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Análisis

San Patricio: El Dia de Irlanda, y la adulteración de la tradición céltica por la “New Age”

Es en el contexto de esa amalgama que recibe el nombre de “New Age”, donde se van a producir las mayores aberraciones sobre la percepción de lo sagrado y la sociedad célticas.

Por Olegario de las Eras (este artículo se publicó en la revista Tierra y Pueblo)

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El 17 de marzo celebramos San Patricio, el día de Irlanda.

A mitad de camino entre la historia y la leyenda, un britano-romano llamado Patricius llevó la fe cristiana a la Irlanda de los druidas y los clanes celtas. En su honor, durante siglos cada 17 de marzo Irlanda viene celebrando la festividad de San Patricio, patrón de Irlanda. Irlandeses de todo el mundo en la actualidad recuperan imágenes de tréboles y leprechauns (duendes irlandeses), entonan sus canciones tradicionales, beben cerveza y se intercambian regalos. Pero. ¿quién fue San Patricio?

Existen pocas evidencias históricas de la vida de San Patricio, salvo dos escritos suyos que narran su cautiverio y su misión, aunque sin poner fechas. De hecho, sus primeras hagiografías (vidas de santos) datan del siglo VII, un siglo y medio después de su muerte, y hoy hay estudios que concluyen que muchas referencias atribuidas a Patricio corresponderían en realidad a Palladius, un diácono enviado para evangelizar Irlanda. No obstante, suelen darse por buenos los siguientes datos:

Patricio nació alrededor del año 387 en Bennhaven Taberniae, en la isla de Gran Bretaña. Era hijo de un diácono y nieto de un sacerdote cristiano, que a los 16 años cayó prisionero de piratas irlandeses que lo vendieron como esclavo en la isla de Irlanda. Tras varios intentos, logró huir seis años después, regresando con su familia. Su fe había crecido durante el cautiverio y más adelante llegó a ser diácono e incluso obispo de la Iglesia, tras lo que decidió volver a Irlanda como misionero para predicar el Evangelio. En una isla que en esos tiempos se encontraba dividida en numerosos clanes celtas sometidos a la poderosa autoridad de los druidas, Patricio supo adaptarse muy bien a la sociedad irlandesa, respetando sus tradiciones y costumbres propias, lo que le permitió fundar varias comunidades cristianas y formar un clero local, germen de una iglesia celta caracterizada por la integración de tradiciones, como la cruz celta (en que se mezcla el crucifijo de Cristo con el sol de los celtas). Hay que tener en cuenta que Irlanda nunca fue romanizada, que las tropas de Roma nunca cruzaron el mar que separaba Britania (Gran Bretaña) de la vecina Hibernia (que era como denominaban a Irlanda). Así, la evangelización no la impusieron las legiones como en el resto de Europa, sino la voluntad de este misionero voluntarioso que, según la tradición, supo explicar los misterios de la religión cristiana al pueblo celta de la mejor manera en que podían entenderse. Patricio murió, según distintos estudios, en torno al año 461 ó en el año 493. En el siglo VII se le nombró santo patrón de Irlanda, honor que comparte con Santa Brígiday San Columba. Numerosas leyendas y tradiciones han elevado a San Patricio al lugar que ocupa. Se le atribuye, por ejemplo, la hazaña de haber librado la isla de serpientes. ¿Cómo explicar, si no, que en Irlanda no existan ofidios silvestres, al contrario que en Gran Bretaña? Aunque la tradición más popular es la que narra cómo San Patricio supo explicar a los nativos irlandeses en qué consistía el misterio de la Santísima Trinidad. Para que todos entendieran eso de que Dios era uno y trino, con tres personas distintas (Padre, Hijo y Espíritu Santo), Patricio utilizó un trébol, tan extendido en la isla, porque un mismo tallo presenta siempre tres hojas.

