Con la llegada de la II República, el 14 de abril de 1931, proliferaron ejemplares de la bandera tricolor, que fue adoptada de forma fulminante por el nuevo gobierno provisional. Además de simbolizar el cambio radical en el sistema de gobierno.
En pocas horas, el pueblo representativo, que al tomar las riendas de su propio gobierno proclamaba pacíficamente el nuevo régimen, izó por todo el territorio la bandera tricolor, con el rojo, el amarilla y la inclusión del tercer color que buscaba el reconocimiento al pueblo de Castilla como parte vital de un nuevo Estado, bajo el supuesto de que los colores rojo y amarillo representaban a los pueblos de la antigua Corona de Aragón, y creyendo, erróneamente, que la bandera de Castilla había sido el morado. Y así, el pueblo republicano, victorioso en la instauración, pero no en las urnas, enarboló una enseña investida por el sentir del pueblo con la doble representación de una esperanza de libertad y de su triunfo irrevocable. Haciéndose oficial en el decreto de 27 de abril de 1931.
Manifestando con este acto simbólico su advenimiento al ejercicio de la soberanía. Una nueva era comenzaba en la vida española. Y, según ellos, era justo y necesario, que otro emblema declara y publicara perpetuamente a nuestros ojos la renovación del Estado. El Gobierno provisional acogió la espontánea demostración de la voluntad popular, que ya no es deseo, sino hecho consumado, institucionalizando y sancionándola en el primer artículo de la Constitución de 1931.


En todos los edificios públicos, se arrió la vieja bandera bicolor, y comenzó a ondear la bandera tricolor. La saludaron las fuerzas de mar y tierra de la República; y recibió de ellas los honores pertenecientes al “jirón” de la Patria.
Con el trascurso del tiempo y durante aquel periodo de anacrónico y desgarrador fracaso hegemónico, la nueva bandera tricolor representó a quienes eran amigos de estatutos de autonomía y de la conspiración soviética y masónica, a los que su regla suprema era deshacer cualquier resto o herencia de la antigua España, frente a los representaban la historial ancestral de una patria unida desde los Reyes Católicos y regidos por una monarquía hispánica; a los que defendían la diversidad lingüística frente a los castellanos parlantes; a los que proliferaban la violencia sociopolítica y su agitación popular llevándolos su punto culminante y de mayor intensidad en la sangrienta revolución de Asturias; a los que por su exceso de autoritarismo y presumían de demócratas usaron poca democracia; a los que estaban más ocupados en un giro bolchevique que en problemas apremiantes del día a día republicano; a los implantaban la escuela laica y suspendían el crucifijo en las escuelas y exhibían pequeñas imágenes del diablo colgadas al cuello, a los que legislaron contra la Iglesia, mataban curas, quemaban iglesias, incendiaban conventos y violaban monjas, a los que legalizaron el divorcio e implantaron el matrimonio civil, a los que expulsaron de España al cardenal Primado y a los jesuitas, frente al pueblo de raigambre católica. Y representaba también la bandera tricolor a las que cantaban por calles y plazuelas: “hijos si, maridos no” (las mismas que hoy cantan “hijos no, abortos sí) … esas fueron, entre otras, las causas de lo que en junio de 1932, en el dorso de una minúscula estampa de la Virgen del Pilar, apareciese escrito el poema dedicado a la Vieja Bandera de España, que decía así…
A LA VIEJA BANDERA
Bandera de sangre y oro,
bandera vieja de España.
Vibrante como un clarín,
ardiente como una llama.
Cuyo resplandor glorioso
la hiciera tan envidiada.
Por toda la faz del mundo
tus colores ondeaban,
hasta el último rincón
llevas el nombre de España.
La tierra te fue pequeña
bandera la roja y gualda,
y descubriste otro mundo
y al mundo diste otra raza.
Quiso un día Dios probar
todo el temple de tu alma,
impávida resististe
el viento de la desgracia.
Y dejaste de hondear
en tantas tierras lejanas.
Bandera de nuestros muertos
hoy te han arriado en España.
Borraron tus armas reales,
rompieron la cruz del aspa.
Hoy tu pabellón glorioso
lleva una franja morada,
Como Jesús nazareno
llevas el luto en el alma.
¡Bandera de sangre y oro!
¡Bandera vieja de España!
Nadie me podrá impedir
que seas tú mi mortaja.
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