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Historia

90 años de la Segunda República española

Al cabo de un mes de la proclamación de la República, ardían los conventos en toda España. Un mes más tarde, huelga general en Asturias.

Este 14 de abril se conmemora el 90 aniversario de la proclamación de la Segunda República española, en 1931.

En relación a esto, es una opinión corrientemente aceptada en toda España y en toda Europa, que la II República se instauró en España merced a una victoria electoral republicana. Y nada más falso. Esa es la primera mentira que se mantiene hoy por la propaganda. En abril de 1931 reinaba en España Alfonso XIII de Borbón. Ese mes, concretamente el 12 de abril, se celebraron unas simples elecciones municipales a las que la prensa de izquierdas quiso dar una significación de «test» del régimen. El resultado de aquellas elecciones municipales del 12 de abril de 1931, clasificando los elegidos en los dos grupos fundamentales de monárquicos y antimonárquicos o republicanos, arrojó un total de 8.291 concejales para los primeros y 4.314 para los segundos. Uniéndoles los proclamados por el artículo 29 de la Ley Electoral entonces vigente, los monárquicos obtuvieron un total de 22.150 concejales, por 5.875 los republicanos. Pero estos últimos, los republicanos, ganaron en todas las grandes ciudades, con excepción de Madrid, donde se dio un empate a 143. Aún así, incluso en la capital, los perdedores salieron a la calle. Así lo deja claro el escritor y periodista Eduardo Comín Colomer (1908-1975) en su interesante libro “Historia secreta de la II República”. Una derrota aplastante para los sedicentes demócratas (aunque de tales bien poco tuvieran unos y otros). Pero los consejeros reales, pusilánimes, parecían temer una repetición del asalto al Palacio de Invierno, en San Petersburgo. Las maniobras oblicuas del “triángulo” Alcalá Zamora – Romanones – Marañón, actuó de «comadrona» de la República, para aconsejar y convencer al Rey Alfonso XIII de que abdicara y abandonara el trono. El poder estaba en la calle. Y los republicanos lo tomaron. Lógico y natural. El tendencioso telegrama circular de Portela Valladares a los gobernadores provinciales incitándoles a abandonar sus puestos al anunciarles unos resultados electorales falseados, las actividades del Gran Oriente y, en mucho menor medida, las actividades del Kremlin y sus agentes, contribuyeron a implantar en España un régimen que un viejo bolchevique de la talla y el prestigio de Trotsky consideraba un puente ideal para el comunismo. Se proclamó un gobierno provisional. Y en el primer gobierno provisional de la titulada «República de trabajadores», encontramos a los masones Alejandro Lerroux, ministro de Estado; Fernando de los Ríos, de Justicia: Santiago Casares, de Marina; Álvaro de Albornoz, de Fomento; Francisco Largo Caballero, de Trabajo. El presidente, Niceto Alcalá Zamora, y el ministro de Justicia, Fernando de los Ríos, eran además del “pueblo elegido”.

Al cabo de un mes de la proclamación de la República, ardían los conventos en toda España. Un mes más tarde, huelga general en Asturias. La enumeración de las algaradas y los tiroteos entre revolucionarios de todas las tendencias y los guardias civiles, de las huelgas, escenas de pillaje y desórdenes de todas clases precisaría de un grueso volumen. Visítese cualquier hemeroteca y consúltese cualquier periódico de la época: Huelgas, atentados, caos y miseria.

