“Nuestra cruzada fue tan caótica, que solo un verdadero idealista la pudo haber diseñado”.Del film El Séptimo Sello, de I. Bergman.
“Nada teme mas el hombre que ser tocado por lo desconocido. Deseamos ver que es lo que intenta apresarnos; queremos identificarlo o, al menos, clasificarlo. En todas partes, el hombre elude el contacto con lo extraño. De noche, o en la oscuridad, el terror ante un contacto inesperado puede llegar a convertirse en pánico. Ni siquiera la ropa ofrece suficiente seguridad, tan fácil es desgarrarla, tan fácil penetrar hasta la carne desnuda, tersa e indefensa del agredido “.Masa y Poder de Elías Canetti
Un mundo, un país, que estaba tan seguro de sus certidumbres. Tan seguro de su empoderamiento acrítico. Tan seguro del elevado pedestal que se construyó, a tontas y a locas, para poner al hombre al centro de todo. Y como un gran soberano. Por sobre Dios, desde luego, pero también por sobre la naturaleza y por, sobre todo, por sobre el “real acervo cultural colectivo” que se ha ido acumulando a lo largo de centurias.
Fue un deporte cuestionarse todo. Destruir el lenguaje fue (y es) un mantra sagrado para muchos. Muchas preguntas y pocas respuestas. Mucha destrucción y poca construcción, poco aporte real.
Ahora llega el “virus” desde Oriente, y se enseñorea en Europa, en espera del próximo continente que caerá bajo sus garras invisibles. Invisibles si, porque el hombre de hoy cree solo lo que ve. Y si es en redes sociales (la torre de babel de la modernidad tecnológica) mejor aún.
Dejaremos de lado el análisis y la disección científica, porque científico no soy. Pero hay ciertas verdades evidentes. No es tanto la gravedad de la enfermedad (las hay otras más letales, o más periódicas) sino la incertidumbre que esta provoca. No se sabe ni de donde viene ni adónde va. Y la presión que provoca sobre los sistemas de salud publica (y privados también) en cada uno de los países que recala.
Nunca habrá suficientes kits de exámenes, o camas hospitalarias, si fuera del caso. Ese es el problema, y de allí el pánico entre la población. La incertidumbre, el temor a no poder controlar nada.
Los Gobiernos, todos, no tienen opción: están mandatados por el pueblo. Y el pueblo cae rápidamente presa del pánico. Ahora bien, ante crisis de este tipo, en que invariablemente los Gobiernos quedan en entredicho, porque por definición nunca las medidas son suficientes, y solo una excepción enciende nuevamente la chispa. Pero pueden, y deben, moderar el debate.
Utilizar la discreción en la toma de medidas, y persuadir la discreción en los medios de prensa. Algunos lo han hecho. Luego, esta el uso de las nuevas tecnologías: geolocalización, big-data, reconocimiento facial y otras, han estado siendo utilizadas de manera inteligente por algunos países: China, Corea del Sur, Japón, Singapur, entre otros.
Hay que entender que subsisten, hasta el día de hoy, las razones de “fuerza mayor”: aquellas que, como en este caso, el aparato estatal no puede dominar del todo. Como también pueden ser un terremoto, un Tsunami, cambios climáticos y otros.
Es bajo este escenario que la humildad del estamento político es esencial. Y también apelar al instinto de supervivencia del individuo, que, al final, es el que mejor sabe que le conviene.
En Asia, por ejemplo, se constata que el instinto colectivo prima, y es la propia sociedad civil la que internaliza y canaliza la obediencia a las disposiciones gubernamentales.
En Chile, lamentablemente, se nos presenta la tormenta perfecta: una sociedad cuyas emociones están exacerbadas desde el inicio de la “revolución de octubre” no es particularmente receptiva a directrices gubernamentales. Una sociedad que ha sido “obligada” a cuestionarlo todo” en aras a un proceso de cambios, que en verdad es una hoja en blanco.
Una sociedad donde un pequeño grupo ha decidido jugar al margen de las reglas democráticas. Primero con la “primera línea”, ahora buscando la excepción a la regla dentro del actual ordenamiento constitucional: y antes, no olvidemos, subvirtiendo el lenguaje de mil maneras, lo que ha introducido un pánico sutil, pero seguro, en la población, que ve como se derrumban todas sus seguridades sin un proceso de contra discurso que tenga una solidez y consistencia adecuadas, para que sirva al menos de un dique de contención.
Así, con un cambio, o más bien mutación, cultural forzado, el hombre pierde sus certidumbres, y se incorpora a la masa. La masa le da seguridad y le protege. (además de leer, o releer Masa y Poder de Canetti, la Rebelión de las masas de Ortega y Gasset no está de más).
El individuo odia la incertidumbre. Y lo han obligado a descreer. Hay algo, por suerte, de reacción ante este proceso. Reacción en defensa propia y casi voluntaria.
Revertir eso, volver a creer, centrarnos en la verdad y tener esperanzas serán una cura segura para las zozobras del presente. El pánico se disipará con la luz de la verdad. Es tanta la mentira que nos rodea, que hay que escarpar de ella, refugiándonos en lo que conocemos, fortaleciendo la familia y los vínculos sociales.
El “virus asiático” vendrá y pasará. Hay otras cosas que serán mas permanentes y aun mas centrales a nuestra existencia. Reconocerlas es una obligación de subsistencia. Y de ellas podremos extraer fuerzas para resistir la adversidad del virus, la mentira y la hoja en blanco.
Y, por último, rechazar la politización del debate: las cosas son como son, y están más allá de la voluntad y deseos de poder de la clase política. Tranquilidad en el análisis, debate informado y respeto a la verdad son esenciales.
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