Por Tradición y Acción por un Perú Mayor
Hay momentos en la historia de un pueblo en que, en un solo lance, se juega todo su destino. De las decisiones que tome ahora dependerán el futuro de la Patria y el destino de las almas. Esa hora ha sonado para el Perú.
Desbaratando los pronósticos electorales, las urnas dieron la victoria en la primera vuelta al señor Pedro Castillo, candidato de Perú Libre, paniaguado de Vladimir Cerrón, dueño de su partido, ambos declaradamente marxistas. Castillo se tendrá que medir en la segunda vuelta con la señora Keiko Fujimori, candidata de Fuerza Popular.
De golpe, el Perú se encuentra ante una de las más terribles encrucijadas de su historia: permitir que vuelva al poder la secta comunista, que tanta miseria, sangre y sufrimiento trajo a nuestro país; o continuar el camino de paz, de esfuerzo y de desarrollo que, desde hace ya décadas, había tomado. Un camino que, no obstante obvias deficiencias, ha permitido al país prosperar. La encrucijada es tanto más terrible cuanto, como veremos, está en juego no sólo nuestro futuro político, sino también el destino eterno de nuestras almas.
Ante este panorama —a la vez trágico y grandioso— Tradición y Acción por un Perú Mayor faltaría gravemente a su deber moral y patriótico si no dirigiera un llamado a los peruanos, como lo ha hecho ya en otras ocasiones determinantes a lo largo de su trayectoria, que se extiende ya por más de medio siglo.
Hacia un Perú comunista
Aunque Pedro Castillo a veces rechaza la etiqueta de “marxista”, solapándola bajo un supuesto apoyo al “pueblo”, su ideario coincide punto por punto con esta perniciosa ideología. No solo en sus formas clásicas de lucha de clases, colectivismo y materialismo dialéctico, sino también en sus nuevas formas indigenistas y populistas.
Castillo propone un “cambio estructural” en el Perú, teniendo como eje una reforma de la Constitución. Este “cambio estructural” no sería otro que la retomada, en modo aún más radical, de la Revolución llevada a cabo por la dictadura militar del General Juan Velasco Alvarado, de quien Castillo se declara ferviente admirador. Más que un paso adelante —“progresista”, como suele repetir Castillo— este “cambio estructural” sería, pues, un salto atrás, hacia una época oscura y pavorosa de nuestra historia.
Según el candidato de Perú Libre, la Revolución velasquista fracasó por dos motivos: duró muy poco, y no fue llevada hasta sus últimas consecuencias. Hay que subsanar estas dos carencias, dice Castillo, radicalizándola y haciéndola durar. En el homenaje que su partido hizo al sanguinario «Che» Guevara, Vladimir Cerrón afirmó que “…en la teoría del poder uno va a quedarse, y se defiende hasta el último rasguño para mantenerse en el poder”. En otras palabras, en el caso de una victoria de Castillo, lo que tendremos sería un ultra-velasquismo que se prolongaría indefinidamente.
Nos preguntamos: si el socialismo velasquista postró al país en un estado de depresión económica, social y psicológica del cual no termina de recuperarse del todo, aun después de tantos años, ¿qué desastre supondría, entonces, un gobierno de Pedro Castillo?
Para comenzar, Castillo quiere abolir la economía social de mercado basada en la libre iniciativa, contemplada en el art. 58 de nuestra Constitución. En cambio propone “un Estado regulador, fuerte, planificador, interventor, innovador, empresario y protector”. Un Estado “revisor de contratos” que “interviene taxativamente” en todos los niveles de la economía y de la sociedad. Un “Estado nacionalizador” que concentra en sus manos la gestión del país “en nombre del pueblo”. Pues bien, este es precisamente el modelo de Estado formulado por el tocayo de su mentor, Vladimir Illich Lenin, y se llama “dictadura del proletariado”. En otras palabras, el modelo comunista soviético.
¿No lee los diarios el señor Pedro Castillo? ¿No conoce la historia dicho maestro de escuela? Un estudio incluso sumario de la historia de nuestros tiempos muestra que, sin excepción, donde fue implantado tal modelo de Estado, el resultado fue desastroso: miseria, opresión, malestar social, colapso total. Una lectura incluso sumaria de los diarios muestra que los países donde actualmente rige este modelo están hundidos en la miseria y en la dictadura más deplorables. ¿Es esto lo que el profesor Castillo quiere para el Perú?
Con un candor que casi suena a cinismo, Castillo repite que “nosotros seremos diferentes…”. Pues aquí también el maestro ignora la historia. Esto es exactamente lo que todos los dictadores comunistas han dicho antes de asumir el poder, de Lenin a Hugo Chávez. Después la historia se ha encargado de mostrar cuán “diferentes” eran…
La Reforma Agraria
“Haremos una segunda Reforma Agraria”, ha declarado repetidamente el candidato de Perú Libre. La “primera”, por supuesto, es la de Velasco Alvarado.
