Año 1218, la Península Ibèrica continua batallando por la liberación de sus territorios. El invasor musulmánn hostiga por tierra y mar plagando las costas de piratas argelinos, tunecinos , berberiscos… Cada incursión en las costas supone nuevos cautivos que si no son rescatados pronto se convertirán en esclavos o en fanáticos musulmanes.
S.Pedro Nolasco, joven comerciante de Barcelona conoce bien la situación debido a su profesión.Buen cristiano y hombre dedicido invierte gran parte de su patrimonio en rescatar a los cautivos formando «la liga de limosna para los cautivos», compuesta en su mayoría por amigos y allegados.
Pero la ayuda se agota y S.Pedro Nolasco se plantea su futuro entregàndose a la oración y reflexión durante un tiempo.
No puede olvidar el sufrimiento de los cristianos y se encomienda con más ahínco a Santa María quien en la noche del 1 de Agosto de aquel 1218 se presenta ante él con el mandato de fundar la orden religiosa de la Merced para la redención de los cautivos.
Como S.Pedro Nolasco no se veía digno ni capaz de realizar tan grande empresa, Nuestra Señora se apareció también a Jaime I rey de Aragón y a San Raimundo de Peñafort con el mismo mandato.
Sin excusas y apoyado por ambos hombres de fe, San Pedro Nolasco funda finalmente la Orden Religiosa de la Merced para la redención de los cautivos.
Como cualquier orden mendicante cumplía los votos de pobreza,obediencia y castidad a los que añadió un cuarto: liberar a otros más debiles en la fe aunque su vida peligrara por ello.
Desde entonces los monjes mercedarios se intercambiaban por cautivos cuando no se llegaba a acuerdo económico o estaba aún reuniendo la suma requerida por el rescate.
El Papa Gregorio IX aprobó la orden en 1235 que se extendió por toda Europa y fue muy bien acogida en Amèrica tras su descubrimiento.
Se estima que hasta el año 1776 aproximadamente, fueron 80.000 los cautivos redimidos por estos monjes bajo la protección de Nuestra Señora.
Son miles las historias de Milagros acaecidos bajo la interseción de Nuestra Señora de la Merced y dada la enorme devoción que en Amèrica se le profesa, hago menciòn de uno de ellos:
En el año 1651 el Corsario Convenish atacó el puerto de Panteio quemándolo en su retirada; tan rápido se extendió el fuego que fue imposible evitar que alcanzara la cercana Iglesia de Nuestra Señora de la Merced. El fuego avanzaba vertiginoso devorando hasta la última piedra o viga de la Iglesia e imposibilitando el acceso para recuperar la imagen de Nuestra Señora, y cuando todo parecía perdido, un desconocido sacó la talla de la Virgen de la Merced sin daño alguno.
Nada más se supo del valiente desconocido que desapareció del mismo modo que fue visto por primera vez.
Hoy Nuestra Señora de la Merced es Patrona de los reclusos, la madre que escucha las súplicas de los presos y que les acompaña y consuela.
Oración: Siempre amable Virgen de la Merced, amada Madre de Dios, Estrella resplandeciente del mar, Luna hermosa sin las menguantes de la culpa, Escogida como el Sol, oíd, Señora, nuestros ruegos. Vos que benigna atendéis desde los cielos los tristes lamentos de los desgraciados cautivos, que gimen sin consuelo por la falta de libertad, rompiendo los grillos y cadenas que los torturan y aprisionan tened piedad de ellos dales consuelo. Por vuestra caridad, por esas vuestras sacratísimas entrañas en que se encarnó el Hijo de Dios para nuestro remedio, os pedimos, dulcísima María, rompáis las cadenas de sus culpas, para que libres de ellas merezcan alcanzar el perdón, y mediante la penitencia sean libres de sus pecados y condenas. Santísima Virgen María, dignísima Madre de Dios, ya que misericordiosa te has constituido Madre y Patrona protectora de los cautivos cristianos, descendiendo gloriosa de los cielos para prestar tu ayuda y protección, vuelve amorosa tus compasivos ojos a tantas lágrimas como vierten en sus cadenas aquellos pobres desamparados, y escucha tierna y benevolente sus lastimosos y dolorosos suspiros con que te invocan Madre; muéstrate, pues, Señora, como Madre de esos pobres encarcelados. Fortalécelos en la fe para que no desfallezcan con el peso de tantas calamidades; enciende en caridad sus corazones para que con sus buenos actos sean redimidos. ¡Oh Señora!, que por el empeño de tu cuidado, conozcan que eres su Madre alcanzándoles de tu dulcísimo Hijo, a ellos y a todos tus hijos y devotos en la hora de la muerte, una centella del ardiente fuego del amor divino, que aleje el dolor de toda culpa, con lo cual, bien dispuestos, hallemos la remisión y, alcancemos el perdón y la ansiada libertad. Amén.
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