El anarquismo se impuso entre el peonaje de Cataluña, y entre el campesinado de Aragón y Andalucía. Los comunistas, aunque numéricamente escasos, se infiltraron hábilmente en las filas de los otros partidos marxistas, especialmente en el PSOE, el cual era entonces un partido marxista, no como el PSOE actual que es un partido socialdemócrata o incluso social-liberal. Tras un clamoroso triunfo de las derechas en las elecciones de noviembre de 1933, en octubre de 1934 tuvo lugar el golpe socialista, la huelga general en Asturias, y la rebelión armada de la Generalitat en Cataluña a la vez. Continuaron los desórdenes, constatados por todos los republicanos decentes, empezando por Don José Ortega y Gasset, con su «¡No es esto! ¡No es esto!». Recordemos que los tres intelectuales impulsores de la República, Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, y Pérez de Ayala, que habían firmado una declaración titulada “Delenda est monarchia”, publicada en el diario “El Sol” el 10 de febrero de 1931, contra la monarquía, los tres se desdijeron después. El Dr.Gregorio Marañón cuando años después huyó a Paris durante la guerra, desde allí escribió en 1937 en la “Revue de Paris”: “Aunque en el lado rojo no hubiera ni un solo soldado ni un fusil soviético, seria igual. La España roja es espiritualmente comunista. En el lado nacional, aunque hubiera millones de italianos o alemanes, el espíritu sería infinitamente español, más español que nunca”. En 1938 escribió “Liberalismo y comunismo” donde se pronunció a favor de Franco, y volvió a España después de la guerra.

José Ortega y Gasset había impulsado la “Agrupación al servicio de la República”, a la que perteneció y por la que fue diputado uno de los fundadores de Falange Española, Alfonso García Valdecasas. Solo siete meses después de aquella declaración impulsada entre otros por Ortega, éste escribió también en el diario “El Sol”, el 8 de noviembre de 1931 su famoso “No es esto. No es esto”. Y es que la República debió enfrentarse, en cinco años, a más rebeliones, desórdenes y algaradas que la tan criticada monarquía en cinco siglos, a pesar de lo cual la gran prensa hizo y sigue haciendo creer a los mal informados ciudadanos de España y de toda la Europa occidental, que la revuelta del 18 de julio de 1936 había interrumpido un idílico sueño de paz en el que se hallaba sumido el viejo pueblo español.

En febrero de 1936 hubo nuevas elecciones en España, en las que las derechas totalizaron casi un millón de votos más que las izquierdas, pero unas semanas antes de los comicios, se formó un hipotético «Centro» que escindió a las derechas y, con el sistema de representación territorial, no proporcional, el «Frente Popular» alcanzó el poder en las urnas.

Objetivamente hablando, la sustitución de una guerra civil intermitente y mitigada por una guerra civil continua y virulenta, el redoblamiento súbito del incendio español servía a los designios de Stalin. Sin duda se veía éste amenazado con perder un foco de bolchevización local, pero durante todo el tiempo de la guerra civil pudo atizar el antagonismo de las llamadas naciones democráticas contra las fascistas y, singularmente, el antagonismo francoalemán. No hay que olvidar, en efecto, que si una nueva guerra europea generalizada era el gran objetivo del Kremlin (toda vez que la U.R.S.S. guardaría sus fuerzas intactas en esa guerra, permaneciendo la URSS en la neutralidad, para explotar a su favor la situación revolucionaria creada al término de las hostilidades) existía, todavía, otro objetivo inmediato en los planes de la Komintern; objetivo que se entrecruza, por otra parte, con aquel. Ese objetivo fue definido por Dimitroff ante el VII Congreso Mundial comunista: desviar hacia Francia la amenaza alemana que se cernía sobre la URSS.

El advenimiento del Frente Popular en Francia creó un clima excepcionalmente favorable a la realización de los designios soviéticos. El 4 de junio de 1936, el multimillonario socialista hebreo Léon Blum formó un gobierno del Frente Popular en Francia repleto de miembros del “pueblo elegido”.

Stalin no tuvo inconveniente en persuadir no solamente a la extrema izquierda francesa, sino incluso a los xenófobos girondinos del centro y centro-derecha de que la guerra de España podía ser una revancha del fracaso de las sanciones tomadas contra la Italia fascista: la derrota del “fascista” Franco sería la derrota del “nazifascismo”. Una victoria de los gubernamentales en España, conseguida gracias a la ayuda francesa, intimidaría a Hitler y le disuadiría de su proyectado ataque contra Francia. Por otra parte, la anarquía que los comunistas y sus compañeros de viaje iban a crear con sus huelgas y su demagogia debilitará terriblemente a Francia. Ese debilitamiento irá acompañado de un rosario de incontinencias verbales antialemanas. El diabólico plan estaliniano se dibujaba claramente: excitar a Francia contra Alemania; tentar a ésta con la disminución sistemática del potencial bélico francés; provocar a Hitler y a Mussolini, tarea que realizarán, conscientemente o no, pero con perfección absoluta, comunistas y socialdemócratas desde Francia y, en menor grado, desde Inglaterra y Checoslovaquia. El resultado lógico de todas estas maniobras debía ser la ansiada guerra entre democracias y fascismos. Una guerra que, si por una parte liberaría a Stalin del mayor de sus temores, la Wehrmacht, por otra parte, abriría el camino a la revolución europea.