Pero aparte de San Patricio, para hablar de Irlanda hay que hablar de los celtas y de la tradición céltica, y entonces es preciso tener en cuenta en primer lugar lo erróneos que son los sistemas de interpretación modernos aplicados a las tradiciones y mentalidades arcaicas, basados en los esquemas de pensamiento desarrollados en el siglo XIX, hijos (engendros más bien) surgidos de las entrañas de la Ilustración. Mediante prejuicios como el primitivismo y el totemismo o conceptos como tabú o maná, se intentaban explicar realidades espirituales, anímicas, conceptuales, rituales, etc., que nada en absoluto tenían que ver con ellos. Pero estas visiones del pasado, propias de los planteamientos teóricos del siglo XIX, resultaban hasta cierto punto inocuas mientras se mantenían encerradas en el restringido ámbito de los especialistas. Síntoma de un estado mental particular del Occidente contemporáneo, pero poco más. Sin embargo, la propia evolución (involución más bien) de Occidente, puesta de manifiesto tanto en la renuncia a la dimensión de lo sagrado por las ideologías dominantes (del liberalismo al marxismo, y del positivismo al psicoanálisis) como en el “aggiornamento social” de la Iglesia Católica tras el Concilio Vaticano II, ha producido en amplios sectores de población un proceso de búsqueda de opciones religiosas, con mucha frecuencia pseudoreligiosas, alternativas que pudiesen dotar de un sentido integral a la existencia de individuos cada vez más desarraigados y aislados en el seno de nuestras sociedades. Y así, se abre camino a aquella segunda religiosidad de la que hablaba Spengler. Y de este modo, miles de sectas, de gurús y de maestros de religiones a la carta, se ofrecen en el supermercado del alma de un Occidente moribundo. Nacidas esencialmente, pero no sólo, de los pantanos de la teosofía y el espiritismo, nuevas doctrinas salvíficas (o satanistas) surgen por doquier junto a todas las demás miserias de la modernidad. Y es en este contexto en el que muchos vuelven su mirada hacia las tradiciones orientales o hacia las occidentales ya desparecidas; pero la visión que de las primeras llega al occidental medio no es sino una profunda tergiversación (en muchos casos una verdadera inversión de sentido) surgida de ambientes teosofistas, mientras que la de las segundas, desaparecidas tras la cristianización, se añade a este mismo problema las teorizaciones de iluminados que proyectan sobre el pasado sus propios fantasmas. Y este es el caso de la tradición céltica. Como escriben F. Le Roux y Ch. J. Guyonvarc’h, estas elucubraciones dan origen a “…una literatura que pretende legitimar mediante los celtas los fantasmas más libidinosos del subconsciente moderno”. Porque, efectivamente, entre las tradiciones europeas ha sido la tradición céltica la que ha sufrido el mayor proceso de manipulación y tergiversación en los dos últimos siglos. Es en el contexto de esa amalgama que recibe el nombre de “New Age”, donde se van a producir las mayores aberraciones sobre la percepción de lo sagrado y la sociedad célticas. La “New Age” supone un sucedáneo de la Tradición en un ambiente lleno de locuras propias de la modernidad: locura y esperpento frente a la sobriedad, el rigor y la originalidad propias de la Tradición. Y así, la relectura de los mitos gaélicos, galeses y bretones en clave feminista o psicoanalítica ha traído una absoluta falsificación, propagada por la novela, el cine, la televisión e incluso alguna cátedra universitaria. Este proceso de manipulación del celtismo comenzó, como no podía ser de otra forma, por la interpretación de la materia artúrica para ir retrocediendo en el tiempo y, hay que decirlo, en paralelo a la popularización de la teoría de la “Old Europe” de Marija Gimbutas y los kurganes en Ucrania, hasta llegar a presentar la antigüedad céltica como un paraíso matriarcal e igualitario. La pervivencia en los manuscritos, redactados por monjes cristianos patriarcalistas, de tal cúmulo de personajes femeninos, diosas y mujeres, en roles destacados en el ámbito social no sería sino el eco, imposible de acallar, de una era, no ya de igualdad sino de clara supremacía femenina. Basta leer “Las nieblas de Avalon”, o ser capaz de soportar su versión cinematográfica, para comprobarlo. Este mundo matriarcal o, mejor, ginecocrático, habría estado imbuido de una espiritualidad respetuosa con la “naturaleza” y con “el otro”, pacífica y pacifista, donde el amor universal y el buen rollito cósmico habrían hecho las delicias de los intoxicados de Woodstock. O de nuestro presidente del gobierno progre y hembrista actual. Los celtas habrían sido, así, una especie de hippies, algo brutos, regidos y guiados por unas mujeres sabias y desinhibidas, a lo Angélica Huston o a lo Vanesa Redgrave, cuya cultura habría sido destruida por unos romanos claramente mussolinianos. Y sobre estos cimientos de la bazofia “New Age” se ha creado todo un merchandising (porque hablar de una construcción doctrinal me parece un abuso) de “magia celta”, “medicina tradicional celta”, “espiritualidad y reencarnación celta” o “viajes para celebrar las fiestas celtas”… En resumen, los celtas, nuestros ancestros junto a latinos y germanos, convertidos en una patética caricatura para consumo de tarados. Sin embargo, el mundo céltico fue profundamente diferente a toda esa caricatura. Radicalmente indoeuropeo, su vía hacia la trascendencia posee en palabras de Philippe Baillet un “… carácter primordial, profundamente arcaico. Ya que, tras haber estudiado los principales mitos célticos, las funciones de los diversos dioses, el estatuto del druida, la concepción céltica de la soberanía y de la realeza, la medición del tiempo entre los celtas y numerosos símbolos profundamente significativos, se queda sorprendido precisamente por la pureza tradicional de esta civilización”. Pureza tradicional indoeuropea, como veremos.

