Aunque la protesta violenta, el bloqueo de vías, la destrucción de la infraestructura, la interrupción del transporte público no estén consagradas como derechos en la Constitución sino como delitos en nuestra ley penal, han sido toleradas por un gobierno nacional inepto o timorato, unas autoridades locales cómplices de los manifestantes y una fuerza policial indefensa y maniatada jurídicamente.
No vale la pena repetir el doloroso resultado en pérdida de vidas humanas y en los miles de heridos, la destrucción de la economía, la afectación a millones de colombianos en sus derechos fundamentales. Se ha abdicado del ejercicio de la autoridad. Se negocia con delincuentes, en vez de reprimirlos y judicializarlos. Ya la violencia no la presenciamos en alejados puntos de nuestra geografía sino a la vuelta de la esquina.
Hemos llegado a límites de puro salvajismo, como el asesinato de policías a patadas o quemados vivos, la violación de una mujer policía, la muerte de recién nacidos por retención de unas ambulancias.
Y los colombianos nos sentimos desprotegidos, sin gobierno, sin líderes, sin una luz de esperanza en medio de ésta, la noche más oscura de nuestra historia.
Al amparo de la movilización callejera, y con la bien orquestada propaganda pagada por la izquierda criolla e internacional, se promueve la carrera hacia la presidencia del líder del caos y la anarquía, Petro, el agitador profesional.
Nadie osa enfrentársele ni aparece en el horizonte candidato alguno con una visión de gobierno capaz de enfrentar las maquiavélicas propuestas del socialismo criollo. Los partidos y sus jefes andan empantanados a la caza de coaliciones signadas por sus personales ambiciones, mas no por las grandes soluciones que demanda el país en esta aciaga hora.
Quienes pretenden el favor popular vienen de formar parte de los desvalorizados gobiernos de Santos y Duque, baldón que les quedará difícil ocultar.
Otros aspiran a contar con el famoso guiño del Presidente Uribe, otrora el gran elector, ahora venido a menos después de un largo período de estigmatización, complementado con el entierro de su restante fuerza por la criticada gestión del Presidente Duque.
Leemos a diario excelentes escritos de patriotas preocupados por la suerte del país, que se quedan en el diagnóstico, pues no encuentran una salida viable a este Estado fallido, en las garras del terrorismo, el narcotráfico y sus aliados.
Y esa alternativa no puede ser la de la izquierda totalitaria, violenta y mentirosa. Eso nos queda claro.
Tampoco la de recurrir a las viejas castas políticas, a las que solo les ha interesado medrar en el presupuesto, en nombre de la Democracia.
Debemos llevar a los centros del poder a colombianos que les duela el país, a aquellos que han creado riqueza y bienestar, a quienes han ejercido sus profesiones u oficios con honestidad , a las amas de casa que cuidan con amor del futuro de sus hijos, a los pensionados que acumularon valiosos conocimientos y experiencias en su vida laboral, a las reservas de las fuerzas armadas que han demostrado con heroísmo su amor por la Patria, y a los colombianos en general que quieren un país mejor para sus descendientes.
Claro que es apretado el calendario electoral, pero debemos ser capaces de convocar, en corto tiempo, a todos aquellos que se quieran unir a esta noble causa, dispendiosa pero necesaria. A grandes males, grandes remedios.
Con un simple llamado por las redes salieron miles de colombianos a protestar contra la violencia y la falta de autoridad. Ahora unámonos por una solución definitiva a nuestros principales problemas: La falta de legalidad, el robo a la Democracia, el sucio negocio de la cocaína, la inseguridad, la falta de Justicia, la crisis económica, el desempleo, la corrupción, la inmoralidad reinante, la modernización de la educación.
Hace falta una nueva fuerza que le brinde un Norte promisorio al país y una luz de esperanza a los colombianos. Y en su búsqueda estamos con otros decididos compatriotas.
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