Continuaba por entonces el clima de guerra civil en España con tiroteos entre pistoleros de todas las tendencias (recordemos que la Falange sumaba un centenar de muertos asesinados por sus adversarios políticos ANTES del 18 de julio de 1936, es decir, antes del comienzo de la guerra, como se detalla en el magnífico libro de Cristóbal Córdoba, “De cada cuatro cayeron tres. Persecución y muerte de la Falange fundacional”); y sucedió un caso insólito en la historia de las tan alabadas democracias occidentales: agentes del gobierno legal, uniformados, sacaron de su casa al jefe de la oposición parlamentaria, José Calvo Sotelo, la noche del 13 de julio de 1936, le pegaron un tiro en la nuca y le arrojaron a una cuneta. Días después, el 18 de julio de 1936, estallaba la guerra civil, un conflicto aparentemente nacional, pero en realidad internacional, y preludio de la Segunda Guerra Mundial, como ya se veía en los cartelones del Frente Popular con letreros como “¡Viva la URSS!” o con la efigie de Lenin en la puerta de Alcalá, o de Stalin en la Puerta del Sol, en Madrid tras su victoria en las elecciones de febrero de 1936.

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Salvo contadas excepciones, el ejército profesional se enfrentó al gobierno. Éste contaba con las unidades paramilitares socialistas, con los anarquistas y con el control de las grandes ciudades. La Junta de Generales eligió como Caudillo al más joven de entre ellos: Francisco Franco. Treinta y dos meses de tremenda guerra civil, prólogo de la II Guerra Mundial, que seguirá cinco meses después de acabada la de España. La URSS, toda la llamada «intelligentsia» mundial, que es la turbina que agita la cloaca izquierdosa desde los comunistas hasta los anarquistas pasando por todos los lunáticos de Europa y América, la Francia del «Front Populaire», se volcaron en ayuda – religiosamente cobrada – al gobierno de Madrid. Alemania e Italia, convencidas de que en caso de derrota de los «nacionales», aquel gobierno sería fatalmente desbordado por los marxistas, con los comunistas a la cabeza, ayudaron a Franco. Pero, más que la «Legión Condor» y los voluntarios italianos del CTV, lo que cuenta, para Franco, es el hecho del respaldo italo-alemán. Sin él, la intervención franco-soviética en España hubiera sido, aún, más declarada de lo que fue. Inglaterra, tibiamente pro-gubernamental, siguió su vieja táctica del “wait and see” (esperar y ver). Y aunque la victoria final de fuerzas de tan dispares procedencias como las que formaban el bando nacional (falangistas, tradicionalistas, etc), representaba evidentemente un paso atrás para el comunismo internacional, éste había conseguido su mayor y primordial objetivo: hacer imposible todo entendimiento pacifico entre los dos grandes bloques europeos. De otra parte, España pagó un terrible precio por su guerra civil: un millón de muertos; un cuarto de millón de emigrados; la economía nacional deshecha y, como remate de los crímenes del marxismo, el pillaje organizado del Tesoro del Banco de España. enviado a Odessa el 25 de octubre de 1936. Según el embajador Marcelino Pascua, del PSOE, fueron enviadas a Rusia 7.800 cajas llenas de oro amonedado y en lingotes, con un peso neto de 510.079 kilos. En este robo, el mayor robo del siglo, participaron exclusivamente personajes del “pueblo elegido”, desde Juan Negrin, entonces ministro de Hacienda de la República española, hasta los funcionarios soviéticos que intervinieron en el asunto: Grinko, ministro de Hacienda de la U.R.S.S.; Margulies y Kagan, director y subdirector del Grossbank. y Martinsohn, viceministro de Finanzas.

