El 8M se ha convertido en un aquelarre desagradable con toda la carga ideológica progre impuesta y exigiendo que se acepte del todo a riesgo de ser señalado como machista y demás “istas” políticamente incorrectos. Y así se exige a la sociedad que compre el pack completo, indivisible. Y en el pack no puede haber más falsedades ni se puede mentir con más descaro acerca de la verdad sobre la mujer, sobre el hombre y la complementariedad de ambos. Por ello, este tema da para hacer muchas reflexiones relacionadas.
Como el 8M se ha convertido en una fiesta de la demagogia hembrista, y de las frikadas “pijiprogres”, de ahí solo podemos concluir que van a hacer de nuestra época la más patética de nuestra historia. Sin olvidar que las manifestaciones hembristas del 8M el año pasado costaron 20.000 vidas por celebrarse durante la primera ola de la pandemia vírica y por no haber tomado las medidas necesarias cuando la información disponible ya permitía conocer que el 8-M representaba un peligro para la salud pública. ¿Recordáis esas pancartas con aquel disparate del letrero estúpido de “El machismo mata más que el coronavirus”? Pues la realidad que hemos visto es que el machismo mata mil veces menos que el coronavirus, y mucho menos que el hembrismo, pues en ese momento el actual gobierno hembrista ya sabía lo de Wuhan en China, y que el norte de Italia ya se encontraba en apuros. Este año, Sanidad ya ha avisado a las hembristas de que en este momento las manifestaciones del 8-M no proceden por coherencia y dada la situación epidemiológica que tenemos, pero las hembristas quieren recordarnos su “hazaña” del año pasado, cuando confinar siete días antes habría salvado más de 20.000 vidas en la primera ola en España. Repitámoslo para que no se olvide: 20.000 vidas nos ha costado el hembrismo del gobierno que durante la primera ola no confinó antes para poder celebrar el 8M, pues varios estudios apuntan hacia conclusiones similares: confinando una semana antes se habrían salvado más de 20.000 vidas. Y sabemos ya que existían, al menos desde el 2 de marzo, advertencias de varios servicios sanitarios (como el ECDC de la UE) aconsejando tomar medidas para enlentecer la transmisión en la población o evitar los actos multitudinarios, pero el gobierno y el “sabio” Don Simón desoyeron esas advertencias, y eso se llama homicidio imprudente o doloso múltiple. Pero además los autores del estudio dicen haber informado en su día de manera precisa al gobierno con antelación: «El ministro Illa y Fernando Simón, con información aún más precisa que nos requirieron, tardaron dos semanas más”. Ahí queda eso para que sigan diciendo que “el machismo mata más que el coronavirus”.
Pero, un Día de la mujer trabajadora sí da pie para pararnos un momento a recordar lo que es la identidad femenina, por qué es diferente de la masculina, y por qué ambas son complementarias. Ahondar en lo que es propio y exclusivo de la mujer, y también recordar que en muchos países no occidentales, la mujer no tiene los mismos derechos que el hombre y no es valorada ni respetada. Pero curiosamente, es en los países occidentales, en los que la mujer tiene los mismos derechos que el hombre y en algunos casos incluso más, en los únicos que existe un hembrismo institucional.
Durante los últimos años hemos padecido una apropiación indebida del concepto de mujer y todo lo asociado con ella por parte de una corriente impulsada por lobbies feministas radicales, algunos medios de comunicación y partidos políticos. Esta nueva “cultureta femiprogre” se ha impuesto en el pensamiento social introduciéndose sin límites y aplastando cualquier insumisión a los dogmas del feminismo y del género. Los nuevos postulados del feminismo responden a un modelo de mujer y sociedad que solo algunos comparten pero que se está imponiendo en una batalla cultural donde no existe otra alternativa. El enfrentamiento de sexos, y de mujer contra varón es el fundamento dialéctico para la supuesta promoción de la mujer. Feminismo y machismo son términos que hoy implican el desprecio al sexo contrario, la lucha y la confrontación entre ambos. Y en paralelo, se ha ido arrinconando hasta hacerla inexistente, una visión de la mujer diferente pero complementaria al hombre, igual que él ante la ley pero dotada de una naturaleza distinta y con necesidades también distintas. Y así, se arrincona la feminidad y la maternidad. En el entorno laboral la mujer es discriminada por ser madre, no por ser mujer sino por ser madre, la que lo sea o lo quiera ser, no se valora ese plus que la maternidad aporta al currículum, no se apuesta por la verdadera conciliación y el mobbing maternal es una realidad ignorada. Incluso se pretende que en el propio hogar se anule el valor de la maternidad y la dedicación exclusiva a la familia, y quienes han elegido esa opción son condenadas a la muerte civil y social, y se han convertido en mujeres invisibles.
