Los Diez Mandamientos también conocidos como el Decálogo, son un conjunto de principios éticos y de adoración, que juegan un papel importante en el cristianismo. Incluyen instrucciones como adorar sólo a Dios y guardar el día de reposo; como también prohibiciones en contra de la idolatría, asesinato, robo, deshonestidad y adulterio.
Los Diez mandamientos aparecen dos veces en Antiguo Testamento, en los libros de Éxodo 20.1-17 y Deuteronomio 5, 6-21. De acuerdo a la historia narrada en el libro de Éxodo, Dios escribió estos mandatos en dos tablas de piedra, las cuales dio a Moisés en el Monte Sinaí. Según el relato, cuando bajaba del monte, vio al pueblo que estaba adorando un becerro de oro y enfurecido las rompió. Posteriormente, pidió a Dios que perdonase al pueblo y sellase con él un pacto o alianza. Entonces, el Señor ordenó a Moisés que tomara dos lajas de piedra, y en ellas quedaron escritos los Diez Mandamientos del pacto, reconviniéndole que “no deben tolerar la desobediencia”
No obstante, las consecuencias de la desobediencia a la Ley de Dios se traducen en daño, angustia, dolor, muerte. Prueba de ello es el resultado de esa desobediencia a Dios por parte del primer hombre, que degeneró de manera necesaria en todas las calamidades que conocemos en la actualidad, porque en ese momento y gracias al pecado, se perdió la completa conexión con Dios y se le dio la autoridad al diablo para gobernar la tierra.
Aunque muchos denigren de Dios por permitir todo lo que pasa en el mundo, nada de lo que hoy sucede es su culpa, sino la consecuencia nefasta de las malas decisiones del hombre al pecar, dado que toda acción trae sus consecuencias como una ley natural.
Si bien es cierto que las consecuencias de la desobediencia a Dios traen condenación y muerte, existe una forma maravillosa dada también por Dios para darnos salvación, perdonar nuestros pecados y darnos la Vida Eterna, y es a través de Jesucristo.
Puesto que “la paga del pecado es muerte, la dádiva de Dios es Vida Eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”, dice en Romanos 6:23. Esto significa que Dios para salvarnos de la condenación eterna, nos envió a su Hijo Jesucristo como propiciación por nuestros pecados, muriendo Él en nuestro lugar para exonerarnos del castigo, justificarnos ante Dios y reconciliarnos con el Padre.
De tal manera que si por Adán entró el pecado a toda la humanidad y nos convertimos en enemigos de Dios, por Jesucristo somos también todos vivificados y al arrepentirnos de corazón, confesar nuestros pecados y cambiar de vida obedeciendo a Dios, agradándolo y honrándolo, recibimos el maravilloso regalo de la Vida Eterna y nos reconciliamos con Dios; porque no hay justificación sin santificación y si bien es cierto que no somos salvos por obras, también lo es que debemos dejar el pecado atrás y para siempre, pues así lo demanda Dios.
Una vez sentada la doctrina católica pasemos a la realidad de hoy ante el abandono por los hombres de la Ley de Dios y la desintegración de la familia.
¿Qué está pasando en nuestra sociedad? ¿Dónde ha quedado archivada esa visión católica del mundo matriz de nuestra civilización cristiana? No olvidemos que hasta hace unas décadas esa concepción esencial de la familia y del matrimonio eran la base de las relaciones en la sociedad, y marcaba las leyes y costumbres. Pero, por una verdadera ilusión, por un canto de sirenas, se hizo creer a los católicos que era generoso dar la espalda a sus principios de orden.
La actual sociedad ha olvidado que el matrimonio católico es necesario para el equilibrio de ella misma. Por eso debemos hacer conocer a los que nos rodean los principios fundamentales de la organización de la sociedad de acuerdo con la moral católica, lo que muchos de nuestros compatriotas ignoran hoy. Y es que la espalda al orden cristiano es cobijar una ruina perpetuada.
Abandonar los Mandamientos de Dios o simplemente despreciarlos no sólo nos hará imposible alcanzar la felicidad que nos está reservada más allá del breve espacio de tiempo asignado a la existencia terrena, sino que el propio fundamento en la que reposa la verdadera civilización vacilará y no podremos esperar otra cosa que ruinas sobre las que sólo nos queda llorar.
