José Antonio Primo de Rivera fue ejecutado al amanecer, 6:20 horas del 20 de noviembre de 1936, en el patio nº 5 de la enfermería de la cárcel de Alicante, donde estuvo recluido desde junio de 1936, tras haber sido trasladado desde la cárcel Modelo de Madrid donde llevaba preso desde el 14 de marzo de ese mismo año.
Su cuerpo fue introducido en una furgoneta junto a los cuatro reclusos que fueron fusilados junto a él (dos falangistas y dos requetés de la localidad alicantina de Novelda). Una hora más tarde los cuerpos llegaron a la sacramental de Florida Alta en la misma localidad, y sus restos fueron tirados a una fosa común sin mortaja ni ataúd, quedando inscritos sus datos en el Registro del cementerio – al folio 76 del libro IV – con estos datos: “Número 22.450. Fosa común número 5, fila novena, cuartel número 12.
No se realizó ni informe forense, ni certificado de su defunción. El certificado de defunción fue expedido muchos años después, el 5 de julio de 1940, una vez acabada la guerra, por orden del Juzgado de Primera Instancia nº 2, en presencia del juez municipal Federico Capdepón Icabaleta, tal y como recoge José María Zavala en su libro “La pasión de José Antonio”.
En su testamento dejó constancia de su último deseo: “Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas calidades entrañables, la patria, el pan y la justicia”. Su última voluntad fue que limpiaran el patio de la cárcel para que su hermano Miguel no tuviera que ver su sangre.
En 1938 fueron sacados sus restos (todavía bajo el control del Frente Popular) de la fosa común de la sacramental de Florida Alta para trasladarlos al nicho 515 del cementerio Nuestra Señora de los Remedios en Alicante.
El 4 de abril de 1939, tres días después de la liberación de Alicante, poco después de la una de la tarde, en un acto sencillo, Miguel Primo de Rivera, Pilar Millán Astray, el hijo de ésta y pocas personas más, presenciaron el descubrimiento de la tumba, reconocieron los cinco cadáveres contenidos en ella, con el máximo honor, ya en sus féretros, trasladaron los restos exhumados de los Caídos de la fosa quinta a otros tantos nichos.
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