Raúl Rivas González, Universidad de Salamanca
Francisco José de Goya y Lucientes (1746-1828) es uno de los pintores más importantes de la historia. El autor produjo más de 1.800 obras de arte que van desde pinturas decorativas a retratos de nobles españoles y humildes trabajadores, lo que le ha valido la reputación de ser uno de los más grandes artistas de los tiempos modernos. En 1793 desarrolló una misteriosa enfermedad y las secuelas que le ocasionó provocaron que el carácter de la obra del pintor cambiara radicalmente. Así creó obras fabulosas, a veces oscuras y colmadas de dolor, que enriquecieron su legado. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué cambió Goya?
Goya tenía complexión atlética y de joven siempre gozó de buena salud pero, alcanzada la madurez, su vida estuvo marcada por tres grandes e intensos periodos de enfermedad que horadaron el cuerpo y la mente del pintor con la contundencia con la que un cuchillo caliente corta un bloque de mantequilla.
El primer envite tuvo lugar durante el invierno de 1792-1793 y duró varios meses. En noviembre de 1792, Goya enfermó gravemente en Sevilla, a la edad de 47 años. Según recoge la correspondencia que Goya intercambió con su gran amigo Martín Zapater y Clavería, el pintor permaneció postrado en la cama durante dos meses.
Martín Zapater reprochó a Goya su falta de cuidado y de sentido común, aludiendo a la conocida promiscuidad del pintor, que podía haberle garantizado la ingrata compañía de una enfermedad venérea. En marzo de 1793 Goya mejoró mucho en varios aspectos: recuperó la vista, olvidó los mareos y empezó a moverse sin dificultad. Por desgracia, no todo fueron alharacas bienaventuradas, porque persistieron los ruidos en la cabeza y la malquerida sordera que llegó a la vida del pintor de la mano de la afección. Después de un tiempo, maldita sea la estampa, Goya comprobó que la enfermedad lo había dejado sordo.
A finales de 1819, Goya sufre otra cornada. Algunos autores sostienen que Goya padeció tifus. Por los síntomas es posible, aunque no está del todo claro. En esta ocasión fue atendido por el médico Eugenio García Arrieta, que era un especialista en enfermedades infecciosas.
El buen hacer de Arrieta salvó a Goya, quien agradecido pintó un óleo titulado Goya a su médico Arrieta, donde el pintor aparece autorretratado con aspecto alicaído, vulnerable, sombrío y casi agonizante mientras es sostenido con firmeza por su médico. En la parte baja del cuadro figura un epígrafe que declara el agradecimiento de Goya a su amigo Arrieta, y que versa:
“Goya, agradecido a su amigo Arrieta: por el acierto y esmero con que le salvó la vida en su aguda y peligrosa enfermedad, padecida a fines del año 1819, a los setenta y tres de su edad. Lo pintó en 1820”.
El tercer y último empitonamiento inició andadura en 1825 cuando Goya desarrolló un tumor en el perineo y manifestó dificultades urológicas. El 20 de diciembre de 1825, Goya confesó a Joaquín Ferrer que todo le fallaba: la vista, la mano, la pluma, y que lo único que tenía en abundancia era fuerza de voluntad. Esta etapa finalizó con la muerte del pintor el 16 de abril de 1828.
En realidad, la causa del fallecimiento es desconocida. Según la información recabada de su correspondencia, en la que se describían los síntomas que sufrió, se apuntan diversas patologías. La parálisis de los nervios auditivos responsable de la sordera de Goya puede tener un origen sifilítico o tóxico. Sin embargo, no existe consenso al respecto, y la lista de potenciales causas de mortalidad incluyen el síndrome de Vogt-Koyanagi-Harada (VKH) –también conocido como síndrome uveomeníngeo–, el síndrome de Cogan, el síndrome de Susac, la sífilis, la malaria, la fiebre amarilla, el envenenamiento por quinina y el envenenamiento por plomo.
Sífilis y plomo
Es posible que la causa de la muerte fuera múltiple. Varios biógrafos recogen que Josefa, la mujer de Goya, tuvo 20 embarazos que concluyeron en mortinatos, término referido a cuándo un bebé muere en el útero durante las últimas 20 semanas del embarazo. Esta circunstancia puede ser explicada como evidencia de la posible sífilis que sufría Goya, conseguida en las sesiones libertinas que tantas veces reprochó Martín Zapater y Clavería.
Los síntomas que mostraba Goya y que incluían pérdida de visión, audición, capacidad motora y cambios de comportamiento apuntan al desarrollo de un proceso de neurosífilis meningovascular. El hecho de que Goya sobreviviera muchos años con la enfermedad se explica por los posibles tratamientos mercuriales antisifilíticos que le administraron, y que le provocaron una supuesta encefalopatía mercurial.
Al envenenamiento paulatino y accidental con el mercurio hubo que sumar la compañía del plomo. Entre los siglos XVIII y XX era habitual que los pintores fabricaran sus propios pigmentos, algunos de los cuales contenían elementos tóxicos como el cadmio y el plomo. Goya no era una excepción y solía mezclar y moler él mismo los pigmentos que utilizaba, incluido el albayalde, un pigmento muy tóxico compuesto de carbonato básico de plomo que el pintor aplicó con profusión para obtener la famosa apariencia de luminosidad nacarada de algunas de sus obras.
La exposición baja al plomo puede provocar mareos, pero la exposición media y prolongada ocasiona neuropatías periféricas. La exposición alta al plomo es mortal y provoca trastornos hematológicos, intestinales y neurológicos. Parece probable que fuera responsable, o al menos partícipe, de la sordera y de las alteraciones en la conducta de Goya.
Si no entramos al detalle, Goya fue un artista contradictorio. Junto con lo extraño y lo fantástico, pintó lo cómico y lo mundano; junto a la luz brillante, también apostó por la oscuridad. Los biógrafos han dividido el curso de la pintura de Goya en dos períodos definidos que están delimitados por el antes y el después de su enfermedad. El primero está caracterizado por la alegría y la luz; el segundo, por el horror y los fantasmas.
Es complicado vislumbrar con certeza qué fue lo que mató a Goya o qué patología le hizo perder la audición, pero lo cierto es que el pintor envejecido y sumergido en la enfermedad, cambió su percepción. Esto lo incitó a explorar temas únicos representados por imágenes morbosas y retorcidas, lo que se tradujo en una reforma de su pintura.
Así, en la última etapa de Goya surgieron las famosas pinturas negras, obras sombrías que representan la imperfección humana, los temores mundanales, la crueldad, la desesperación o incluso la demencia. Fueron engendradas por un artista enfermo y sordo y que con probabilidad estuvo atormentado por el sufrimiento psíquico que le ocasionó la combinación diabólica de la sífilis y el plomo.
Raúl Rivas González, Catedrático de Microbiología, Universidad de Salamanca
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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