Y es que la familia es la cuna de las civilizaciones y, sin ella, no sólo no se formarían los pueblos, ni las sociedades, y las civilizaciones no se desarrollarían, una vez que éstas no se sustentan sin la institución familiar, del mismo modo que un árbol no se sustenta sin sus raíces.
Es importante recordar hoy y ahora, para que no nos impongan otra ideología tan de moda hoy, que la familia es anterior al Estado, ya que el desarrollo de la sociedad y después los Estados, nacieron de la familia.
Precisamente porque la familia es el elemento orgánico de la sociedad, todo atentado perpetrado contra ella es un atentado contra la humanidad.
En una perspectiva emanada de las raíces mismas de la realidad, hay que decir que la esencia y el cometido de la familia, en última instancia, es definida por el amor. Razón por lo que la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia, su esposa.
La familia es, pues, una comunidad de amor mutuo. Dios puso en el corazón del hombre y de la mujer, como instinto innato, el amor conyugal, el amor paterno y materno, el amor filial. Por consiguiente, querer arrancar y paralizar este triple amor es una profanación que por sí horroriza y lleva a la ruina patria y humanidad.
La ruptura de los lazos de amor que unen el núcleo familiar por la trasgresión y abandono de la ley de Dios, se manifiesta en la desintegración familiar, situación que sin duda cobra influencia en el desarrollo de sus miembros, provocando así el quiebre en los roles de sus integrantes, ya que, por su incapacidad de desempeñarlos en forma consciente y obligatoria origina conflictos, disputas y otras, dando como resultado la insatisfacción de las necesidades primarias de sus miembros.
La estructura de la vida familiar ha ido cambiando constantemente, los matrimonios han decaído, los divorcios y las separaciones ha aumentado, y en numerosos hogares un solo miembro sigue asumiendo el papel de madre y padre a la vez. Todo esto sigue causando preocupación, especialmente cuando se refiere a amenazas al bienestar físico, mental y moral de los hijos, por ser los más vulnerables a estas situaciones y, más aún sabiendo que de alguna manera todo ello influye el rendimiento futuro.
Amén de los efectos psicológicos producidos en los hijos por el divorcio, principalmente en los más pequeños, pudiendo reaccionar con una actuación abrasiva, rehusando cooperar o retrayéndose en sí mismos. Los más jóvenes sintiendo mucha tristeza o experimentar un sentimiento de pérdida. Los problemas de comportamiento son muy comunes entre los hijos de los divorciados y en el mayor de los casos, muchas veces se dan problemas de drogadicción, vicio y violencia.
En cualquier caso, la realidad familiar es que ha decaído, en tanto que, los divorcios y las separaciones han aumentado, al tiempo que se han incrementado los nacimientos fuera del matrimonio y en un número creciente de hogares las mujeres han tomado las riendas del hogar. Tanto a nivel urbano como rural estas tendencias son consideradas como indicadores de una desintegración familiar.
La familia que ha sido y es la célula del cuerpo social y la unidad básica de la organización en sociedad, hoy es la responsable de constituir en todas partes la raíz amarga y prolífica de numerosos males: como el rechazo de reconocer la Majestad Divina, la trasgresión de la ley moral, cuyo origen viene de lo Alto, o aún esa detestable inconstancia que hace vacilar entre lo lícito y lo prohibido, entre la justicia y la iniquidad. Pero, ¿cómo el bien público y la gloria de la vida civilizada pueden tener la mínima garantía de estabilidad cuando el derecho es falseado y la virtud despreciada y criticada?
Traigo ahora a coalición para su reflexión esta frase profética de Pío XII en su Encíclica Sertum Laetitiae de 1 de noviembre de 1939: “Entonces se levantan los egoísmos ciegos e inmoderados, la sed del placer, el vicio del alcoholismo, las modas impúdicas y dispendiosas, el aumento del crimen, aún entre los menores, la ambición del poder, el abandono de los pobres, la avidez por la riqueza mal adquirida, la deserción del campo, la superficialidad al casarse, el divorcio, la desagregación de la familia, el enfriamiento de la afección mutua entre los padres y los hijos, la baja de la natalidad, el debilitamiento de la Nación, la disminución del respeto por la autoridad, la sumisión servil, la rebelión, el abandono del deber hacia su país y hacia la humanidad”. ¿Os suena de algo? Es un negativo fotográfico real de nuestra sociedad actual.
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