El Derecho a usar la propia lengua.
Entre esos derechos (regionales) está, como veis, el libre uso de la lengua, y , como sobre esto habló extensa y elocuentemente el señor Losada, me habréis de permitir que yo diga algo acerca de un problema que no lo ha sido nunca para mí. No comprendo siquiera que se haya planteado como un problema las relaciones entre la lengua regional y la lengua común. Yo creo que en España las regiones más acentuadas y completas son pueblos bilingües, y que las dos lenguas, la regional y la común, obedecen a dos necesidades imprescindibles. Yo afirmo el libre uso de la lengua para todo cuanto quieran y para todo cuando deseen y necesiten los que la hablan en una región; no pongo en esto límites a mi afirmación, que no puede ser más categórica. Para todos los actos, no digo literarios, porque eso nadie lo niega, sino judiciales, para todo, puede usarse la lengua regional. Y no comprendo aquellos extraños temores, que sienten algunos, acerca de la merma que puedan producir en la lengua común las lenguas regionales. Más hay que temer por éstas que por aquella.
El vasco, sin tomar la fecha desde más lejos que la primera guerra civil, ha decrecido mucho; no se habla en Álava, ni en Valmaseda, ni en Bilbao; se ha reducido, en Navarra, casi a Alsasua y el Beztan. El catalán mismo, con hablarse tanto, con ser una lengua completa y literaria y tener poetas eminentísimos, no ha impedido que el castellano se extienda tanto que apenas hay catalán que, si no lo habla, no lo entienda; cosa que en mayor grado sucede en Galicia; pues en las villas y ciudades se habla el castellano, y en los pueblos y caseríos es difícil que haya ya uno que lo entienda, si no completamente, en parte; siendo más difícil que un castellano entienda a un campesino gallego que un campesino entienda a un castellano.
¿Cómo se comunican las regiones españolas entre sí y con los veinte Estados americanos que tienen el castellano como lengua oficial? Pues tendrían que comunicarse en la lengua castellana, que es la que hablan esos veinte Estados. La existencia, pues, de esa lengua no es una imposición legal, se funda en una necesidad común. Es evidente que las lenguas, que son uno de los hechos más naturales y espontáneos, no tiene el Estado derecho a limitarlas y cercenarlas; tiene el deber de respetarlas.
Yo he dicho que los gramáticos vienen después que la lengua está formada y los filólogos vienen después de los gramáticos; pero los poetas preceden a los gramáticos, a los filólogos y aun a las lenguas, en el sentido de que un dialecto rural, que no sirve ni para expresar las cosas más ordinarias de la vida, si ha pasado por la lira de un poeta, si ha recibido un rayo de su inspiración, podrá tomar, si no los tiene, vocablos de otros dialectos y de otras lenguas, en el sentido de que un dialecto rural, que no sirve ni para expresar las cosas más ordinarias de la vida, si ha pasado por la lira de un poeta, si ha recibido un rayo de su inspiración, podrá tomar, si no los tiene, vocablos de otros dialectos y de otras lenguas, y tendrá el aglutinante de una inspiración y se concentrará en un canto o en un poema, y allí acudirá la gente de otras lenguas a beber en el raudal de la poesía que pasó por el alma de un bardo, que enalteció los vocablos del vulgo campesino hasta elevarlos a lenguaje literario. Por eso, aunque parezca paradoja, yo he afirmado que son los artistas, los poetas, los que hacen verdaderamente la lengua, la cual nace, además, y no depende de las autoridades y muchas veces de la voluntad de los hombres; que se dilata conforme a una ley histórica -que he señalado alguna vez y en la que no se repara bastante- por el centro geográfico y la importancia del Estado que la habla. Si Galicia estuviera en el centro de la Península o lo estuviera Cataluña, seguramente que la lengua oficial sería el gallego o el catalán, porque el centro geográfico influye de una manera extraordinaria en la dilatación de las lenguas.
En Francia, el francés era muy inferior al provenzal, al normando y otras lenguas; pero el Estado que se levantó sobre los demás estaba en el centro de Francia, con la monarquía de los Capetos, que fué la que más creció y se impuso a las otras lenguas.
En el centro de Inglaterra y de la eptarquía anglosajona estaba el inglés, que entonces era inferior a otras lenguas célticas, e impuso su predominio. Prusia y Sajonia, por una razón análoga, impusieron, con el poderío del Estado, el actual alemán, que se hablaba en los pueblos germánicos. Y Toscana llegó a imponer su lengua sobre el veneciano, el napolitano y el siciliano.
