¡Puff, a qué muerte en vida estamos asistiendo desde hace ya más de dos años, y qué sociedad tan herida, tan indefensa acabamos de parir! No recuerdo otro momento en que me haya sentido hasta este punto como parte de un rebaño, necio y cansino. He sentido rabia, impotencia frente a la estupidez y la mala conciencia, y he tenido tanto hastío que he comprendido hasta qué punto los que se dejan suicidar pueden llevar, si son creyentes, una razón mejor que los que nos quedamos de momento por aquí, entre las pandemias política y sanitaria, para ver impertérritos lo que va a pasar.
Porque, ciertamente, el espectáculo está siendo bochornoso, ha superado en papanatismo, en ineptitud, en declaraciones falsas e indignas, los peores registros, los episodios más vergonzosos jamás vividos desde que nací. Situaciones como esta, en las que la política huele a azufre y mierda, derroche y demencia, no abundan, y tal vez por eso me atreva a escribir este artículo como epílogo de esta temporada para mis columnas. Ojalá fueran tan fieles como aquellas Jakhin y Boaz, de mi primera novela, cuando los personajes pululaban por un Medievo donde el honor era privilegio del alma y el alma sólo era de Dios. Ahora muchos de los personajes que veo y escucho en la política no tienen alma, y hasta es posible que la causa fuera que se la hayan comido.
¿Cómo un alcalde de la bella ciudad de Palma puede ser tan incoherente? o ¿Cómo puede decir ahora un político una bellaquería sobre futuros pactos, tras mentir sin sonrojarse en el pasado, mientras sus votantes le escuchan de nuevo embobados? Los españoles no nos merecemos esta clase de políticos… Vamos a tener que pedir que nos gobiernen desde Bruselas. Al menos, si también nos engañaran, no gastaremos tanto en diputados, dietas, gabelas o amigotes privilegiados, y no sentiremos la indignación de haber sido burlados por uno de los nuestros.
Hoy, el caso a comentar, uno más de tantos, abunda en esa fase esperpéntica: El alcalde de Palma de Mallorca dice que retira los nombres a unas calles, Daoiz y Velarde, por ser representativas del franquismo. ¿Cabe mayor estupidez?
La ignorancia apela a exigir coherencia en quienes llevan esas varas nobles que dignifican un cargo. Lo hemos deseado desde que votamos esta Constitución y lo deberíamos exigir sin descanso. Un juicio sumarísimo por ineptitud y radicalismo irredento debiera llevar a la cárcel también a quienes impunemente, por puro estrabismo ideológico, cometen uno tras otro este tipo de afrentas sin otra razón que su radicalismo. Dice que se apoya en que había unos barcos que bautizaron con esos nombres, y que eran de la flota nacional durante la guerra. Pero nunca una disculpa pudo ser más pobre, ni un argumento tan falaz, así que ni voy a entrar en responder a eso. La verdad es que el socialista José Hila, con sus nueve concejales del PSOE, los tres de Unidas Podemos y los de Mes por Palma, ha dado un paso más, absurdo e incoherente, pero firme, tratando de eliminar cualquier signo que vincule la ciudad con el resto de España, aunque sea a costa de quienes derramaron su sangre por mantenerla unida.
¡Así son esos nuevos políticos que nos manda el PSOE, y así vamos!
Sólo nos queda callar y esperar que amanezca, pues no me corresponde a mí decir quién y cómo debe ser el alcalde de Palma de Mallorca, ni siquiera porque sea un enamorado de las Islas Baleares. Sin embargo, una vez desenmascarado el carácter de los nuevos gobiernos que trajo aquella moción contra Rajoy, aquel embrollo entre radicales fascistas de izquierda, pancistas aprovechados, e independentistas irredentos, el escándalo supera los decibelios suficientes como para que lo escuchen en Europa, y pondrá en peligro el maná de los fondos europeos, porque ha sacado a relucir muchas conciencias sucias. Conviene pues levantar acta, sacar conclusiones y votar allí donde el españolismo y España, sea algo más que una bandera, una idea y una historia común.
Ahora tenemos la oportunidad de hacerlo en Madrid, para desterrar por siempre a esta izquierda inepta y engañosa. Veamos si Isabel Díaz Ayuso, la nueva “Agustina de Aragón”, defiende su puerta de Alcalá, como aquella lo hizo con la del Carmen.
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