El siglo XIX fue un mal siglo para China. El imperio chino estaba en sus momentos más bajos y, por el contrario, los británicos estaban en su mejor momento después de la perdida de las colonias norteamericanas lo que llevó, esta desgraciada conjunción, a las conocidas como las Guerras del opio. Básicamente y por abreviar, la imposición a los chinos del consumo de opio producido en la India, con sus terribles consecuencias sociales, y la apertura de una serie de puertos al comercio británico con condiciones muy ventajosas para los de su graciosa majestad y oprobiosas para los chinos. Los más mayores recordarán aquella memorable película, “55 días en Pekín”, que daba, como suele ocurrir con la industria del cine, una imagen que sin duda estaba muy lejos de la realidad histórica, aunque Sofía Loren estaba guapísima.
Fue en algún momento de aquellos azarosos tiempos, y posiblemente porque Francia se apuntó a la segunda de las guerras, cuando se atribuyó a Napoleón la afirmación de que “China es un gigante dormido, y mejor no despertarlo porque cuando lo haga el mundo temblará”, y en esas estamos. Aunque no hay rastro por ningún lado de que el emperador se manifestase al respecto en ningún momento de su movida existencia la frase hizo fortuna, y el caso es que China se ha despertado por fin y el congreso anual que el Partido comunista chino ha tenido el pasado mes en Pekín ha venido a confirmar que no tiene intención de volver a adormecerse. ¿Habrá que echarse a temblar?
Que Xi Jimping es el gobernante con más poder personal en el mundo actual –salvando quizás a Kim Jong Um- era ya sabido; ahora nos avisa de cuáles son sus objetivos para los próximos 14 años y, aunque no se muestra especialmente belicista en las declaraciones, sus comportamientos en el Mar de la China, su entorno más cercano, son los de un chulo de barrio, aunque en ingles le digan assertiveness, de asertivo, firme, que queda como mucho más cool. No hay que engañarse, es el típico comportamiento del vecino rico y faltón. Que se lo pregunten a Taiwán, Vietnam o Filipinas.
El plan chino recién sancionado pasa por la aprobada “Estrategia de circulación dual”, es decir, impulsar la demanda interna y la independencia tecnológica, hoy aún muy dependiente de occidente, mientras se mantiene el comercio exterior, algo que, si repasamos un poco la historia, es el recorrido que llevó a los EEUU a convertirse en el hegemón mundial. China quiere hacer lo mismo y sus mil cuatrocientos millones de habitantes parecen una base suficiente para empezar tirando del consumo interior que apoye todo lo demás, especialmente ahora que el covid le ha dado una ventaja comparativa sobre el resto del mundo.
En ese camino solo parece interponerse los EEUU; sus vecinos, incluidos los más importantes, como India o Australia, ya han comenzado a sentir su presión en distintas formas de guerra, la convencional o la comercial. Por el norte, su vecino ruso no parece percibir el peligro, o cree poder cabalgar el tigre, especialmente en la apertura permanente de la ruta norte por el Ártico, con todo lo que ello implica; y nuestra Europa parece asumir su decadencia y su papel de mero espectador.
No sé si Napoleón tendría algún remedio para el mal despertar, aunque tampoco sé si sería para el de los chinos o para el nuestro.
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