Dos factores influyeron, con signo distinto, en el desarrollo y resultado final de la guerra en España: el apoyo franco-soviético a través de las Brigadas Internacionales, que encaminaron hacia la península Ibérica toda la cloaca  social de Europa y de América, y la resuelta actitud de Alemania e Italia, que impidieron una ayuda demasiado descarada por parte de Francia, mientras ayudaron, con las tropas de voluntarios de la Legión Condor alemana y de la CTV italiana, a la victoria de Franco.

La República española había reconocido diplomáticamente a la Unión Soviética, enviando como embajador en Moscú a Marcelino Pascua, del PSOE, mientras el Kremlin envió a España a dos embajadores de primerísimo rango: Rosenberg, en Madrid, y Antonow Owssenko, a la Generalitat de Cataluña. Tanto Rosenberg como Antonow eran de la tribu de “los innombrables”, al igual que Ilya Ehrenburg y Bela Kuhn, que dirigían la propaganda radiada en la zona roja. En las célebres Brigadas Internacionales los miembros del “pueblo elegido” fueron muy numerosos. Según Joaquín Palacios Armiñán, en la revista “En pie” (Madrid, abril 1963), vinieron a España con las Brigadas Internacionales, no menos de 35.000 hebreos, de los que 7.000 perdieron la vida y otros 15.000 resultaron heridos. El porcentaje de “los innombrables” entre los dirigentes de dichas Brigadas era elevadísimo. Mencionemos, entre otros, a Lazar Fekete, alias “General Kléber”, que inició su carrera bolchevique participando en el asesinato de la familia imperial rusa; Zálka Matéi, alias “General Lukasz”, Wolff, Hans Beimler; Karol Swyerczewsky, alias “General Walter”, posteriormente ministro del Interior en la Polonia comunista; George Montague Nathan, un millonario procomunista de Inglaterra; Goldstein, Rosenstein, Joe Loew; André Marty, el llamado “carnicero de Albacete”; Ernst y Otto Fischer, Kurt y Hans Freud, Paul Vaillant Couturier; Grigorievitch, alias “General Stern”, etc.

Al final, los republicanos, los rojos, los gubernamentales o como quiera llamárseles, fueron derrotados. Pero un hecho es innegable si se quiere tener un mínimo de decencia intelectual. Si el gobierno alemán no actúa, forzando prácticamente la creación del «Comité de No Intervención», los «nacionales» no hubieran ganado la guerra. Sin la presión diplomática de Hitler y Mussolini, sobre todo de aquel, Francia y Rusia hubieran intervenido directamente. Es inútil negarlo. Y si intervienen, Franco no hubiera ganado la guerra. Pretender lo contrario es pura idiotez. La derrota del marxismo en tierras ibéricas impidió la total realización de los planes stalinianos, si bien el objetivo primordial de Stalin, el de abrir un abismo insalvable entre democracias y fascismos, se había logrado con creces. Y así, seis meses después de terminar la guerra civil española, en septiembre de 1939 estalló la II Guerra Mundial. En ese momento, las victorias del Eje fueron jaleadas sin rebozo por la España oficial. Y eso que Hitler aún no había iniciado la Operación Barbarroja y el ataque a la URSS. España se declaró «No beligerante», es decir, neutral pero favorable a un bando, al bando del Eje. Si no fuera así, el Ministro de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Suñer, no hubiera empleado esa rebuscada perífrasis y hubiera dicho, simplemente, neutral. Pero no. España era «No beligerante».

La evolución posterior y el “doble juego” del régimen del 18 de julio o del régimen de Franco, es por todos conocida…. Del apretón de manos a Hitler en Hendaya en 1940 al abrazo a Eisenhower en 1959, de la entrevista con el Mariscal Petain en 1940 a entregar a Pierre Laval en 1945, de la ocupación de Tánger en 1940 a la renuncia a Gibraltar y a las bases militares yanquis en España desde 1953, de la creación del Frente de Juventudes en 1940 a su disolución en 1959, del envío de la División Azul en 1941 a su retirada en 1943, de definirse el régimen franquista primeramente como un Estado totalitario a definirse como una “democracia orgánica”, etc,….

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