Adentrarse en el bosque de la tradición céltica constituye una empresa ardua pero fascinante, y pretender aquí hacer un mero bosquejo global sería imposible. Sólo, y como contraste a las necedades vertidas sobre ellos, vamos a hablar de uno de los elementos fundamentales sobre los que se levanta la epopeya céltica en Irlanda: los Tuatha Dé Danann. Son varios los puntos de vista que se pueden adoptar a la hora de interpretar el material mitológico irlandés que nos ha sido preservado, pero sin olvidar que estos puntos de vista son complementarios entre sí y simplemente ponen el acento en una de las diferentes valencias simbólicas del mito. En efecto, Julius Evola, considerando la sucesión de invasiones míticas de Irlanda que se narran en el Leabhar Ghabhála Éireann como reflejo de la sucesión descendente de Edades, escribe: “Aquí, en el desarrollo de la saga irlandesa, aparece una tentativa de restauración “heroica”. Se trata del ciclo de los Tuatha dé Danann (…) Por una parte se dice que esta raza llega a Irlanda venida “del cielo”, de ahí, según el Leabar na hvidhe, “su sabiduría y la superioridad de su saber”; por otra parte, su conocimiento sobrenatural se supone que lo adquirió en la región hiperbórea. Las dos versiones no se contradicen, sino que se complementan recíprocamente, ya sea porque, según la saga, la raza de los tuathas desciende de supervivientes de la raza de Neimheidh, que se habían dirigido a la tierra hiperbórea o atlántico-occidental precisamente para aprender las ciencias sobrenaturales, y de ahí también procede una relación con algunos objetos místicos (…) La raza de Neimheidh es la “celestial” y “antigua” que acabó siendo arrollada por un ciclo titánico, y el sentido del conjunto es que probablemente se trata de un contacto reintegrador con el centro espiritual originario – celestial y, en la transposición geográfica del recuerdo, hiperbóreo o atlántico-occidental –, convenio que reanima y da sentido “heroico” a la nueva estirpe, a los Tuatha dé Danann, que vencen de nuevo a los fomores y razas afines – los Fir Bolg – y se adueñan de Irlanda. El jefe de los tuathas, Ogme, es un personaje “solar” – Grian Ainech – con rasgos similares a los del Heracles dórico. Él conquista Irlanda con la espada del rey de los fomores”. 

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Así se refleja en el Leabhar Ghabhála Éireann:

“Después los Tuatha Dé vinieron
sobre los Fir Bolg, una débil gente;
con magia ganaron en los campos
a los Fir Bolg su reino”.  (Leabhar Ghabhála  Éireann  VI, 89, l.)

