Por Jon Miltimore
La obra de William Shakespeare, Hamlet, es considerada por algunos como la mejor historia jamás escrita.
Hamlet lo tiene todo: fantasmas, combates con espadas, suicidio, venganza, lujuria, asesinato, filosofía, fe, manipulación y un culminante baño de sangre digno de una película de Tarantino. Es una obra maestra tanto de arte como de sensacionalismo, la única obra que he visto representada en vivo tres veces.
No a todo el mundo le gusta Hamlet, por supuesto. Uno de sus detractores fue el primer ministro soviético Joseph Stalin.
El odio de Stalin hacia la obra se convirtió en casi una leyenda, en parte porque no está claro por qué Stalin odiaba la obra. Hay obras académicas enteras dedicadas a responder esta pregunta.
En su autobiografía Testimonio, el famoso compositor ruso, Dmitri Shostakovich, sugiere que Stalin veía la obra como excesivamente oscura y potencialmente subversiva.
“[Stalin] simplemente no quería que la gente viera obras con argumentos que le desagradaban”, escribió Shostakovich; “nunca se sabe lo que puede aparecer en la mente de un demente”.
Sin embargo, Stalin no prohibió la obra. Simplemente hizo saber que desaprobaba Hamlet durante un ensayo en el Teatro de Arte de Moscú, el teatro favorito de Stalin.
“¿Por qué es necesario representar a Hamlet en el Teatro del Arte?”, preguntó el líder soviético.
Eso fue todo lo que hizo falta, dijo Shostakovich.
“Todo el mundo sabía de la pregunta de Stalin dirigida al Teatro del Arte y nadie quería arriesgarse. Todo el mundo tenía miedo”, observó Shostakovich. “Y durante muchos y largos años no se vio Hamlet en el escenario soviético”.
La cultura de la cancelación y el miedo
Hoy en día, Hamlet está a salvo en los Estados Unidos, afortunadamente. Sin embargo, la “cultura de la cancelación” actual ha purgado muchas obras de arte, desde los libros de Dr. Seuss y Lo que el Viento se Llevó hasta las películas de Disney como Peter Pan y Dumbo.
Estas obras de arte no las prohíben los censores estatales; las retiran o restringen los proveedores de contenidos, las tiendas en Internet y las editoriales por considerarlas insensibles desde el punto de vista cultural o racial.
“Estos libros retratan a la gente de forma hiriente y equivocada”, dijo Dr. Seuss Enterprises a Associated Press al anunciar que dejaría de publicar seis libros de Dr. Seuss, entre ellos ‘Y Pensar que lo vi en la Calle Mulberry‘ y ‘Si yo Dirigiera el Zoológico‘.
Si estas obras de arte son culturalmente insensibles es una cuestión subjetiva, como lo es la pregunta de si Hamlet es una obra moralmente subversiva. Ahora bien, hay quienes niegan que el Dr. Seuss esté siendo cancelado en lo absoluto.
“Podemos debatir si hacer esto fue lo correcto, pero es importante señalar algunas cosas”, escribió el crítico de cine Stephen Silver en el Philadelphia Inquirer. “La decisión fue tomada por la empresa que posee y controla los libros, no por el gobierno, ni por una ‘turba’ que la presionó”.
Silver tiene razón al señalar que hay una diferencia entre la censura gubernamental y la autocensura. Pero su afirmación de que no hubo presiones detrás de la decisión merece ser analizada. (Más sobre esto en un momento).
En cualquier caso, aunque haya diferencias entre la censura gubernamental y la autocensura, ambas son peligrosas, como observó George Orwell.
Obviamente no es deseable que un departamento gubernamental tenga ningún poder de censura… pero el principal peligro para la libertad de pensamiento y de expresión en este momento no es la interferencia directa del [gobierno] o de cualquier organismo oficial. Si los editores y redactores se esfuerzan por evitar que se impriman ciertos temas, no es porque tengan miedo de ser perseguidos, sino porque le tienen miedo a la opinión pública. En este país, la cobardía intelectual es el peor enemigo al que tiene que enfrentarse un escritor o un periodista y este asunto no me parece que haya tenido el debate que se merece.
Lo que Orwell estaba diciendo es que el miedo a la opinión pública también puede dar lugar a la censura.
