El Pueblo Católico tiene la enorme necesidad de ser reeducado. Educado nuevamente, en y desde las raíces más profundas de su ser. Uno de los temas con mayor necesidad de educar es el del pecado. Término totalmente vapuleado, luchado y combatido hasta su exterminio intelectivo —muchas veces promovido desde dentro de la Iglesia—. Se piensa que, por no hablar de él, este dejará de existir. Nada más errado.
Pero ese, es el sentir del mundo, que piensa que al no hablar de la muerte, esta nunca llegará. Aunque el cementerio está lleno de personas que piensan así. Lamentablemente, entró en la Iglesia ese sentir mundano. Ya no se habla de pecado, sino de ‘debilidades humanas’, por lo tanto, uno no peca, sino que es débil frente a una situación. Entonces, si uno no peca, no hay nada que confesar.
El término pecado está fuertemente ligado, en contraposición, a otra palabra: Sagrado. Lo Sagrado viene de Dios y a él tiende. Imaginemos un mundo donde no exista lo sagrado, ¿qué nos queda? ¿Se anima a adivinar?
Acertó: pecado.
Desde los inicios del Concilio Ecuménico Vaticano II [CV II], se combate a diestra y siniestra lo sagrado. Hoy ha, prácticamente, desaparecido. De hecho, es algo invisible en las expresiones litúrgicas. Pocos son los sacerdotes que aún inciensan. Pocas las parroquias con coros gregorianos. En fin, decadente. Pero lo que consideramos Sagrado, es algo que desapareció, como el uso del término. Pero no fue casualidad, fue adrede, porque desapareciendo lo Sagrado —una vez más—, desaparece el pecado. O por lo menos es lo que intentan vendernos hace décadas. (Herencia Luterana recibida del CVII)
Un tema de candente actualidad en la Iglesia es la homosexualidad. Un tema que trae intensos dolores de cabeza para la Iglesia. Obviamente, por no tomar una posición firme al respecto en la Iglesia de hoy. Agreguemos que al Papa no le molesta hablar del tema y tiene una marcada posición positiva sobre la agenda LGBT+; además, hay obispos —de Alemania— que desean bendecir, y lo vienen haciendo, a las parejas del mismo sexo. Esto hace que la grey católica esté totalmente confundida y dispersándose. Huye hacia Iglesias no católicas o sectas, en el mejor de los casos. En el peor escenario, dejan de creer en Dios.
Es evidente que se intenta hacer ver a la homosexualidad como algo común dentro de la Iglesia. Pero ojo con la dialéctica, porque el homosexual es recibido en la Iglesia, pero no sus acciones homosexuales. Un gay puede recibir los sacramentos, nada malo hay en eso y es enseñanza de la Iglesia. Pero en cuanto a sus acciones homosexuales, es sodomía. Y eso no puede ser bendecido. Y en cuanto practique esos actos NO APROBADOS POR DIOS, queda excluido de la Gracia de Dios, es decir, peca fuertemente. Materia grave. Por lo tanto no se puede bendecir una unión homosexual en la Iglesia Católica, es pecado, es contra natura, es contra la Voluntad de Dios.
El matrimonio Católico es un sacramento, y por lo tanto, se reviste de sacralidad. Es un vínculo creado, querido y deseado por Dios desde el principio. Ahora, si al matrimonio le quitamos lo sagrado (algo que lo da Dios), obtenemos una unión civil, es decir, son dos personas que se unen por propia voluntad, sin la bendición y aprobación de Dios, unidas solo por el deseo humano de estar juntos, nada más. Sin Dios no hay sacramento posible, menos aún si es entre personas del mismo sexo.
Si de ahora en adelante la Iglesia hace común la bendición de las parejas homosexuales, se les estaría otorgando un lugar al que no pueden acceder legítimamente. Emularía una posición similar a la que tiene el matrimonio entre el varón y la mujer. Y sabemos ya donde conduciría: ‘al matrimonio gay’. Por eso, no podemos ni debemos aceptar las uniones homosexuales, no por odio o fobia al homosexual, sino que no puede hacerse legal lo ilegal. No se puede distorsionar el Evangelio de Cristo, pese a quién le pese. Por lo tanto, una Iglesia que acepte y bendiga la unión homosexual, es una Iglesia que se autoexcomulga. Entra en Letae Sentenciae.
¿Hacia allí vamos? No lo permita Dios.
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