Por todo ello, es necesario proponer a la sociedad un nuevo enfoque femenino alejado de planteamientos ideológicos del hembrismo institucional y que está llamado a afrontar la batalla cultural e imponerse por su realismo, y su capacidad de reconocer la verdad de la naturaleza humana y dar respuestas prácticas a los verdaderos retos de las mujeres del siglo XXI.
Lo cierto es que son las mujeres trabajadoras, las madres solteras, y las “mujeres invisibles” que han optado por dedicarse completamente a su familia o que con la estructura del mercado laboral, no tienen opciones para conciliar trabajo y familia, las que más ayudas merecen, y las que menos se quejan. Son ellas las que más merecen toda la dedicación, pero no un día sino todos los días del año.
Pero para poner las cosas en su sitio y volver a un orden natural de las cosas, es preciso desmontar todas y cada una de las mentiras que nos han dicho en base a la ideología de género que pretende sustituir a la biología de los sexos.
La primera mentira es que no exista diferencia alguna entre los sexos más allá de las impuestas socialmente. Existen diferencias sexuales que no son solo las genitales sino en todo, pues el par de cromosomas sexuales (XX / XY) están en todas las células del cuerpo humano, por lo que una operación de cambio de sexo no cambia de sexo sino que convierte a un hombre en un hombre castrado o a una mujer en una mujer con un postizo. Así, ser hombre es tener todas las células del cuerpo marcadas por los cromosomas XY, y ser mujer es tener todas las células del cuerpo marcadas por los cromosomas XX. Pero sigamos explicando lo que es ser mujer (y sus diferencias con el hombre) para los que sustituyen la biología por la ideología de género. Ser mujer es contar con el órgano con mayor capacidad de aumentar su tamaño: el útero (hasta mil veces). Ser mujer es producir la célula más grande del cuerpo humano: el óvulo. Ser mujer es tener la piel más fina y con menos grasa que la de los varones, a pesar de tener ellas más tejido adiposo. Ser mujer, a riesgo de caer en un tópico, es presentar más curvatura en su silueta que los hombres, pero no por casualidad, sino porque tiene una funcionalidad asociada: contar con un cuerpo diseñado para albergar, dar vida y amamantar a una nueva persona, es decir, la maternidad. Ser mujer es vivir con un reloj biológico que aproximadamente cada 28 días pasa por picos y caídas hormonales, motivo por el que las mujeres tienen el ánimo más susceptible de cambios. Ser mujer es contar con unas cuerdas vocales que se mueven más rápido y hacen así más agudo el tono de voz, porque su morfología laríngea es también diferente, y ahí tienen receptores hormonales sexuales que permiten el cambio vocal propio de la pubertad. Pero vamos a lo más importante: Ser mujer es tener un cerebro diferente. El cerebro del hombre es de mayor tamaño y de más peso, lo que no significa ser más inteligente por eso. Ser mujer es presentar más simetría en el cerebro y tener mayores conexiones interhemisféricas a nivel cerebral, motivo por el que las mujeres tienden a conectarlo todo y cambian muy fácilmente de tema. Pero que el cerebro sea diferente no se traduce en mayor o menor inteligencia sino en que procesando la información de manera diferente, mujeres y hombres podemos llegar a las mismas conclusiones. Las diferencias de inteligencia entre hombres y mujeres si las hay, pero no por tener un mayor o menor C.I. de media sino por destacar más en unos u otros