Dondequiera se ha instalado un régimen comunista, el primer paso ha sido siempre una reforma agraria de tipo socialista y confiscatorio, hecha para destruir la clase de los propietarios de tierras y, así, avanzar hacia la utopía igualitaria. No fue excepción la dictadura de Velasco. La Reforma Agraria era la niña de sus ojos. Precisamente esta reforma se transformó, en poco tiempo, en su peor fracaso. Un exhaustivo estudio conducido en 1980 por el Instituto de Estudios Peruanos, de orientación marxista y, por tanto, nada sospechoso de parcialidad contra el régimen militar, revelaba: “Diez años después, el programa de reforma agraria ya estaba paralizado”. Comenta el analista Antonio Zapata, hombre de izquierda: “Fue un fracaso económico total. Los campos dejaron de producir”. Y quienes más sufrieron fueron los campesinos, forzados a emigrar a las grandes ciudades, aglomerándose en los llamados “pueblos jóvenes”, eufemismo creado por Velasco para esconder la terrible verdad.
Cosas semejantes se podrían decir de todos los países iberoamericanos donde fue aplicada una reforma agraria: sin excepción, fueron fracasos rotundos. Tomemos el ejemplo de Brasil. Francisco Graziano Neto, ex presidente del INCRA (Instituto Nacional de Colonização e Reforma Agrária), fue obligado a declarar sin tapujos: “La reforma agraria se configura como el peor fracaso de la política pública de nuestro país”.
¿Qué desea entonces Pedro Castillo? ¿Tiene tanto odio al pueblo que quiere hacerlo pasar de nuevo por el infierno del socialismo agrario? ¿No le bastó ya un fracaso?
Fin de la libertad de prensa
Otro pilar del sistema comunista es el control de los medios de comunicación, a fin de dominar el flujo de opiniones y silenciar así cualquier voz divergente. Con la dictadura de Velasco Alvarado esto se tradujo en la confiscación de todos los medios, con la virtual supresión de la libertad de prensa. Quien criticaba el régimen, aun levemente, podía acabar en la cárcel, lo que podía suceder, por ejemplo, con los críticos a la reforma agraria. También Castillo propone regular los contenidos que se publican en la televisión, la radio y la prensa escrita. En el capítulo VI de su plan de gobierno, propone una ley para ese fin y estima necesario romper nexos internacionales, como con la Sociedad Interamericana de Prensa. En el capítulo IV afirma que “apremia una ley de medios y no confundir libertad de prensa con impunidad”. Además, resalta la eliminación de “todo elemento que distorsione la política educativa y la mente de nuestras generaciones, como la famosa radio y TV ‘basura’ que se transmite en el país”.
Está bien oponerse a la “TV basura” y a la inmoralidad. Pero aquí se abre una lógica intervencionista y dictatorial que llevará rápidamente al completo control de la propaganda por parte del Estado.
Según Castillo, el Estado se debe erguir en “promotor de la cultura”, no solo proponiendo contenidos que vayan de acuerdo con su ideología, sino censurando aquellos contenidos que juzgue contrarios a ella. Se perfila, de este modo, la muerte de la cultura libre en el Perú y el sometimiento de toda la comunicación social a los cánones del comunismo populista.
De acuerdo con Samuel Coayla, congresista de Perú Libre electo por Moquegua, el Gobierno de Castillo prohibirá los programas de TV “que no llevan a nada”, como por ejemplo los llamados reality show. Todo esto con el fin de “educar” a la opinión pública según los cánones comunistas de Perú Libre. “Lo que queremos es cambiarle la mentalidad al niño”, admite sin tapujos.
Castillo y la religión católica
Un punto muy preocupante del ideario de Perú Libre, del cual poco se habla, es su actitud negativa frente a la religión católica, que es la de la inmensa mayoría de los peruanos, tornando patente el odio característico de los comunistas contra la Santa Iglesia y su magisterio social.
Según el ideario de Perú Libre, la religión católica habría sido el principal instrumento de los españoles para conquistar y oprimir a los indígenas andinos, esclavizando sus mentes. Esta instrumentalización política de la religión continuaría en la actualidad, por ejemplo en el hecho que el Estado Peruano contribuye a financiar a la Iglesia Católica. “El Estado Peruano mantiene la Iglesia católica para evitar nuevos levantamientos [indígenas]”, afirmaba Vladimir Cerrón en la I Cumbre Planetaria de Descolonización, Despatriarcalización y Lucha Contra el Racismo y Discriminación, en La Paz, en 2015. En otras palabras, la religión católica sería un instrumento de opresión. Los voceros de Perú Libre denuncian el Concordato entre la Santa Sede y el Estado Peruano, y deploran que éste otorgue a la Iglesia un status privilegiado que, por ejemplo, la exime de ciertos impuestos e impide al Estado de intervenir en la educación religiosa.
