Por Gordon G. Chang. Traducción del texto original: China Calling for Civilizational War Against America and the West. Traducido por el Medio.
Cuando, el pasado día 18, diplomáticos chinos y norteamericanos se reunieron en Anchorage (Alaska), hubo un «fuerte olor a pólvora». Eso dijo Zhao Lijian, del Miniterio de Exteriores chino, a las pocas horas de que concluyera esa primera jornada de conversaciones.
Pólvora es una de las palabras que utiliza Pekín cuando quiere que los demás sepan que la guerra le está rondando la cabeza. De manera aún más preocupante, ese término, muy cargado de emotividad, lo utilizan los propagandistas chinos cuando quieren excitar a sus compatriotas recordándoles la explotación extranjera –británica y blanca– de China en la Guerra del Opio (s. XIX). Así pues, el Partido Comunista chino está tratando de inflamar el sentimiento nacionalista, arengar al pueblo y quizá prepararlo para la guerra.
Aún más importante: con referencias como la de la pólvora, Pekín pretende dividir el mundo siguiendo líneas raciales y forjar una coalición global antiblanca.
Hubo más que olor a pólvora en Alaska. El funcionario Zhao acusó a EEUU de rebasar la duración acordada de los discursos inaugurales del secretario de Estado, Antony Blinken, y el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan. Blinken y Sullivan se pasaron de los cuatro minutos que se les asignó por espacio de… 44 segundos.
El diario Global Times, del Partido Comunista chino, reportó que los referidos discursos «se prolongaron gravemente». Y Zhao dijo que ello provocó que la parte china dedicara a sus alocuciones inaugurales 20 minutos y 23 segundos, muy por encima de los antecitados 4 minutos.
Mayormente, tanto el principal diplomático chino, Yang Jiechi, como su subordinado, el ministro de Exteriores, Wang Yi, leyeron textos preparados, lo que sugiere que buena parte de sus declaraciones –en realidad, largas parrafadas– fueron pergeñadas con antelación.
Además de las claramente planeadas expresiones de ira y las palabras incendiarias de Zhao, hubo un tercer elemento en la maniobra china: un ataque propagandístico contra políticas consideradas racistas por Pekín. El gran objetivo era EEUU.
«Todo lo que comentaba Washington tenía por eje EEUU y la supremacía blanca», aseguró el Global Times el pasado día 19 en un editorial, en el que también hablaba de los «pocos aliados» de USA en la región.
La narrativa racialista aparece en una serie reciente de piezas propagandísticas del PCCh en las que indirectamente se presenta a China como el protector de los asiáticos frente a EEUU. Así, el día 18 el Global Times publicó un texto titulado «Grupos de élite norteamericanos, cómplices de los crímenes contra los asiático-americanos».
Pekín lleva años jugando la carta racial en Norteamérica. De hecho, ha tratado de dividir Canadá siguiendo líneas raciales. A principios de 2019, siendo embajadora de China en Canadá, Lu Shaye arremetió contra «el egotismo occidental y el supremacismo blanco» en un estéril intento de conseguir la liberación inmediata de Meng Wanzhou, directora financiera de Huawei detenida por las autoridades canadienses atendiendo a una petición de extradición del Departamento de Justicia de Trump.
Significativamente, en su discurso inaugural de Anchorage, Yang Jiechi hizo alusión a las protestas de Black Lives Matter, dando así continuidad a los ataques chinos contra EEUU centrados en la raza.
Pekín sigue hablando de la emergencia de China, pero ahora su propaganda recorre caminos más ominosos. El nuevo relato de Xi Jinping dice que China está liderando «Oriente». En un discurso muy importante que pronunció a finales del año pasado proclamó: «Oriente está en auge y Occidente en decadencia».
Esto evoca lo que el Imperio japonés trató de hacer con su célebre Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental en los años 30, con la que pretendía unir a los asiáticos contra los blancos.
Las divisiones raciales nos llevan de vuelta a El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial de Samuel Huntington, donde se leía: «En el mundo posterior a la Guerra Fría, las más importantes distinciones entre los pueblos no son ideológicas, políticas o económicas, sino culturales».
Analistas y académicos han criticado duramente el libro seminal del politólogo de Harvard (1996), pero, con independencia de que esté o no errado en lo fundamental, el caso es que Xi Jinping trata de reconfigurar el mundo y ponerse al frente de «Oriente» en una lucha civilizacional contra «Occidente».
El héroe de Xi, Mao Zedong, veía a China capitaneando a los pueblos de África y Asia contra Occidente, así que la división global que plantea Xi no es nueva, si bien los sucesores de Mao prefirieron en su mayoría arrumbar ese discurso racialmente cargado mientras se afanaban por reforzar su Estado comunista con dinero y tecnología occidentales.
Deng Xiaoping, el sucesor de Mao más pragmático, aconsejaba «ocultar las capacidades y dar tiempo al tiempo». En cambio, Xi cree que ha llegado la hora de China, en parte, porque piensa que EEUU está en situación de decadencia terminal.
La idea que tiene Xi del mundo es errónea y aberrante, pero los norteamericanos no pueden permitirse el lujo de ignorarle. Deben reconocer que, en la mentalidad de Xi, la raza define la civilización y la civilización es la nueva línea divisoria.
Xi va en serio. En enero dijo que su Ejército, que no deja de expandirse a gran velocidad, debe estar preparado para combatir «en cualquier momento». Por cierto, fue en ese mes que la Comisión Central Militar del Partido tomó del Consejo de Estado –civil– el poder para movilizar con fines bélicos a toda la sociedad.
Los Estados militantes rara vez se preparan para un conflicto y luego retroceden. Para el Partido Comunista Chino, el mundo huele a pólvora, y Xi está desencadenando un conflicto de civilizaciones… y de razas.
Gordon G. Chang es autor de The Coming Collapse of China («El inminente colapso de China») y miembro del Consejo Asesor del Instituto Gatestone, donde ejerce como Distinguished Senior Fellow.
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