La era de los Tuatha en Irlanda, que había dado comienzo con el desembarco en Irlanda el día de Beltane, día de la consagración de la primavera y por tanto símbolo evidente del comienzo de una nueva posibilidad, del “ciclo heroico” que nos habla Julius Evola, finaliza, como es sabido, por la conquista de Irlanda por los “Hijos de Mil” ancestros de los irlandeses históricos y herederos en gran medida de los Tuatha Dé Danann. Estos ceden la soberanía a los conquistadores y desaparecen según algunos textos adoptando una forma invisible como habitantes de palacios “subterráneos” o de cavernas inaccesibles, según otros regresando a su patria, a Avalon. Ambos destinos simbólicamente equivalentes: representaciones del centro primordial que se ha vuelto oculto e inaccesible. Avalon, nombre que procede del címrico afal, manzano, es la isla de los manzanos, que evoca inmediatamente a la isla de las Hespérides donde Heracles consigue las manzanas de oro en su combate en conquista de la inmortalidad. En la tradición céltica, este centro, cuyas manzanas son alimento inagotable, es isla de “mujeres”, Tír inna mBan, que otorgan a los héroes la inmortalidad, pero también, Avalon es la “isla blanca”, isla polar y solar, la isla que en la tradición indo-aria recibe el nombre de sveta-dîpa, sede de Visnú. Pero durante su dominio sobre Irlanda, los Tuatha poseen y emplean cuatro objetos estrechamente relacionados con la enseñanza allí recibida: la piedra fatídica, la lanza de Lug, la espada de Nuada y el caldero de Dagda:

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“Desde Falias se trajo el Lia Fáil, que Lugh había tenido en Temair; éste solía gritar en la coronación de cada rey irlandés, desde la época de Lugh Lámfhada hasta la época del nacimiento de Cristo, y nunca más ha vuelto a gritar (…) Gorias trajo la lanza que tuvo Lugh; ninguna batalla se pudo mantener contra él teniendo la lanza en la mano. Finias llevó la espada de Nuadha, nadie pudo sobrevivir después de ser herido por ella. Por Murias fue llevado en caldero de Dagda, del que nadie quedaba insatisfecho” (Leabhar Ghabhála Éireann VII, 91).

Estos objetos resurgirán como elementos axiales en el ciclo del Grial de la misma manera que la sede de éste, Camelot, estará en relación directa con Avalon, resultando evidente la valencia iniciática subyacente a la materia de los Tuatha Dé Danann, fuente directa de la que en un contexto exteriormente ya cristianizado resurge un nuevo “ciclo heroico”, el ciclo de Arturo .Y ya sólo por sí esta valencia iniciática situaría la epopeya irlandesa en las antípodas de toda cultura matriarcal o ginecocrática. Pero otros puntos de vista nos permiten centrar el pensamiento que se plasma en la materia de los Tuatha Dé Danann dentro de las categorías trifuncionales indoeuropeas, como ya en su tiempo intuyó Geoffrey Keating al interpretar Tuatha por los nobles, Dé por los druidas y Danann por los artesanos (los Aesdana), intuición, por lo demás, etimológicamente impecable. Como recuerda P. Mac Cana evocando a Joseph Vendryes: “El mismo Dumézil aducía muchos otros casos de presencia en la tradición irlandesa y galesa de mitos indoeuropeos y de estructuras ideológicas que presuponen la existencia antigua de un complejo sistema de doctrinas socio-religiosas conscientemente preservado y cultivado durante muchos siglos (…) “La persistencia en los dos márgenes del dominio indoeuropeo, en el extremo este y el extremo oeste, de un vocabulario tan fuertemente ligado a la organización social, a los actos, a las actitudes o a las representaciones religiosas, sólo se concibe si se han conservado al mismo tiempo importantes fragmentos del sistema de pensamiento prehistórico al que pertenecieron en tiempos estas nociones” . Siguiendo los senderos desbrozados por el filólogo es historiador francés Georges Dumézil, F. Le Roux – Ch. J. Guyonvarc’h y Jean Markale han explorado las pervivencias de este esquema indoeuropeo alcanzando conclusiones análogas pero no idénticas. Aunque tanto unos como el otro son categóricos al afirmar la naturaleza indoeuropea del pensamiento religioso céltico. Escribe Jean Markale (op. cit., 72): “Los Tuatha Dé Danann representan por sí solos la totalidad de la sociedad indoeuropea, su idealización, es decir, en el espíritu de la tradición druídica el modelo divino que los hombres deben aplicar”.

