«¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano». (Gen. 4:10-11)
Con estas palabras maldijo Yahvé a Caín, después de que éste asesinara a Abel, su hermano, en lo que fue la segunda maldición de Dios pronunciada en el Edén, después de la condenación a toda la especie humana en las personas de Adán y Eva, tras cometer éstos el pecado original. Realmente tremendo que el primer ser humano nacido fuera el primer asesino, inaugurándose de este modo tan temprano la terrible historia de violencia de la especie humana.
¿Qué fue lo que llevó al ser humano a convertirse en homicida cuando todavía no habíamos alboreado como especie? Según el relato bíblico, fue la envidia, los celos, pero hay bastantes interpretaciones que van más allá a la hora de explicar el instinto asesino del primer humano nacido en este Planeta, fenómeno que viene a decir que esa pulsión destructiva anida en nuestro mismo genoma.
En una de las leyendas de los judíos, se afirma que Caín es el vástago de la fornicación entre Eva y Satanás, que es también el ángel Samael y la serpiente en el jardín del Edén, lo que equivale a decir que Adán no era el progenitor verdadero de Caín. Comentaristas como Tertuliano también parecen estar de acuerdo con el hecho de que Caín era hijo del Diablo o de algún ángel caído, por lo que era mitad humano y mitad demonio ―un «Nephilim», como se les conoce en la Biblia―.
Según los Santos de los Últimos Días, Caín es el «Hijo de la Perdición», y ―¡atención!― el padre de las combinaciones secretas, término que describe una sociedad secreta maligna de «personas unidas por juramentos para llevar a cabo propósitos malvados del grupo». En esta interpretación, Caín fue el primero en ostentar el título de «Maestro Mahan», como hierofante de un «gran secreto», en el que hizo un pacto con Satanás para matar en beneficio personal. El título se lo pasó luego a su hijo Lamec. Actualmente, el título de »Maestro Mahan» se traduce como «Maestro Masón», con lo cual tenemos la carambola sorprendente de tener a Caín como el primer asesino… ¡y el primer masón!
Naturalmente, esta visión es una simple hipótesis, que parece descabellada y conspiranoica, y más si tenemos en cuenta que la historia de Caín y Abel parece más bien un relato simbólico, una alegoría de la lucha endémica entre agricultores y pastores, que tanto se repetirá a lo largo de la historia, pero cuyo sentido profundo es el de ser una ilustración de que, desde su mismo origen, hay algo maligno en la especie humana, algo así como un fallo estructural en su ADN, que le impulsa hacia el mal y el delito. En un artículo posterior demostraremos que, lejos de ser una hipótesis demencial, este genoma perturbado es un hecho corroborado por la ciencia.
En la historia de Caín destaca además un segundo hecho, que se refiere a la «marca» que Yahvé le puso con el fin de que la gente, al verle, no le matara, y así pudiera seguir su vida de desterrado. ¿Cómo era esa marca? Evidentemente, es imposible saberlo, aunque hay fuentes que indican que ese distintivo era una tez más oscura de lo normal. Sin embargo, desde un punto de vista novelesco y fantasioso, tomándome la licencia para inventar típica de los escritores, a mí me ha dado por pensar que esa marca podría haber sido el pentáculo satánico, es decir, la estrella invertida de cinco puntas.
Sea como fuere, he aquí que, desde el comienzo de la historia, tenemos a un asesino que engendró una estirpe maldita, marcada, malvada, con pulsiones criminales que se atribuyen a la influencia de espíritus demoníacos… una estirpe en contubernio con los ángeles caídos ―o que lo son, simple y llanamente―, protagonista en la historia humana de incontables horrores, de innumerables crímenes, de infinidad de delitos, de Himalayas de tragedias.
Son los cainitas, los malvados, los depredadores de vidas y haciendas, los chupasangres de pobres y doncellas, los sacamantecas de pueblos dominados, los draculistas mordedores de inocentes yugulares, los empaladores sin cuartel, los chupópteros siempre ansiosos de poder, los matacuras, los quemaconventos, los violamonjas, los destructores de niños en flor, los pederastas del Averno, los vomitadores en orgías luciferinas, los del cucurucho en los aquelarres iniciáticos… Infames, perversos, degenerados, malvados, malignos, siniestros, putrefactos…
Robar, mentir, asesinar, violar, dominar, esclavizar, corromper… sí, pero el hedor satánico es ya tan irrespirable, que a esos crímenes «clásicos», que a los delitos de toda la vida se ha añadido recientemente una amplia panoplia de nuevos crímenes, que tienen como sello característico que no se presentan como tales, sino con un barniz de que son favores que los malvados hacen a la humanidad porque en el fondo aman a la especie humana, velando por nuestra seguridad y nuestro bienestar.