Ahora bien, para ser claros, no sabemos con certeza las motivaciones de los editores que deciden dejar de publicar ciertos libros del Dr. Seuss. Al igual que no podemos saber con certeza por qué Spotify borró de repente 42 episodios de Joe Rogan por el Agujero de la Memoria. Pero no es descabellado sospechar que el ímpetu que impulsa la cancelación de las obras en la actualidad no sea diferente al que impulsó la salida de Hamlet de la Unión Soviética: el miedo.
El miedo: ¿un censor más eficaz que las prohibiciones?
La cancelación de Hamlet por parte de Stalin demostró que las prohibiciones gubernamentales no son la única forma de suprimir la libertad de expresión, ni siquiera la más eficaz. Como observó Shostakovich, la capacidad de Stalin de cancelar Hamlet con una simple palabra fue una demostración de poder mucho mejor que una prohibición oficial del Estado. No hizo falta ninguna ley ni anuncio formal. Todo lo que hizo falta fue una tranquila palabra y el miedo, una emoción con la que los americanos de hoy están familiarizados.
Un reciente estudio del Instituto CATO muestra que la autocensura está aumentando en USA, con dos tercios de los americanos diciendo que tienen miedo de compartir ideas en público debido al clima político, cada vez más dominado por el “wokeismo”.
Estos temores no son irracionales. Los ejemplos de americanos despedidos, avergonzados y cancelados por estar en el lado equivocado de la cultura woke son innumerables. El año pasado, el fenómeno provocó una carta en Harper’s Magazine firmada por docenas de destacados académicos que condenaban el clima de intolerancia por las ideas.
“Se despide a los editores por publicar artículos controvertidos; se retiran libros por supuesta inautenticidad; se les prohíbe a los periodistas escribir sobre determinados temas; se investiga a los profesores por citar obras literarias en clase; se despide a un investigador por difundir un estudio académico revisado por colegas; y se destituye a los directores de organizaciones por lo que a veces no son más que torpes errores”, decía la carta. “Ya estamos pagando el precio en una mayor aversión al riesgo entre escritores, artistas y periodistas que temen por su sustento si se apartan del consenso, o incluso si no tienen el suficiente fervor por el acuerdo”.
Sin embargo, este clima no termina con los escritores y académicos que temen ofrecer ciertas opiniones. Se extiende a las salas de juntas de las empresas y a los comités ejecutivos, donde se les presiona a los individuos para que decidan qué arte es aceptado y qué opiniones son aptas para ser compartidas por las plataformas sociales.
Estar en el lado equivocado del debate invita a la destrucción personal. Simplemente, es más fácil acceder a retirar el arte “dañino” o despedir a ese empleado que despertó la ira de la muchedumbre en Twitter.
“La gente tiene miedo de desafiarlos”, dijo Robby Soave, de Reason, a John Stossel el año pasado en una entrevista sobre la cultura de la cancelación.
Al igual que en el 1984 de Orwell, en la cultura actual ni siquiera hace falta proferir un pensamiento errado para ser condenado por ello.
Sólo hay que preguntarle al Dr. Howard Bauchner, que en marzo fue destituido como editor de la prominente revista médica JAMA. El delito de Bauchner fue que, durante un podcast el mes anterior, su subdirector cuestionó la existencia del racismo estructural.
“El racismo estructural es un término desafortunado”, dijo el Dr. Edward H. Livingston, quien es blanco. “Personalmente, creo que sacar al racismo de la conversación ayudará”.
“Todo el mundo tenía miedo”
Ciertamente, hoy en día en Estados Unidos uno no se arriesga a ser liquidado por negarse a ceder a las presiones para autocensurar las obras de arte. Eso no puede decirse de la Unión Soviética bajo Stalin.
Sin embargo, hay un hilo conductor en ambos casos de censura: el miedo
“Todo el mundo tenía miedo”, decía Shostakovich.
Estas mismas palabras pueden aplicarse a quienes se postran ante la cultura de la cancelación hoy en día.
Esto no quiere decir que las obras del Dr. Seuss sean o no insensibles desde el punto de vista cultural, o que Hamlet contenga o no temas perjudiciales o subversivos.
Se trata simplemente de decir que el miedo es el que se esconde detrás de la desaparición del arte y de la supresión de la libertad de expresión. Sólo por eso, hay que resistirse a tales esfuerzos.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en elamerican.com.
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