cerdeña. Hasta su muerte fue un ardoroso miembro de las Amistades Católicas del P. Bruno Lanteri, asociación católica antiiluminista que tenía ramificaciones en Francia, Austria y el Piamonte. «Nuestro objetivo –escribía en diciembre de 1817 al conde Friedrich Stolberg, que había abjurado del protestantismo– es precisamente hacer contrapeso a la funesta propaganda del siglo pasado. Estamos plenamente seguros de que no fallaremos si hacemos en pro del bien lo mismo que ha hecho dicha propaganda con tan deplorable éxito».
Una de las sombras que envuelven la figura de De Maistre es su participación juvenil en la Masonería. En 1774 ingresó en la logia de rito inglés Troi Mortieres, y en 1778 se pasó a la de rito escocés rectificado Parfaite Sincérité. Acabada la Revolución Francesa, y sobre todo después de su llegada a Rusia en 1803, abandonó la Masonería, si bien pareció establecer una distinción entre los iluminados, que conspiraban contra el trono y el altar, y una suerte de masonería espiritual partidaria de la religión y la monarquía. Pero es preciso rechazar sin ambigüedades esa distinción. Las condenas pontificias abarcan toda expresión masónica, no sólo algunos sectores, como recalca la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe en su documento del 26 de noviembre de 1983, que establece que «no ha cambiado el juicio negativo de la Iglesia respecto de las asociaciones masónicas, porque sus principios siempre han sido considerados inconciliables con la doctrina de la Iglesia».
Los más rigurosos estudiosos del pensador saboyano, como Marc Froidefont (Théologie de Joseph de Maistre, Garnier, París 2010) han desmontado no obstante los intentos por parte de algunos ambientes esotéricos de apoderarse de un escritor auténticamente católico como Joseph de Maistre. Junto con Luis Gabriel de Bonald (1754-1840), Juan Donoso Cortés (1809-1853), Ludwig Haller (1768-1854) y muchos otros, De Maistre se cuenta entre aquellos autores que dieron la cara para denunciar valerosamente y con claridad las nefastas consecuencias de la Revolución Francesa. Monseñor Henri Delassus (1836-1921), cuya obra sintetiza el pensamiento de la contrarrevolución católica del siglo XIX, dice que De Maistre lo supo ver (La conjuración anticristiana, Desclée de Brower, Lila 1910, p.42), y lo califica de profeta de los tiempos actuales (L’américanisme et la conjuration antichrétienne, Lila 1899, p. 235), y lo señala como uno de sus principales puntos de referencia.
Joseph de Maistre siempre estuvo íntimamente ligado a Saboya, como su paisano San Francisco de Sales (1567-1622), obispo de Annecy. En el aspecto espiritual, pertenecía a una escuela que se originaba en San Francisco de Sales y que tras el injerto ignaciano de las Amistades Católicas culminó en San Juan Bosco (1815-1888), fundador de los Salesianos. En su Historia de Italia, Don Bosco dedica todo un capítulo a Joseph de Maistre, y estuvo muy vinculado a su familia. El conde Rodolfo de Maistre, hijo de Joseph, alojó a Don Bosco en su palacio, situado en el Quirinal, durante su primera estancia en Roma del 21 de febrero al 16 de abril de 1958. Los hijos de Rodolfo –Francesco, Carlo y Eugenio– trataron a Don Bosco con la misma dedicación y amistad. Cuando falleció Don Bosco, el conde Carlo de Maistre escribió al beato padre Michele Rua (1837-1910), que sucedió al fundador en la dirección de la orden salesiana: «La amistad de aquel santo varón era un valiosísimo tesoro que todos los de la casa disfrutábamos enormemente. En medio de las pruebas que la Divina Providencia disponía para nosotros, una palabra o una frase de Don Bosco infundía siempre mucho consuelo a nuestros atribulados corazones».
El conde Joseph de Maistre murió en Turín el 26 de febrero de 1821 y fue sepultado en la iglesia de los Santos Mártires, de aquellos padres jesuitas a los que, sobre todo en Rusia, siempre había defendido a capa y espada. A su vez, San Juan Bosco reposa en la iglesia de María Auxiliadora, a pocos centenares de metros en línea recta del lugar donde el conde saboyano espera la resurrección eterna. En las paredes de la primera capilla del lado del Evangelio de la mencionada iglesia se encuentra la lápida sepulcral de Joseph de Maistre, todavía objeto de visita para quienes veneran su memoria.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada para el portal adelantelafe.com)
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