El 19 de mayo de 2015 falleció el gran asturianista Xaviel Vilareyo y Villamil, a los 48 años de edad. Demasiado joven para interrumpir su frenética labor de recuperación de la identidad del pueblo, en medio de un contexto que le fue muy hostil, cual fue el contexto creado por la izquierda asturiana separatista y autonomista, Vilareyo fue activista prolífico. Acudiendo a fuentes históricas y lingüísticas, tanto como a autoridades tradicionalistas (Menéndez Pelayo, por ejemplo) que no eran del gusto del bloque “progresista” asturiano, obsesionado con la oficialidad de la lengua asturiana así como con la emulación del independentismo y nacionalismo vasco, Vilareyo optó por una travesía en el desierto, con todo el mundo en contra, armado con las únicas bazas del trabajo personal y el estudio autodidacta. Se enfrentó a los “comunistas del bable y la gaita”, minoritarios pero subvencionados secretamente por el PSOE, luchando como disidente incomprendido, trabajando infatigable a favor de una reunión (“Xuntanza”) territorial de áreas geográficas que proceden de un mismo tronco histórico-étnico y lingüístico: el Reino de Asturias. Insistiendo siempre que la actual “provincia” (Principado) de Asturias no era sino un recorte artificioso de la comunidad tradicional astur, anclada en la Historia y no en los límites inventados por caciques y cortesanos. Todo un desafío al mapa “autonómico” centrífugo, anti-tradicional, de esta España arruinada precisamente por su insolidaridad y centrifugación. Si hay nacionalismo en la obra de Vilareyo, es un nacionalismo “unitivo” y no disgregador. Se trata en él de recuperar los troncos comunes a los pueblos de las Españas y no en crear “republiquetas” ibéricas. En recuerdo a Vilareyo, presentamos una síntesis de sus tesis sobre Las Asturias.
Las cuatro Asturias (Oviedo, Santillana, Trasmiera, Laredo)
Hubo un tiempo en que el Reino de Asturias era, en realidad, el País de las Asturias.
Las más conocidas eran dos: las Asturias de Oviedo (con una pasajera existencia de las “Asturias de Tineo”, siempre integrada en las primeras), y las Asturias de Santillana.
Estos dos territorios se corresponden, básicamente, con el actual Principado de Asturias y una parte muy significativa de la actual región o comunidad de Cantabria.
Las Asturias de Santillana llegaban, desde Ribadesella, y por la costa, hasta la ciudad de Santander, hablando en términos gruesos. A partir de ahí, hasta las Encartaciones (actualmente integradas en Vizcaya y recientemente vasquizadas de forma artificial y forzada), se sucedían hacia el Oriente las Asturias de Trasmiera y las Asturias de Laredo. Así pues, si ignoramos las llamadas “Asturias de Tineo”, podemos hablar de tres regiones que un día pertenecieron al Reino de Asturias, y cuya denominación incluye, con toda la legitimidad histórica, el término “Asturias”: las de Oviedo, las de Santillana, las de Trasmiera y las de Laredo.
En torno a estas tres Asturias, como satélites que orbitan muy cerca en lo político, étnico y cultural, hay otros territorios con inequívoca influencia asturiana desde los tiempos de nuestra Monarquía Astur, pero que no dieron lugar a nuevas “Asturias”, sino que conservaron su topónimo y su gentilicio propio.
Muy importante y próximo al Principado es el país de la Liébana. Los territorios y gentes lebaniegos formaron parte del Reino Astur desde los mismos inicios, y comparten con Covadonga y Cangas de Onís el honor de ser “los primeros” (las Primorias, como se decía entonces, es decir, el núcleo fundante e inicial del Reino tras la victoria de don Pelayo). No obstante, la vinculación formal de los lebaniegos con los asturianos pasó a ejercerse posteriormente a través de la ciudad y Reino de León.
El Reino de León es, a todos los efectos, la continuidad del Reino de Oviedo y de los astures (Asturorum Regnum). En cuanto a soberanía y legitimidad, los territorios orientales (las Asturias de Santillana, las Asturias de Trasmiera, las Asturias de Laredo, la Liébana, etc.) fueron arrebatados por la Corona Castellana, la cual, como la leonesa, es sucesora de la Ovetense. Por ende, no fue una rapiña de iure, simplemente un uso y dependencia administrativa. A fecha de hoy siguen siendo regiones asturianas. No se piense con todo esto que estamos pretendiendo desempolvar viejos pleitos o antiguallas. La cuestión de los derechos históricos se encuentra íntimamente unida a la cuestión de los derechos territoriales, y si se violan unos y otros, en realidad, se están violando derechos concretos y fundamentales de los pueblos. Uno de esos derechos que sobresale por encima de todos es el derecho de un pueblo a conservar la propia identidad. Durante largo tiempo, bajo férula castellana, a los habitantes de las Asturias orientales, así como de la Liébana, Encartaciones, y demás, se les ha denominado de manera confusa, verbigracia “montañeses”. La misma invención del término La Montaña, en referencia al territorio abrupto y elevado que habitaban, y no sin un toque despectivo, ya delata de dónde procede: del llano sureño, de la Castilla de la planicie que ya había olvidado sus orígenes étnicos dados durante la Reconquista a los moros. Montañés fue el invento del sureño para referirse a una “periferia” nórdica, cantábrica, largo tiempo marginada. Pero ni asturianos ni “cántabros” (otro vetusto término creado para neutralizar la asturianía de esos pueblos y territorios) podemos ser periferia de nada. Somos hijos de las Primorias, es decir, del núcleo fundante del País de las Asturias, y del corazón mismo en que nació España. En realidad, con independencia de coronas y diócesis, divisiones provinciales y inventos recientes (autonomías) compartimos paisaje y sangre.
Del tronco celtogermánico proceden nuestros pueblos, y con los demás hermanos -hispanos o vascones- hemos hecho crecer esta gran Casa de Las Españas, valladar ante las oleadas enemigas de pueblos ajenos que siempre nos quisieron esclavizar. No es políticamente correcto pero es completamente riguroso hablar de Las Asturias en plural, así como hablar de una gran nación que se levantó con armas y crucifijos, desde el Eo al Asón (por citar a nuestro llorado Vilareyo), y desde la mar de los británicos hasta el Duero. Ese Reino de Asturias, que acogía también en su seno al país de los gallegos, al occidente, y al de los vascones, al oriente, no puede ni debe ser periferia de nada ni de nadie. Fue el bastión ante el islam y fue la salvación de España y de Europa. Es una pena que se hayan disuelto tantos lazos de unión entre los asturianos del Principado y los demás pueblos, también asturianos. Desde este modesto texto estamos empeñados a volver a atar, con el cariño y la colaboración, lo que intereses extraños y espurios desvincularon.
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