Por Gonzalo Ibáñez Santa María
Como era de esperar, ayer viernes se vivió en Chile una nueva jornada de violencia y de vandalismo. Como siempre, el epicentro fue la Plaza Italia de la capital, pero esta vez el afán de causar daño llegó hasta el extremo de haberse intentado el incendio y la destrucción total tanto del monumento al general Baquedano como de la tumba del Soldado Desconocido que yace a sus pies.
Abruma la impasibilidad del gobierno de cara a estos desmanes ¿Por qué no coloca este lugar bajo la tuición del Ejército? ¿Cómo es posible que esto suceda todos los viernes esperando ahora en marzo extenderse a otros días y a muchos otros lugares? ¿Es que la figura del General Baquedano y la de los soldados chilenos que han caído en defensa de la patria, no le dicen nada al gobierno que las entrega sin defensa al vandalismo? ¿No se da cuenta que al vandalizar esas figuras y aun al quemarlas lo que se pretende -y se logra- es vandalizar, humillar y quemar al mismo país?
El general Baquedano no es una figura alegórica que represente, por ejemplo, el verano, la tristeza o la alegría como lo hacen tantos otros monumentos en plazas públicas. El hecho de que ahí se haya puesto su estatua es, por cierto, una demostración de gratitud y de homenaje que el país le rinde por los servicios que le prestó; pero, por eso mismo, él en ese monumento encarna a toda la patria. Chile no sería el mismo que es sin la contribución inestimable del General Baquedano.
Por eso, cuando permitimos que esa imagen suya sea impunemente vandalizada, una semana detrás de la otra, estamos contribuyendo a que sea la imagen del país la que sufra ese vejamen. Estamos proclamando que poco y nada nos importa nuestra historia, que es lo mismo que decir que poco y nada nos importa el mismo país.
Es cierto que una posibilidad es la de trasladar el monumento a otro lugar que le brinde más protección. Pero, el solo hecho de que aceptemos que no pueda seguir donde está, ya constituye una contribución para desvalorizar su figura y, con la de él, la del país. Protegeríamos la materialidad del monumento pero no la del espíritu que lo anima. La figura del General Baquedano, ahí donde está, constituye para todos un recuerdo de nuestra historia y una bocanada de ánimo para seguir construyéndola en la senda que él nos marcó.
Está claro entonces que en la Plaza Italia de la capital no se juega una pura cuestión de orden público, o de libertad de circulación para personas y vehículos, sino algo mucho más profundo. De algún modo se juega el mismo ser de nuestra patria, hasta el punto de que viendo este monumento en llamas y a punto de caer, no podamos dejar de pensar que, tal vez, sea nuestro propio país el que está a punto de sucumbir.
Este artículo se publicó en despiertachile.cl
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