Hoy, 26 de Abril, festividad de Nuestra Señora del Buen Consejo, es para mí un día muy especial porque me eduque el Colegio Nuestra Señora del Buen Consejo en Madrid. Allí consolide mi instrucción cristiana y mi españolía. Años inolvidables, que han dejado una profunda huella en mi vida.
Pero, en esta ocasión, no es mi intención contar mi pasado, sino que, si he hecho esa reseña anterior, ha sido para significar lo mucho que, para mí, simboliza y representa mi Patrona, a la que tengo una especial devoción.
¿Cuál es entonces el propósito actual? Sin duda, en nuestra época, tan aflijida y conturbada, son incontables las personas necesitadas de un buen consejo.
Razón por la hoy, tras la confusión creada por los malos consejos, nada pueden hacer las personas afectadas que implorar el auxilio de Aquella que el Papa Pío IX incluyó en las letanías lauretanas como “Mater Boni Consilii”.
Sin embargo, hay que ponderar que un buen consejo es de mayor validez cuanto mayor es la importancia del asunto sobre el que versa, pero, es tal el desconcierto existente en todos los ámbitos, dentro de la tempestad de tinieblas del siglo XXI, que tan loable acción trae, la mayor parte de las veces, frutos amargos de indiferencia, antipatía e incluso de rebelión. Porque, en general, los consejos auténticamente buenos no son fáciles de seguir. Sobre todo, a las personas mediocres, que son las mas necesitadas, a quienes se muestra como única solución para el problema que le aflige un deber arduo a cumplir, o un esfuerzo penoso a realizar, siéntense incluso agredidas.
Ahora, según la Sagrada Escritura, el número de los necios es infinito. Y la mediocridad rebelada contra la grandeza del deber o de la lucha, no es sino una forma de necedad…
Ejemplo de ello, son esas personas mediocres, vulgares, incapaces y disminuidas, que lideran nuestra sociedad y encabezan gobiernos, comunidades, diócesis, consejos de administración, banca, clubs etc., son tan vulgares y anodinos que no atienden el buen consejo de Nuestra Señora, del que pueden brotar manantiales de agua viva, sino que se rodean de miles de “consejeros” y “asesores” de confianza, en su mayoría, tan mediocres como ellos, y designados a dedo o de forma discrecional o libre designación, algo insólito que ha hecho disparar la confusión, y llevarnos al extravío de la mentira, con tanto consejo desacertado e inoportuno (pero bien pagados ) a desembocar en hechos estúpidos y majaderos.
Algunos os extrañareis de que haya incluido “diócesis” en el ejemplo anterior. Incluso parecerá excesivo, que, en este tiempo de confusión, haya también apreciable el mal asesoramiento en los medios religiosos.
Pero es que actualmente, por lo contrario, no se aconseja el error, por más grande y concluyente, que no procure revestirse de un ropaje más o menos nuevo para obtener libre tránsito en los ambientes católicos. Se puede decir que asistimos en nuestro propio medio al desfile de todos los errores, farisaicamente disfrazados con piel de oveja, para solicitar la adhesión de católicos ingenuos, semi vacíos, superficiales o poco devotos de nuestra Fe. Y, ante esa maniobra, ¡cuántas concesiones, cuántas falsas prudencias, cuanta falsa misericordia, cuánto criminal idilio con la herejía!
En esta atmósfera que ya sugirió a Pablo VI algunas graves advertencias, como la del humo de Satanás que ya había entrado en la Iglesia, la confusión es tan grave y grande, que en no pocos ambientes los católicos observantes y celosos de la ortodoxia son mal vistos e incluso sospechosos, mientras que la multitud confusa y desorientada de las víctimas de los errores disfrazados del duro habito de un “buen consejo”, se conduce con la desenvoltura de quien se cree fuese dueño y señor de la casa.
¡Basta ya de malos consejos! ¡Pongamos en marcha para vencer la confusión reinante! Es necesario, pues, a pesar de que afirmemos que éste nuestro siglo, es el siglo de la confusión y la mentira, que, de nuestros labios guiados por nuestro corazón abierto, suba una súplica unánime a la Madre de Dios, rogándola: “Nuestra Señora del Buen Consejo, en estos momentos de aflicción y preocupación, te pedimos, Señora, que ruegues al Espíritu Santo que impregne en nuestras almas y en nuestros corazones el don de Consejo del que tanta necesidad tenemos para acertar en todas las decisiones de nuestra vida, y te rogamos también pidas a Dios Padre, que el “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”, que rezamos diariamente, sea una realidad en nuestras vidas. Madre del Buen consejo, escuchamos y ayúdanos con tus consejos a permanecer fieles al Camino, a la Verdad y a la Vida, en medio de tanto desconcierto, de tanta falsedad y de tanta víctima. ¡Que así sea!”
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