Es así como a los malvados de siempre, a los malos de toda la vida se les ha unido un amplio club de delincuentes y criminales de nuevo cuño, que compiten en maldad, en complicidad, en cobardía. Sin embargo, la maldición bíblica caerá también sobre ellos, porque, en el «día de la ira» del Señor, NO HABRÁ PAZ PARA LOS MALVADOS.
No, no habrá paz para los hierofantes del Averno, en contubernio iniciático con los gerifaltes globalistas, esa ralea maléfica de empingorotados jefazos ensortijados que lucen sus corbatas en los hemiciclos mundialistas, que están llevando el mundo hacia las cloacas de la más feroz dictadura que el mundo ha conocido.
No habrá paz para los lacayos del Anticristo, para esos correveidiles de Satanás, ministros de Monte Pelado, chambelanes del Señor de las Moscas, que lleváis el pentáculo cainita en la frente,.
En aquel día terrible de la cólera del Señor tampoco habrá cuartel para vosotros, los politicastros lameculos del NOM, que oprimís a la población mundial con una plandemia de diseño, con una dictadura entre «Matrix» y «Orwell», que lucís en vuestros ojales el pentáculo de Monte Pelado.
No habrá compasión en el día del Juicio para vosotros, lo científicos que creáis monstruos en vuestras retortas y luego los llamáis «virus», que diseñáis a conciencia ponzoñas y venenos con los que enfermar y aniquilar a los pobres abeles, para llenar vuestras alforjas y disfrutar de los oropeles con que el Averno obsequia a sus siervos.
Mucho menos podréis encontrar misericordia vosotros, los malvados que habéis elaborado vacunas «de la Bestia», mejunjes satánicos con los que enfermar, asesinar, lobotomizar, esclavizar y bionizar a los abeles ovejunos.
Y, ¿qué decir de los malvados que con bata blanca eutanasian a ancianos sin ningún remordimiento, eliminan fetos sin cargo de conciencia, guardan un ominoso silencio ante el Himalaya de mentiras de la plandemia, sabiendo la verdad, siendo conscientes del horrible daño que se está haciendo a los abeles cuya vida y salud juraron defender? ¿Creéis acaso que no os pasará nada en el «Dies Irae»? ¿No veis cómo la sangre de los abeles gime ante el Señor, demandando justicia?
También habrá justicia para vosotros, los malvados periodistas que pasándose por el forro su misión de informar con veracidad, esparcís por doquier la putrefacta semilla de la mentira, en un incontable Himalaya de falsedades, aterrorizando con la gilidemia a los abeles lobotomizados, vendiendo vuestras almas por cobardía, aceptando en vuestra frente la marca de Caín…
¡Abogado! ¡Abogaaado! ¿Dónde estáis vosotros, hundiendo la cabeza en las cloacas de la cobardía, mientras los abeles son machacados, torturados y masacrados por la dictadura covidiana, mientras un viento totalitario arranca las libertades y los derechos de los abelitos? No os hagáis ilusiones, porque la ira divina también os alcanzará…
Infierno de malvados, infierno de kómplices, infierno de kobardes… Cainitas desalmados, en el «Dies Irae» se os rastreará la frente, y ay del que tenga en ella la marca de Caín, porque todos vosotros, todos los que habéis creado el infierno covidiano, todos los que habéis colaborado con esta tragedia cainita, todos los que habéis callado ante tanto horror, todos vosotros, oiréis en el «Dies Irae», el día del «Gran Castigo» aquellas tremendas palabras, con las que Dios os juzgará para pediros cuentas, palabras que os perseguirán por los siglos de los siglos: «¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano».
Y en ese día será el llanto y el crujir de dientes…
(Para más información sobre la verdad de la plandemia: https://t.me/laureanobeni)
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