La Iglesia ofrece hoy, día de la Divina Misericordia, una indulgencia plenaria para que los fieles vivan con intensa piedad esta celebración y reciban con más abundancia el don de la consolación del Espíritu Santo, cultivando así una creciente caridad hacia Dios y hacia el prójimo.
La imagen de la Divina Misericordia representa a Jesús en el momento de aparecerse a sus discípulos en el Cenáculo -tras su Resurrección-, como leemos en la liturgia de hoy (Juan 20, 21-23): “Jesús les dijo otra vez: La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Esto es, capacitó a los Apóstoles (y a sus sucesores en el ministerio) con el Espíritu Santo para perdonar o retener (no perdonar) los pecados.
Llegados a este punto, es necesario advertir que no hemos de confundir la Misericordia Divina de la falsa misericordia.
Falso o falsa es lo contrario a la verdad, algo que no se sostiene en absoluto, a pesar de que se ve, suena, se siente y huele aparentemente a real, pero al mismo tiempo no es ni real ni verdadera.
La Misericordia Divina, es la cualidad o atributo de Dios, en cuanto ser perfecto, es la virtud por la cual perdona los pecados y miserias a las personas que se arrepienten.
La Divina Misericordia es el Amor volcado en el mísero, la gracia que le rescata de su miseria. En tanto que la falsa misericordia es una acción de aparente humanidad construida para engañar.
Consiguientemente, ante la confusión creada por las palabras del Papa Francisco dirigiéndose a los divorciados y vueltos a casar civilmente para decirles que “no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros activos de la Iglesia”, dieron lugar a ser interpretadas por muchos como que se les puede dar de comulgar, “ya no es posible decir que todos los que se encuentran en una situación así llamada irregular viven en pecado mortal”
Otros, es cambio, discrepando de esa misericordia para darles la Eucaristía en pecado mortal a los divorciados vueltos a casar, entienden, por mucho “que puedan encontrarse en situaciones muy diferentes”, que equivale a acusar a Cristo de inmisericorde por decirle a la pecadora “no peques más”, y señalar que, si los conyugues divorciados se vuelven a casar, cometen adulterio.
Que equivale a acusar de inmisericorde a San Juan Bautista que fue decapitado por denunciar el pecado adultero de Herodes al estar viviendo amancebado con la mujer de su hermano.
Que equivale a acusar de inmisericorde a San pablo que divinamente inspirado señala que nadie puede comulgar indignamente en pecado mortal, pues comería y bebería su propia condenación.
Que equivale de acusar de inmisericorde a la Iglesia que ha practicado esta doctrina durante más de 2.000 años, defendiéndola en el Concilio de Trento y prefiriendo perder todo un país como Inglaterra antes que traicionar las enseñanzas de la palabra de Dios.
En esta coyuntura, salvo para los aprendices de avestruz, que lamentablemente no son pocos, el objetivo de la falsa misericordia salta a la vista, y no es otro que el cargarse la doctrina evangélica sobre la pureza y la castidad (divorciados vueltos a casar, concubinato, dúos sodomitas, adúlteros y amancebados, “familias” homoparentales y un largo etcétera), evacuando la necesidad del arrepentimiento y de la conversión para recibir los sacramentos en estado de gracia y disolviendo por consiguiente la noción de pecado.
Y es que una estrategia pastoral que minimiza el pecado en nombre de la misericordia no puede ser misericordiosa porque es falsa.
La falsa misericordia en su exterior es bella y atractiva, demasiado fácil y demasiado mundana.
La falsa misericordia es lo que se quiere oír, para aliviar la conciencia y esa “paz” es sólo una mentira… aguzar los sentidos, una mentira o falsedad con diminutas piezas de verdad es una mentira en su totalidad, la homosexualidad, los divorciados vueltos a casar, robar para un ladrón, hacer el mal, ver el pecado como nada, que estamos todos salvo, todo esto, sin un verdadero arrepentimiento es falsa Misericordia.
Decirles a los divorciados y vueltos a casar que hay una puerta abierta cuando no lo hay, es engañarles miserablemente. Porque la puerta que se les está abriendo es la puerta del infierno.
La verdadera Misericordia, esencia del Evangelio y la confianza en el poder transformador de la gracia de Dios son la clave para para una autentica conversión y ayudar a los católicos divorciados y vueltos a casar por lo civil.
La Misericordia de Dios no nos concede el derecho a seguir pecando (vivir en adulterio) y consiguientemente continuar separados de Dios. Como tampoco puede la Iglesia hacer caso omiso de la Palabra de Dios sobre la indisolubilidad del matrimonio ni mitigar las consecuencias de las decisiones que las personas adultas toman libremente. Pero lo que, si puede, y siempre ha hecho la Iglesia, es recibir y dar la bienvenida, como miembros de la comunidad de los creyentes, a cuantos pecadores, incluyendo a los divorciados y vueltos a casar civilmente, regresen arrepentidos.
Acercarse a Dios con sinceridad lleva consigo el alejamiento del pecado y el error.
La Iglesia puede ser veraz sin ser misericordiosa, como los escribas que deseaban apedrear a la adúltera que violó la ley mosaica. Pero la Iglesia no puede ser misericordiosa sin ser veraz.
Un enfoque pastoral que hace caso omiso de la verdad por culpa de una desesperación pastoral mal disimulada y del deseo de “acomodarse a los tiempos” hará que la fe disminuya, no que aumente.
La Misericordia de Dios siempre nos mueve hacia adelante y hacia arriba. Lo opuesto a la misericordia sería decir “ven” y luego dar a entender que no necesitamos movernos, que no necesitamos acabar con nuestra actual alianza con el pecado y dirigirnos hacia la ley de Jesucristo.
La Misericordia Divina es redención, ayudar a salvarse y no a condenarse.
En este día, dedicado la Misericordia Divina, la Iglesia nos invitó a encontrarnos de nuevo con el Amor de nuestro Redentor, abriendo sus puertas al mundo e invitando a todos a entrar y, estando en gracia de Dios, a unirnos al banquete del Cordero de Dios.
Y para finalizar y dar gracias a Dios, repitamos con el salmista cantando todos juntos: Misericordias domini in aeternum cantabo.
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