Todo esto, como decíamos, es muy preocupante. ¿Qué pasará a la religión católica en caso de una victoria electoral de Perú Libre? ¿Cumplirán con su programa de abolir el Concordato, con la consiguiente pérdida de privilegios de la Iglesia? ¿Revocarían su exención de impuestos e intervendrían sus colegios? Son preguntas que un católico no puede soslayar.
La política anticatólica de Perú Libre supone también un tremendo reto a aquellos católicos que, confundiendo el Reino de Dios con el socialismo, muestran simpatía por el programa político de Pedro Castillo. Nos referimos, concretamente, a los adictos a la Teología de la Liberación, columna de la dictadura velasquista y ahora preparándose para asumir un papel preponderante en un eventual régimen castillista. ¿Estarán dispuestos a sacrificar a la propia Iglesia con tal de perseguir su desastrosa utopía política?
La reforma educativa
Siempre en la horma de Velasco Alvarado, quien promulgó una Ley de Educación para “crear una nueva conciencia revolucionaria” en la juventud, Pedro Castillo propone profundas reformas en el sistema educativo.
Al lado de propuestas más bien simpáticas —como aumentar el salario de los maestros— hay otras muy preocupantes, comenzando por la promulgación de un nuevo Currículo Nacional, Regional y Local, que “forme ciudadanos con identidad nacional, autoestima, solidarios, dignos, íntegros, autónomos y revolucionarios”. El Estado velaría por el contenido de la educación, no solo en los colegios públicos sino también en los privados, para garantizar que estén adecuados a este nuevo ideal revolucionario.
Otro punto controvertido es el Programa Perú Libre de Analfabetismo, que se propone erradicar el analfabetismo movilizando a 50 mil jóvenes maestros por un lapso de 3 a 4 años para trabajar sobre todo con las poblaciones rurales. No han trascendido detalles de este Programa, pero es de temer que calcará similares iniciativas ya implementadas por otros regímenes socialistas como Cuba, Nicaragua y Venezuela. No se trata propiamente de una campaña educativa, sino más bien de un adoctrinamiento de masas, basado en esquemas revolucionarios como la llamada “pedagogía de los oprimidos” del educador comunista brasileño Paulo Freire. Lo que Sendero Luminoso intentó realizar en las zonas que controlaba, ahora será implementado a nivel nacional, financiado con recursos públicos.
El problema de conciencia
Todo esto pone un gravísimo problema de conciencia sobre todo para los católicos, o sea, para la inmensa mayoría de los peruanos. De la decisión que tomen en esta contienda electoral podrá depender incluso su salvación eterna.
En efecto, la Santa Iglesia ha condenado solemnemente el comunismo como gravemente contrario a la Ley Natural y, sobre todo, a la Ley Divina. Desde el Beato Pío IX hasta nuestros días, todos los Papas han condenado el comunismo y han prohibido a los católicos apoyarlo. “Que los fieles no se dejen engañar —amonesta Pío XI—. El comunismo es intrínsecamente malo, y no se puede admitir que colaboren con el comunismo, en terreno alguno, los que quieren salvar de la ruina la civilización cristiana. Y si algunos, inducidos al error, cooperasen al establecimiento del comunismo en sus propios países, serán los primeros en pagar el castigo de su error” (Encíclica Divini Redemptoris).
Con un Decreto del Santo Oficio del 1 de julio de 1949, el Papa Pío XII incluso excomulgó a los que votasen o apoyasen candidatos comunistas: “Los cristianos que profesan la doctrina comunista y, sobre todo, aquellos que la defienden o la propagan, incurren ipso facto en la excomunión reservada a la Sede Apostólica como apóstatas de la fe católica”.
En otras palabras, el voto a favor de un candidato comunista no es sólo un tremendo error político, sino también una gravísima falta moral, de la cual la persona tendrá que rendir cuentas a Dios. No es lícito a un católico, bajo ninguna circunstancia, apoyar con su voto a un candidato comunista. No es lícito apoyar el mal.
¿Votar por Keiko Fujimori?
Alguien podrá objetar que votar por Keiko Fujimori equivaldría a apoyar la corrupción, que es también un mal.
