Indudablemente, España vive, hoy y ahora, sus momentos más duros desde la mal llamada Transición, ya que fue ruptura.
Efectivamente, los tiempos crueles que estamos viviendo son la consecuencia de aquella ruptura, que cambió el régimen de gobierno establecido en España durante 36 años, y nos implantó un estado democrático, realizado, según sus hacedores, de forma ejemplar, fruto, para unos, del dialogo y del consenso, y para otros de la traición y del perjurio, y que recibió el aplauso de la mayoría de las naciones -aquellas mismas que mantuvieron a nuestra patria con cerco internacional de los años 40-, y que además, consideraron la Transición como modelo a seguir.
Si eso fuese verdad, como también afirman los medios de comunicación, y la Transición fue realmente “modélica”, sus frutos deberían haber sido asimismo ideales para España. Sin embargo, todo el mundo sabe, que el “estado del bienestar”, dado por muchos por descontado, está minado y exhausto por una grave crisis económica y social que venimos arrastrando hace décadas. Existe, además, una destacada crisis del sistema político y el aparato del Estado, en que se incluye la Constitución, la Corona, el Tribunal Constitucional y el Estado de las autonomías. Amén de la crisis moral y de valores que hunde al pueblo español.
Ante tal situación, creo que ha llegado la hora de tomar conciencia de ella y remar juntos, para aplacar y terminar con este remolino de fraudes, malversaciones, cohechos, blanqueo de capitales, prevaricaciones, tráfico de influencias, exacciones ilegales, enchufes, estafas, abusos de funciones, violación de secretos, etc., que está sufriendo nuestra Patria, provocados, alimentados y consumados por una “elite” de mediocres acomodados. Y así podremos lograr la recuperación deseada, sin olvidar ese refrán tan nuestro y tan español que nos recuerda “que quien siembra vientos, recoge tempestades”.
En fin, resumiendo. Como decía Antonio Aparisi y Guijarro: »Cuando el sistema parlamentario se aplicó en España, el infierno se hubo de alegrar, porque es un medio maravilloso de dividir lo que está unido; de pudrir lo que está sano; de convertir un pueblo de gigantes en un pueblo de jorobados’‘.
Y ante este cuadro de verdadero desguace aciago, corrupto en descomposición, ¡mirad ahora a España! ¿La reconocéis? ¿Cómo explicar la situación en que nos encontramos, con una crisis galopante, una desunión regional, un paro alarmante, una juventud sin fututo, una destrucción sorprendente de los valores humanos, un comulgar con la transgresión descubierta, y una desmembración sin paliativos de nuestra Patria? ¿Es que no tenemos derecho a justicia, a defender nuestro patrimonio, futuro y paz? ¿Acaso la ceguera, el egoísmo, la injusticia, el separatismo, la maldad y los malvados pueden darnos verdaderos caminos de la justicia en el amor a la Patria? ¡Mirad detenidamente! ¿No son los partidos y el aplauso a la iniquidad y al crimen, los que están inmersos y manejados por una organización invisible, que quiere destruir hombres, familia, sociedad, Patria y a Dios mismo si pudiera? Ya no es solamente la perversión, la deshonestidad y la inmoralidad, el espíritu de destrucción es la amoralidad. Es un hacer una Patria sin Dios.
Al igual que se promulgó una Constitución sin parlamentarios constituyentes, porque fueron elegidos para legislativos, todo ha sido tergiversado, embrollado y falseado, razón por la que una vez más no nació España. Por eso o saltas como el que es acometido por una fiera o, lo que es aún peor, por una serpiente venenosa con pretensión de ángel demócrata, o seguirá España sin nacer a la justicia; y vosotros también, enteraros bien, pues los problemas que hoy sufre España, si seguimos pasivos, seguirán sin la luz y sin la ley que se requiere para solucionarlos.
El ser de nuestra Patria está en peligro, y para salvarlo es necesario que sea arrojado fuera de todos los estamentos lo que es nocivo, ineficaz o pura ficción de estos tiempos, bien sean leyes, conceptos, hombres. Todo lo que no da fruto, o aun lo que es peor, lo que trajo tras de sí la destrucción, el mal a la Patria o a sus hombres, no debe tener sitio en España, y en contraposición a la sentencia de ese minúsculo ex ministro de defensa socialista, José Bono, que en los albores del siglo XXI, se atrevió a afirmar que “en España no cabe más que lo que cabe en la Constitución”; recordemos que la Patria, es la principal protagonista de lo que cabe o no en España, pues es la razón de ser de esa Constitución, y que amar a la Patria con amor maternal es satisfacerla en su andadura común con leyes justas y conceptos verdaderos que den cabida solamente a los hombres con auténtica e indiscutible dignidad y que sean temerosos de Dios. No podemos fiarnos de las palabras suaves y engañosas que solo velan por sus propias ambiciones como trayectoria única de vida, como los que son progresistas con lo ajeno. Si seguimos en la mentira todo permanecerá oculto. En la verdad todo saldrá al descubierto, y nada permanecerá escondido, y de lo ocurrido deberá hacerse un exhaustivo informe para conocimiento de la historia y defensa del hombre. La justicia, vida del hombre, reclama sus derechos, no como venganza, que es de Dios, sino como equidad que de ella es depositario el hombre y sabe (sobre todo si se es católico) que transgredirla engendra destrucción.
Tú eres la Patria; vosotros sois la Patria; todos somos la Patria y en nosotros está la solución. No voy a deciros lo que ya conocéis, porque no sois ciegos y por tanto sabedores del problema y de su solución, y si no salimos al paso la hecatombe que se cierne sobre España hará que seamos tachados de cobardes por nuestros descendientes, porque bajo ningún motivo y circunstancia debemos permitir dejar de creer en nosotros mismos y en nuestra querida España; no en la oficial, sin respeto a la esencia de los españoles, emergida como un mal aborto, por las circunstancias, introducidos por la puerta del engaño y la traición antidemocrática. Sino en la Patria que muchos juramos defender hasta con la última gota de nuestra sangre. La Patria que ha de nacer en todo coherente, un recipiente de sangre de hermanos, un trozo de Cristo, donde la libertad de hacer el bien sea una realidad palpable, vivida, fuente de verdadero progreso y sin más fronteras que las impuestas por el amor. No aplaudamos la injusticia ni toleremos lo inicuo que sobradamente se conoce, que cada uno opine según su idea, pero si la idea lleva consigo la destrucción del hombre, de la familia, de la sociedad, del pueblo, de la región, de la Patria y de Dios, alejémosle de nosotros con cuantos medios sean necesarios, por encima de nuestras vidas, más allá de la muerte, venga de donde venga, y sea quien quiera que fuese, sin más temor que transgredir la verdad de que sólo es Dios. El ser de nuestra Patria, como la deseamos todos los españoles de bien, se fundamenta y ha de fundamentarse siempre en la Verdad, en el Ser, en Dios y para Dios.
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