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Carlismo

Una obra maestra de la pintura carlista

El último cuadro de la pintora Carmen Gorbe, representando la muerte de un cadete carlista, evoca El Descendimiento de Van der Weyden

Imagen: Óleo de Carmen Gorbe.

Por Javier Urcelay

El artista flamenco Roger Van der Weyden pintó hacia 1435 su famoso cuadro El Descendimiento, por encargo del gremio de ballesteros de Lovaina. La escena representa el momento en que el cuerpo de Cristo, después de morir es bajado de la cruz, y en ella aparecen la Virgen, al evangelista San Juan, José de Arimatea, Nicodemo, María la de José y María Magdalena a la derecha.

Entre las características que se han destacado de la obra del pintor flamenco destaca la expresividad para representar el dolor humano:  la angustia, la pena, el llanto, el desmayo de la Virgen…

Nos viene la obra maestra de Van der Weyden a la memoria al contemplar el último cuadro realizado por la pintora Carmen Gorbe Sánchez, una de las grandes figuras del hiperrealismo español contemporáneo en clave femenina y un nombre ineludible de la pintura de temática carlista, de la que ya conocíamos el soberbio cuadro “La Cantinera y el Carlista”, que se conserva en el Museo Carlista de Madrid.

El cuadro muestra una escena de la batalla de Lácar, en la que un grupo de personas, fundamentalmente mujeres, portan el cuerpo de un cadete corneta carlista, apenas un niño, muerto en los combates. En el grupo aparecen, además del muchacho sin vida, cuatro enfermeras de La Caridad -la asociación creada por la Reina Margarita para atender a los heridos-, como podemos distinguir por el brazalete que muestra una de ellas, un sacerdote, un joven y un voluntario carlista uniformado.  Es este último personaje, junto al fusil que aparece en primer plano a la izquierda, y los cuerpos yacientes tendidos en el suelo del fondo, los que sitúan la escena temporalmente en la batalla, o quizás inmediatamente después de la misma, y subrayan el dramatismo de la escena, urgida por la necesidad de atender a las víctimas de los combates.

La composición del cuadro transporta a la escena pintada por Van der Weyden: un foco de atención central, la muerte de un inocente, y a sus lados otro protagonista colectivo, presente en cada personaje, que es el verdadero protagonista del cuadro: el dolor humano. Un dolor que se manifiesta en grado distinto de intensidad, pero sobre todo de cualidad, en cada uno de los personajes, según esa muerte del inocente les sobrecoge o afecta personalmente: si en Van der Weyden su paroxismo es el desmayo de la Virgen, en la obra de Carmen Gorbe lo es el dolor desgarrado de la madre, que incontenible brota en un grito de dolor agudo. Un joven sujeta su cabeza para mostrarla consuelo, lacerado al contemplar el dolor sin esperanza ante la pérdida del hijo, de quien quizás sea también su propia madre. Es el dolor solidario, el dolor de compasión, el que para mostrarse necesita expresarse en el abrazo, en el contacto, en esa cercanía física que representa la unidad con el otro que sufre y que se quiere hacer parte de uno mismo. Al otro lado, la pena intensa de la enfermera que contempla la cara del muchacho sin vida: ¡sólo era un niño! Comprende a la madre que sufre, pero su dolor viene provocado por la inocencia de la víctima, por la injusticia que nos oprime el pecho, por el absurdo de ese mal que debería haberse podido evitar, por el sinsentido y la impotencia que nos abaten.

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Al fondo el sacerdote, en segundo plano, experto en humanidad, que contempla la escena conocedor de que ese dolor es purificador, y de que sólo dejándole salir a borbotones podrá después el corazón recobrarse. Y el voluntario carlista, compañero de armas del cadete muerto, cuyo dolor es el del respeto, el del silencio, el de la presencia y el acompañamiento. El dolor descontado de quién parece haber aceptado de antemano el riesgo que se corría, el del que sabe que también él mañana podría estar en su lugar.

No es fácil en un pequeño grupo de personajes, en una sola escena representar un tratado sobre las mil caras del dolor humano, sobre los rostros del sufrimiento, sobre lo que cada corazón vive ante esa realidad inevitable de la condición humana que es padecer.

Un tema tan actual, tan presente en estos tiempos en nuestras vidas con cifras diarias de fallecidos por un dichoso virus. Un tema eterno, por más que queramos negarlo huyendo en mil escapismos. Por eso el cuadro de Carmen Gorbe es una obra maestra, por eso está llamado a ocupar un puesto en la historia de grandes obras de la pintura, por eso el verdadero arte tiene un valor perenne, y dos cuadros separados más de cinco siglos siguen conmoviéndonos e interpelándonos de la misma manera en nuestra fibra más íntima.

Aunque el cuadro de Van der Weyden tenga la ventaja de hacer explícito lo que en la obra de Carmen Gorbe está solo insinuado: el vínculo inseparable entre el dolor y la Redención.

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Peruano. Estudiante de Comunicaciones en la Universidad de Lima.

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