¡Varón! Varón de los buenos. Un varón al que todos debemos mirar, hoy, más que nunca. Hombre acostumbrado al trabajo manual, carpintero de oficio. Manos rudas, dedos gruesos. “¡El que no trabaja, que no coma!”, dice San Pablo. Y vaya que José tuvo que trabajar, o, literalmente, la familia de Nazaret no comía.
En su huida a Egipto, y al llegar allí, tuvo que trabajar como carpintero, en un lugar desconocido, con un idioma distinto al que hablaba, tal vez el latín o el griego le habrán ayudado. Pero definitivamente, puso su hombría de bien, de laburante, de proveedor y protector. Trabajo no falta a aquel que lo busca. Y eso tuvo que hacer San José, buscar trabajo en Egipto y rebuscárselas, para que no faltase nada a su familia, somos humanos y cuando la barriga suena, no se llena con aire.
Sus manos, calificadas para el trato con la madera, seguramente hicieron los mejores muebles, mesas y utensilios. Pero su afabilidad es la que habrá conquistado a los clientes. Tuvo que construirse un hogar, porque su esposa y su hijo, en algún lugar debían dormir, y él, reponer fuerzas para el día siguiente. ¿Una casa? No, la familia de Nazaret eran extranjeros, judíos en un país vecino. No tenían casa, seguramente alguna cueva donde poder hacer una fogata para protegerse del frío de la noche, en el desierto, de noche el frío es extremo, como el calor durante el día.
Meses… muchos meses persiguiendo el alimento para su esposa y para su hijo. ¿Y el agua? ¿El baño? ¿El aseo? ¿Ropas limpias? José estaba a cargo, pero su capitana María, no se quedaría ociosa. Ver a su marido pelearla, pero pelearla de verdad eh, como ya no quedan hombres, con su hombría y gallardía bien puestas; ella quedaría perpleja de semejante Varón, cómo no iba a ser proactiva con un hombre así. Pienso que los ‘millennials’ de hoy, sucumbirían ante tamaño proyecto. Pero José, no…
Y para cuando José ya tenía una cartera de clientes, Dios decidió otra cosa. Esa manera de hacer las cosas según Dios… en ocasiones, el Supremo nos deja en Jaque Mate. La cueva se asemejaría a una casa: ordenada, aseada y adornada con el toque femenino de María. Risas de familia, brazos de papá y mamá para Jesús. Al poco tiempo, el regreso…, de Egipto a Nazaret.
Allí todo se volvería más normal para este hombre, que tuvo que caminar más de 2000 kilómetros defendiendo a su familia de todo peligro durante el viaje —de ida y de regreso—; tuvo que proveerles alimento y agua en todo momento, y otorgarles la seguridad de un hogar, ambulante, si, pero cuando hay amor, hasta el desierto es un hogar.
Bienaventurado seas José de Nazaret, esposo de María Santísima y padre putativo de Jesús, el Cristo, nuestro Rey.
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