tipos de inteligencia. Por ejemplo, las mujeres suelen destacar más en inteligencia verbal, y los hombres suelen destacar más en inteligencia espacial. Por otro lado, las puntuaciones en inteligencia general, en las mujeres hay una mayor tendencia a la media en una distribución normal, mientras que en las puntuaciones extremas suele haber más hombres, tanto en los deficientes mentales como en los superdotados. Este es el motivo por el que la mayoría de los genios en todas las disciplinas a lo largo de la historia han sido hombres, y no por haber tenido a las mujeres históricamente discriminadas. Del mismo modo que desde que la mujer ha accedido a estudios superiores se ve claramente cuales son sus intereses, puesto que son ellas las que deciden lo que quieren estudiar, y así debe ser. Y se ve que hay muchas más mujeres que hombres en los estudios relacionados con la salud y la educación (Medicina, Farmacia, Psicología, Pedagogía), lo que tiene una explicación evolutiva, y es que de siempre, las mujeres han sido protectoras de la prole, y por eso se sienten atraídas por esos estudios. Por el contrario, en las carreras técnicas sigue habiendo mayoría de hombres sin que hoy nadie le diga a nadie lo que tiene que estudiar…. Hasta que han llegado las políticas de la igualdad, que pretenden igualarlo todo, y pretenden decir a las mujeres lo que tienen que estudiar, hasta el punto de que se ha propuesto pagar a las mujeres el primer año de las carreras técnicas para que las mujeres se inclinen por estudiar ingenierías, por ejemplo. Pero lo contrario no, no se ha propuesto a los chicos pagarles el primer año de Enfermería, por ejemplo, para que haya más hombres que estudien esa profesión feminizada.
Respecto a las diferencias psicológicas y de la personalidad entre hombres y mujeres, el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung (1875-1961) tiene un libro titulado “El secreto de la flor de oro” (1929), en el que habla de la integración de los opuestos, como el Ying y el Yang, o como el arquetipo del ánima y el ánimus. Para Jung, los arquetipos son inconscientes pues son el material psíquico contenido en el inconsciente colectivo, que no proviene de nuestra experiencia personal propia, y se forman durante la evolución filogenética a lo largo de las generaciones durante milenios, y que se encuentran en las experiencias de los pueblos distintos y distantes en su desarrollo o memoria filogenética, que no hay que confundir con sus representaciones conscientes como son los temas o motivos mitológicos que aparecen en los cuentos populares y en las leyendas de distintas épocas y culturas. Naturalmente, cada cultura, y cada época en cada cultura tiene sus arquetipos. Las conductas en sí mismas no son un reflejo de arquetipos. Los arquetipos no son conscientes, no se expresan conscientemente, son inconscientes, se heredan y sólo se expresan conscientemente a través de símbolos, que son las representaciones de los arquetipos. Por eso no hay que confundir el arquetipo con su representación. Por ejemplo, un arquetipo es la madre, mientras que Venus, la Virgen o la Iglesia, son representaciones del arquetipo de la madre.
Los arquetipos son muchos, y entre ellos están el hombre y la mujer. Pues, bien, uno de los arquetipos del sujeto en los que Jung se centra para explicar la dinámica de la personalidad es el ánima y ánimus, que como hemos dicho, es muy similar al Ying y el Yang, y hace referencia a la complementariedad de los dos sexos.
