Un servidor está a favor de que se celebren las manifas del 8M, esa orgía de locas fuera de sí debidamente calentadas por los y las que las pastorean, aprovechándose de su debilidad mental y de carácter, y por los mamporreros del poder que unen su dignidad a la corrección política.
Antes de que se me eche encima alguien por lo que he escrito antes de la primera coma, intentaré explicarme. Eso sí, no voy a explicar nada de lo escrito a continuación de esa coma porque nadie se me va a echar encima por eso. Supongo que las locas no me leen, o si alguna lo hace cree que soy demasiado irrelevante como para insultarme, aunque tal vez se equivoque y sea que solamente su debilidad mental le impide emprenderla conmigo.
La primera razón es la legal. Ya sé que no es la más importante, pero empiezo por ella para dejarla a un lado pronto. Nuestra querida ley orgánica que regula estos asuntos de reunirse y manifestarse dice que esas manifas no hay que autorizarlas (basta con comunicarlas) y que solamente cuando la autoridad gubernativa considerase que existen razones fundadas de que puedan producirse alteraciones del orden público, con peligro para personas o bienes, podrá prohibir la reunión o manifestación.
Así que ya está. Ninguna ha sido prohibida porque puedan producirse alteraciones de orden público. Nada más debería decirse del tema, salvo que estamos ante otra vulneración del tan cacareado estado de derecho, pues una resolución de un delegado del gobierno puede saltarse la constitución, las leyes orgánicas sin temor a que le pase nada. Porque de los recursos presentados ante los tribunales me fío menos que de un mono con dos pistolas, aunque me gustaría que dieran la razón (esta vez) a las locas.
Por otro lado, me hace gracia que solamente se hayan prohibido en Madrid, pues la arbitrariedad y la falta de coherencia en las decisiones del mismo poder, reafirma mis convicciones en la absoluta ilegitimidad del Estado que tenemos. En cuanto a su malicia, a la vista está.
Otra razón es la legitimidad. Lo acabo de decir, el Estado no la tiene para prohibir al pueblo que salga a la calle y diga lo que quiera. Es sabido, no voy a repetir aquí los argumentos que otros de muchísima más altura que yo han ido desgranando en sus publicaciones, pero no por sabido debemos de dejar de recordarlo.
El pueblo tiene que controlar al poder y no al revés. La calle es nuestra, no suya, las ideas son nuestras, pero también lo son nuestras vidas y nuestras propiedades. Mientras yo no haga daño a nadie, el poder no debe impedirme nada. Y salir a la calle a gritar no hace daño a nadie.
¡Cuidado!, que hemos topado con el gran tabú de nuestros días. ¿Cómo se atreverá este tipo a decir que salir a la calle a gritar (en compañía de otros) no hace daño a nadie?, dirán muchos. ¿Y el virus? ¿Y la distancia social? ¿Y los asintomáticos? Será un -ista, seguro.
Pues bien, atendiendo a todo lo publicado, estudiado y reflexionado durante el año distópico que llevamos, ni el virus se expandió exponencialmente por el 8M pasado (ya lo había hecho), ni lo va a hacer por este. Los datos son tozudos, pero presentados por los medios de incomunicación parecen lo que ellos quieren que parezcan.
Si uno despierta un poco, se dará cuenta que todos los días se reúne gente a gritar todos juntitos en las diversas televisiones que pueblan nuestro espectro electromagnético, se reúnen en colegios (donde no deberían gritar mucho), se reúnen en campos de fútbol de categorías inferiores, se reúnen en terrazas, en el seguro segurísimo metro y hasta, para su desgracia, en las colas del hambre. Y no pasa nada. Nada especial, al menos.
Y la razón última (de las que se me ocurren esta mañana) es que, si las manifas de las locas se celebran, puede (solamente puede) que a muchos se les (nos) caiga la cara de vergüenza de ver cómo ellas pueden salir a gritar en público sus complejos, sus taras y ellos están en casa debidamente obedientes mientras sus negocios, sus trabajos, sus centros de salud se cierran y su vida, su propiedad y su libertad desaparece.
Aunque me temo que, aún viéndose (viéndonos) expuestos de semejante e infame manera, no serán capaces de hacer nada.
Por cierto, y como colofón a lo dicho al principio, dedico el siguiente párrafo (extraído de la ley antes nombrada de reunión y manifestación) a todos los papanatas que creen que cuando prohíben las reuniones en los domicilios, es porque la ley se lo permite, y tragan con el asunto como con todo lo demás:
“Se podrá ejercer el derecho de reunión sin sujeción a las prescripciones de la presente Ley Orgánica, cuando se trate de las reuniones siguientes:
a) Las que celebren las personas físicas en sus propios domicilios. b) Las que celebren las personas físicas en locales públicos o privados por razones familiares o de amistad.”
Si no están sujetas esas reuniones a esa Ley Orgánica, imaginen a un simple Real Decreto o a una norma de cualquiera de los caciques autonómicos o locales que nos gobiernan.
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