En primer lugar hay que recordar que las acusaciones por presunta corrupción a la señora Fujimori están todavía bajo el escrutinio de la Justicia, con opiniones legales divergentes. Sobre ellas, pues, no nos podemos pronunciar hasta que la Justicia haya dado su palabra definitiva. Cumple decir, eso sí, que esta ya se ha pronunciado en el caso de Vladimir Cerrón, condenado a cuatro años de prisión suspendida por “delito contra la administración pública en la modalidad de negociación incompatible y aprovechamiento indebido del cargo”. Razón por la cual, dicho sea de paso, no pudo participar en la contienda electoral.
Debemos, empero, hacer otra consideración de carácter moral.
En circunstancias en que no exista otra opción, la Moral católica permite escoger una opción no perfecta, para evitar un mal mayor. Incluso si, en situaciones normales, las convicciones o preferencias personales de una u otra persona hubieran llevado a rechazar a la candidata de Fuerza Popular, las actuales circunstancias hacen ineludible apoyarla ante un mal infinitamente mayor. Tal opción no implica necesariamente una aceptación de su programa político o de su estilo personal.
Tanto más que, en el caso de disentir de sus políticas como eventual Presidente del Perú, los ciudadanos podrán siempre recurrir a los medios constitucionales para contestarlas, pudiendo incluso llegar al proceso de vacancia presidencial. No parece ser el caso de Pedro Castillo, quien ha dejado en claro que quiere imitar los métodos usados por el comunismo en Venezuela para perpetuarse en el poder.
Hacemos, pues, un llamado a aquellos conciudadanos que, por motivos incluso comprensibles, puedan tener ojeriza a la candidata de Fuerza Popular para que la dejen de lado y piensen en el bien superior del Perú.
La falsa alternativa del voto blanco o nulo
Más de una corriente política, incluso bien intencionada, está proponiendo votar en blanco o viciado, pues ninguno de los dos candidatos sería aceptable. A nuestro juicio, esta es la peor posición del punto de vista político y, sobre todo, del punto de vista moral.
En la actual hora histórica para el Perú, el voto en blanco merece el mismo desprecio que el gesto de Poncio Pilatos lavándose las manos para no tener ninguna participación en la muerte de Nuestro Señor Jesucristo. La historia registra tal gesto como uno de suma cobardía, que se tradujo en la suma traición.
A la luz de cuanto fue dicho anteriormente, queda meridianamente claro que debemos hacer acopio de todas las fuerzas para impedir que la secta roja se apodere de nuestro país.
Un llamado a las élites
Quedará como una página negra de nuestra historia la altísima abstención que se verificó en algunos barrios elegantes de Lima y de otras capitales, en los cuales era de suponer la victoria de candidatos no comunistas. El poco caso fue tal que muchas mesas permanecieron cerradas por falta de miembros. Hay aquí un misterio de iniquidad. Precisamente las clases que más tendrían que perder con la victoria del candidato de Perú Libre, demostraron una indiferencia que nos deja estupefactos. Muchos prefirieron quedarse en casa o ir a la playa, abandonando así el propio deber. Exactamente lo contrario de lo que se esperaría de una élite.
Otros, tal vez creyendo que asumían una actitud “moderna” o “sofisticada”, votaron por candidatos de la llamada “izquierda caviar”, no dándose cuenta que la única diferencia entre la izquierda caviar y la radical y truculenta es que la primera apuñala sonriendo y la segunda lo hace rabiando. Pero el resultado final es siempre el mismo: la víctima desfallece desangrada… ¡Ay de las élites que juegan con la Revolución!
Hacemos aquí un llamado para que nada de esto vuelva a suceder. Si el destino de nuestra Patria está en las manos de todos los peruanos, lo está muy especialmente en las manos de las élites quienes, precisamente por su posición privilegiada, tienen una responsabilidad mucho mayor. ¡Dios y la historia les pedirán cuentas!
La hora histórica
Concluimos volviendo al inicio. Hay momentos en la historia de un pueblo en que, en un solo lance, se juega todo su destino. Esa hora ha sonado para el Perú.
Desde lo alto de los Cielos, nuestros santos —Santo Toribio de Mogrovejo, Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, San Francisco Solano, San Juan Macías y tantos otros— nos contemplan con amorosa aprehensión: ¿seremos fieles a las copiosas gracias con las cuales la Divina Providencia ha premiado al Perú?
Que la Santísima Virgen del Rosario, patrona del Perú, tenga misericordia de sus hijos, a veces tan infieles, pero sobre los cuales Ella posó su mirada compasiva, amparando su vocación de ser, en el concierto de las naciones latinoamericanas, un faro de luz, de civilización, de cultura y de santidad. No dejemos que esa luz nos sea extinguida por las tinieblas comunistas.
1 de mayo de 2021- Festividad de Nuestra Señora de Chapi
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