Como he dicho, los arquetipos son contenidos psicológicos inconscientes, que se expresan conscientemente a través de símbolos y representaciones. Sabemos que parte de nuestra conducta está motivada por factores inconscientes, y que la mitología es la explicación de una representación de un arquetipo, donde el símbolo es la representación del arquetipo. Pues bien, el ánima es la parte femenina de los hombres, lo femenino del hombre. Y el ánimus es la parte masculina de las mujeres, lo masculino de la mujer. Este arquetipo del ánima y ánimus tiene mucho que ver con las relaciones sociales, y se forma porque todas las personas, hombres y mujeres, hemos estado en contacto con otras personas del sexo opuesto, y se han incorporado al inconsciente colectivo, de forma que parte de la experiencia de los hombres adopta pautas femeninas (ánima), y parte de la experiencia de las mujeres adopta pautas masculinas (ánimus). Algunas experiencias no masculinas del hombre se disocian y se canalizan en el ánima (la parte femenina del hombre). Del mismo modo, algunas experiencias no femeninas de la mujer se disocian y se canalizan en el ánimus (la parte masculina de la mujer). Y este arquetipo, como todos los arquetipos (herencia psicológica), y al igual que los instintos (herencia biológica), se hereda. Los institintos forman parte de la herencia biológica, y los arquetipos forman parte de la herencia psicológica, que Jung llama inconsciente colectivo. Por tanto, los arquetipos los heredamos, y se expresan conscientemente a través de símbolos y representaciones. De este modo, la especie humana es una especie sexuada en la que los dos sexos son dos polos complementarios. Cuando no se reconoce esta bipolaridad hay problemas de relación con el otro sexo. En este sentido, se podrían traer a colación los estudios sobre evaluación psicológica del género, los roles de género y las Escalas de feminidad y masculinidad y sus características psicológicas y conjunto de rasgos más deseables según la cultura para hombres y mujeres, de la psicóloga norteamericana Sandra Bem (1944-2014), el Bem Sex Role Inventory (BSRI) o Inventario de roles sexuales de Bem, (1974). De todo esto se desprende que la homosexualidad es una conducta sexual desviada, una desviación de la identidad sexual, teniendo en cuenta que la identidad sexual es un arquetipo. Y en el arquetipo de la identidad sexual, la conducta homosexual es una desviación de la conducta sexual. Existen diferentes tipos de homosexualidad, siendo la menos frecuente la de tipo genético, debida a una alteración cromosómica en el par de los cromosomas sexuales (XX, XY). La gran mayoría de los homosexuales lo son por razones de educación, donde hay numerosos casos de hijos de un padre rígido y una madre sobreprotectora, y sin olvidar que los niños aprenden por imitación (aprendizaje vicario), y los modelos que aprenden se sus padres y educadores los incorporan a su experiencia, aprendizaje y conductas en el futuro. Todo lo dicho sirve para entender la complementariedad entre los dos sexos, y que no se entiende la feminidad sin la masculinidad ni la masculinidad sin la feminidad, y que no se puede hablar de igualdad real entre dos sexos que, como hemos visto, son diferentes en todo. Por supuesto, la igualdad en derechos y deberes, la igualdad de oportunidades, la igualdad en dignidad, y la igualdad ante la ley de hombres y mujeres es algo justo y necesario. Pero a partir de ahí, no hay más igualdad, sino equidad, tan necesaria para la mujer en algunas circunstancias y situaciones, especialmente las relacionadas con la maternidad.
En conclusión, es justo y muy loable reconocer los pasos de aquellas mujeres que obtuvieron los primeros logros en la igualdad de derechos y de oportunidades, como aquellas sufragistas, pero hoy el feminismo significa hembrismo, odio y criminalización del varón, victimismo, supremacismo hembrista, lucha de sexos, rechazo a la masculinidad, a la feminidad y a la maternidad, y todo eso no tiene nada de defendible. Hace mucho que el feminismo ha descarrilado y se ha convertido en un hembrismo institucional. Hoy la mujer necesita otro ‘feminismo’ muy diferente, uno que ponga el foco en el reconocimiento de su identidad propia y exclusiva, y su complementariedad con la identidad masculina, que ha de ser también reconocida y valorada. En definitiva, un movimiento social que ayude a la mujer a ser mujer y a que los hombres sean hombres, que devuelva a la mujer su verdadera y completa identidad, en complementariedad con el hombre, así como su papel como mujer en su familia, en la sociedad y en el mundo laboral.
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