Reproducimos parte de la entrevista que nuestro colaborador Alberto Buela mantuvo con el diario perfil.com
—¿Cómo se le explicaría a un lego qué es la metapolítica?
—En 1994 comenzamos a editar una revista llamada Disenso en papel. Por entonces, no había internet o por lo menos nosotros no teníamos. Me vinculé con mucha gente de Europa y de Estados Unidos por el tema de la revista. En algún momento, un autor italochileno, Primo Siena, me manda una carta y dice: “Alberto, vos lo que estás haciendo es metapolítica. ¿Por qué no lees a Silvano Panunzio?”. Un autor italiano que acá no es conocido. Le pedí a un amigo de Roma, Aldo La Fata, que me enviara uno de sus textos. Don Silvano estaba por morir. Me pareció interesante aunque tenía una visión un poco esotérica. En filosofía estamos acostumbrados a reflexionar con la razón. Sabemos que el hombre, como decía José Ortega y Gasset, es una isla racional rodeada de un mar de irracionalidades, pero debemos salvar la racionalidad del ser humano. Si me quedo con las irracionalidades, hago horóscopos, me dedico a las ciencias ocultas; otra cosa diferente de la filosofía estricta. Me pongo a estudiar esto, leo y voy viendo otros autores, Primo Siena me vuelve a escribir. Le pregunto a algunos que hacen ciencia política, investigadores del Conicet… Nada. Y me escribe un filósofo muy importante en España al final del siglo XX que se llamó Gustavo Bueno. Bueno fue un filósofo materialista del Partido Comunista, Dejó el PC, aunque siguió siendo materialista hasta que murió. Fue el que me dijo que yo tenía “las condiciones ideales para desarrollar metapolítica, porque la metapolítica no es otra cosa que la metafísica de la política”. Le contesté que no me gustaba eso, porque podemos vincular la política a la metafísica. La metafísica habla sobre lo necesario y la metapolítica habla sobre lo contingente porque la política es contingente, puede ser de una manera o de otra. Lo necesario puede ser de una sola manera. Prefiero definir la metapolítica como las grandes categorías que condicionan la acción política. Así encontré un texto de Max Scheler. Siempre hay que ir a los grandes, los clásicos no son otra cosa que autores antiguos que tienen respuestas contemporáneas. Es difícil equivocarse si se recurre a Max Scheler. Encontré una conferencia suya en la Escuela Superior de Guerra de Alemania del año 27, un año antes de su muerte, sobre la etapa de la nivelación. Allí dice: “Esperemos que este curso que doy pueda con el tiempo reemplazar culturalmente a la caduca clase dirigente alemana”, estaba toda la decadencia de la República de Weimar, “… y que podamos construir una alta política”. Allí descubrí el fundamento.
—¿La metapolítica es un avance respecto de la teoría política?
—La pone en crisis, en crítica. Si uno lo hace bien, la metapolítica muestra cuáles son los presupuestos políticos de los actores, la ideología. Nuestros actores políticos, desde nuestro presidente hasta cualquiera de los 88 secretarios de Estado hacen básicamente ideología. La idea de estudiar la metapolítica es enfrentarse a las grandes categorías, como homogeneización, pensamiento único, teoría del género, entre otras.
—Las categorías no son los partidos, sino la política dada. ¿La metapolítica es una mera actividad cultural o precede necesariamente a la acción política ulterior?
—Hay dos versiones. Una versión es la francesa, que dice que hay que hacer metapolítica sin política. Nosotros, en cambio, sostenemos que hay que hacer metapolítica, pero buscando un anclaje en la política. Tenemos necesidad imperiosa y manifiesta de estudiarla, sobre todo en la Argentina. Nos encontramos con que tenemos un gobierno progresista, de izquierda, liberal, socialdemócrata, en el que tiene más influencia Bob Dylan que Perón. Tenemos que de alguna manera aclarar esa melange.
—¿Cómo la aclararía?
—En lugar de hablar de derechos humanos hablaría de derechos de los pueblos. En lugar de hablar de privilegiar las minorías, privilegiaría a las mayorías. Como hoy ningún gobierno las tiene, privilegian las minorías sobre las mayorías, aunque se dicen peronistas. A diferencia de lo que hizo siempre el peronismo. “La metapolítica es un conjunto de grandes categorías que condicionan la acción política.”
(…)
—¿Qué opinión tiene usted del uso de la metapolítica por la nueva derecha?
—La nueva derecha se equivoca en la caracterización de la política. Quiere hacer metapolítica sin política. Es lo de Gramsci, pero desde la derecha. No tiene ningún sentido que me ponga a pensar en cómo modificar las categorías que condicionan la acción política de los agentes políticos y no haga nada para modificar eso.
—¿Hay relación con eso y los libertarios actuales tan de moda en la Argentina?
—Los libertarios y los terra-planistas son minorías que salieron como hongos por todos lados.
—¿La nueva derecha no lleva a cabo ninguna acción política partidaria porque considera que los partidos políticos fueron superados en poder de iniciativa por los mega-aparatos más mediáticos y que allí es donde está la corriente de pensamiento y donde hay que llevar adelante la disputa?
—Es una metapolítica sin fines. Es una metapolítica ilustrada. La derecha hace una metapolítica ilustrada. Es filosofar como Descartes desde su oficina: ve pasar a un hombre con paraguas y filosofa desde la campana de cristal. Eso no es filosofía tampoco. Uno actúa como piensa o termina pensando cómo actúa. “Los clásicos no son otra cosa que autores antiguos que tienen respuestas contemporáneas.”
(..)
—¿Qué sensación le produce lo que hoy está viviendo la Argentina y qué consejo o mensaje podría darles a los lectores?
—Primero, una sensación de tristeza. Nací en un país en el que éramos contenidos por la comunidad. Tengo 72 años, estoy criado mitad en la ciudad, mitad en el campo. Nací en Parque Patricios pero a los dos días me moría y mi padre hizo un cajoncito y me llevaron a Magdalena, donde estaba toda mi familia, de modo tal que nací allá de hecho. Me crié, teníamos el colegio, el club Huracán, estaba la parroquia de San Bartolomé en Chiclana y Boedo. Teníamos muchas organizaciones que nos contenían; éramos una familia humilde. Iba a la pileta de calle Pepirí, me expresaba como nadador. En el club Huracán jugaba a la pelota o al frontón, que también me gustaba. En la parroquia hacíamos campamentos. En la escuela estudiábamos. En la poliomielitis todos los vecinos salieron a pintar los árboles con cal. Nací en una comunidad. Nací en una polis. Y produjimos algo extraordinario: así como los griegos pasaron de las tribus a las polis, esto lo dice Platón en el último libro de las leyes: “La diferencia con los bárbaros es que nosotros tenemos polis y ellos no. Y tenemos un sistema de leyes por el cual Sócrates dice, ante la opción de escapar de la cicuta: ‘La ley es mi madre y mi partera’”. Argentina logró un milagro extraordinario, aparte de tener a Lionel Messi y a Diego Maradona. Nací en una polis y voy a morir en una tribu. Tenemos las tribus de los abortistas, de los antiabortistas; las de los terraplanistas, de los subsidiados, de las madres, de los hijos, de los primos, de los indios. Se quebró la idea de pueblo como mayoría. Hicimos lo contrario de los griegos.
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