Siempre el centro geográfico, como punto de coincidencia y de enlace de todos los Estados, tiene la virtud de dilatar la lengua que habla; y cuando el Estado llega a adquirir preponderancia, sus diplomáticos, sus conquistadores, lo extienden y elevan como una estela de su soberanía.
Así se explica que sólo un libro, como el del Padre Malón de Chaide, en el prólogo de la Magdalena – él, que era de origen vasco-, reclame para el castellano una extensión que corresponda a la de los dominios que la soberanía del Estado iba conquistando. ¿Por qué? Porque era la época de la grandeza, de los esplendores de España, cuando el Estado español sometía a América y al Pacífico, dominaba a Europa; y aquella lengua que el Estado español hablaba, casi hizo callar entonces, literariamente, a las lenguas regionales, como si se confundiese su fuerza con la del poder público.
Por todo esto, yo he protestado siempre de que la lengua común que todos hablamos se llame lengua castellana, porque su origen estuvo en Asturias, y de allí bajó a la llanura leonesa y castellana, donde se ha desarrollado con la savia que le comunicaron todas las regiones, que de todas salieron los escritores y poetas que la han formado.
Si no fuera por ellos, ¿qué quedaría del castellano? Cervantes y Saavedra Fajardo son nombres de origen gallego; Lope de Vega, Calderón y Quevedo son nombres montañeses; Ercilla es vasco, y Jáuregui, aunque sevillano, de procedencia éuskera; Boscán y Moncada, catalanes; Guillén de Castro, valenciano; los Argensolas y Zurita, aragoneses; Melo y Gil Vicente, portugueses, y Camoens, nieto de un caballero gallego, que también escribió poesías castellanas; todos han contribuido a formar la lengua mal llamada castellana, que tiene cientos de vocablos éuskaros y árabes y que también los ha recibido e sus contemporáneas, la gallega y catalana, porque, a manera de esponja, ha tenido que recoger en todas las regiones, que eran sus fuentes, el caudal necesario para constituir una lengua que, por obedecer a necesidades comunes, hablamos todos.
Esta lengua castellana, formada por todas las regiones, no es lengua castellana, porque no es lengua regional; es lengua de comunicación, y por lo tanto, lengua común y española.
¿Quién sería el que se atreviese a decretar que una región que tuviese lengua propia, como Galicia y Cataluña, dejase de hablar la llamada castellana? ¿No sería esto una violencia, tan absurda como la de prohibir el uso del gallego o del catalán?
Las lenguas peninsulares obedecen a dos necesidades: a la necesidad de comunicación con América y de las regiones entre sí corresponde la castellana; a la comunicación interior, a la manifestación de su derecho, de su literatura y de todo lo que es su genio y su vida, las lenguas que no han rebasado los linderos regionales. ¿Por qué no afirmar las dos? Repito que las regiones con lengua propia deben ser pueblos bilingües, y que para todos los usos literarios y jurídicos puede emplearse la lengua propia, que es un hecho social incuestionable, que no tiene derecho a mermar ni cercenar el Estado; pero que, al mismo tiempo, debe afirmarse la lengua común, que es un lazo y un vínculo nacional para que se comunique toda la raza española repartida en dos continentes. Pero no basta afirmar esos derechos lingüísticos, porque podría suceder que un tirano, astuto y hábil, dijese: «¿Queréis los gallegos que se os reconozca como lengua oficial el gallego? Reconocido queda en todos los usos y costumbres».
La tiranía es políglota, habla todas las lenguas, y lo mismo se puede tiranizar en gallego que en castellano. ¿Queréis, no ya el foro y la sociedad gallega, sino toda particularidad jurídica que podéis encontrar en cualquier comarca apartada, y hasta alguna nueva como patrimonio de toda la región? Reconocido también, porque el tirano no necesita muchas veces llegar al derecho privado. Pero no reclaméis la autonomía administrativa ni la autonomía universitaria. De poco nos servirían entonces todas las variedades lingüísticas y jurídicas y literarias, si se nos negaba el derecho de administrarnos y el derecho de dirigir propiamente nuestra Hacienda sin la ingerencia del Estado.
Juan Vázquez de Mella. Fragmento del discurso pronunciado el día 31 de julio de 1918 en la Semana Regionalista de Santiago de Compostela.
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