Según Le Roux y Guyonvarc’h, y sin entrar en los detalles de su explicación, la distribución de funciones entre las diferentes figuras mitológicas daría como resultado el esquema siguiente: Dagda, representaría la función sacerdotal, Nuada y Ogme, repartiéndose los niveles real y guerrero de la segunda función, mientras que Diancecht, Oengus y Mac Oc se encuadrarían dentro del ámbito de la tercera función. Lug Samildanach (politécnico) asume y trasciende todas las funciones, y Brigit (figura femenina análoga a la esposa única de los cinco Pandavas de la epopeya indoaria) hija de Dagda, es el aspecto femenino de la soberanía sacerdotal y guerrera y vela por este motivo sobre la tercera función. Pero no sólo el pensamiento trifuncional. También el lenguaje poético tradicional aplicado por los poetas a las figuras de los Tuatha procede del reservorio ancestral indoeuropeo como evidencia Stefan Zimmer al analizar los paralelos formales y simbólicos en las literaturas tradicionales sánscrita, palî, avéstica, griega, latina, rusa e islandesa del epíteto lámfhada, “mano larga”, con el que los textos califican a Lug. El origen indoeuropeo del universo mental céltico se constata igualmente en todos los ámbitos a los que dirijamos nuestra atención. El valor simbólico de las diferentes figuras femeninas lo atestigua igualmente, tal y como queda evidenciado en este párrafo de Philippe Baillet: “Entre los celtas, la soberanía temporal, indispensable elemento de mediación entre los hombres y los druidas – estando estos más cercanos a los dioses que a los hombres – es de esencia masculina y está encarnada por el rey. Pero la soberanía autentica está personificada por una mujer, no porque los celtas adorasen a una Diosa Madre, como quisiera la interpretación naturalista, perteneciendo así a una civilización de tipo “ginecocrático” sino porque la soberanía, análoga a la tierra, se renueva constantemente sin sufrir ninguna contaminación: “Según la definición de la reina Medb, el rey debe ser ‘sin miedo, sin envidia, sin avaricia’, mientras la propia reina no queda jamás ‘sin un hombre a la sombra de otro’, ya que si el rey es temporal y es susceptible de ser sustituido, la soberanía, siempre joven y siempre virgen, por la belleza seductora y esplendorosa, permanece eterna como el principio que representa y encarna”. Protagonista de la primera conquista – fundadora, ahistórica, más allá de toda clasificación – de Irlanda, Banba constituye el ejemplo de esta doctrina de la soberanía, ella que “reaparece en la narración de la quinta conquista como una reina de los Tuatha Dé Danann, testimoniando la continuidad de su presencia y su identificación con la tierra de Irlanda”. Esta gran figura de la soberanía, central en el “Cortejo de Etain”, a veces se la reduce por obra de exegetas poseídos por el psicologismo moderno “al nivel de un banal affaire sentimental”. Ahora bien, “Etaine no es ligera ni está enamorada en el sentido humano del término: por el contrario, es la soberanía, divinidad femenina única, esposa poliándrica de los dioses soberanos”. 

En efecto, es un simbolismo muy preciso que pone en juego las diferentes cualidades de las, por así decir, “formas manifestadas”, sea una roca, un árbol, un salmón, una mujer o un astro, lo que está detrás de todo el conjunto mitológico céltico. Reducir su sentido a simples valencias sentimentales, psicoanalíticas o naturalistas, por lo demás falsas, no es sino consecuencia de la miopía de la modernidad. Otro problema que se plantea con frecuencia con relación a las diferentes conquistas míticas de Irlanda en general y a la de los Tuatha Dé Danann en particular es su posible relación con la llegada real de pueblos durante la prehistoria. La posible materia histórica utilizada por los filidh queda completamente desdibujada por el verdadero sentido mítico, sagrado, de los textos que componen, de modo que son textos prácticamente inutilizables en ese sentido, salvo en la dirección que apunta Julius Evola referida a los posibles recuerdos del abandono de las sedes hiperbóreas en el “prólogo a la Historia”. Por lo demás, el proceso de indoeuropeización de Irlanda, comenzado en el periodo de las tumbas de corredor irlandesas, se consolida con la llegada de grupos relativamente densos pertenecientes a las Culturas del Vaso y con infiltraciones posteriores en los periodos del Bronce y del Hierro. Hiperbóreos, los Tuatha Dé Danann constituyeron la expresión céltica de lo que en otras latitudes otros indoeuropeos denominaron Devas, Olímpicos o Ases y Vanes. Angélica Huston y su Avalon de sufragistas bostonianas nada tienen que ver con todos ellos. Como la “New Age” nada tiene que ver con la Tradición.

¡Feliz Día de San Patricio!

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