363 años más tarde de que Santo Domingo de Guzman recibiera de manos de Santa María un Rosario que le enseñó a rezar, en Messina aprestábanse miles de cristianos bajo el mando de un joven español, D.Juan de Austría, nombrado por su hermanastro el rey Felipe II para comandar la Liga Santa que se enfrentaría con una enorme flota de turcos. Los turcos dominaban el Mediterraneo, saqueando sus costas y haciendo prisioneros a miles de hombres. Pronto los soldados de la Liga Santa se harían a la mar. Lepanto supuso el fin de la hegemonía turca siendo hoy conocida como la mayor batalla naval de la historia moderna.
Pero antes de zarpar en las costas sicilianas D.Juan de Austria mandó oficiar una Misa de campaña. Cuentan que tras la Santa Misa los hombres henchidos de valor entonaban cantos de alabanza a Dios, los capellanes se desplegaban raudos absolviendo de sus pecados a todos lo hombres, muchos de ellos no verían otro amanecer. Miles de Rosarios se desgranaban en los dedos de hombres de acción al mismo tiempo que un solo hombre a muchos kilómetros, de rodillas ante la imagen de Nuestra Señora rezaba el Rosario pidiendo la victoria de los cristianos, era el papa S.Pio V.
Sabía éste Santo del poder de la oración ,sobre todo el Rosario.
La batalla fue sangrienta, ningún bando parecía dispuesto a rendirse, unos abordaban mientras que los otros repelían la incursión. Casi exhaustos los combatientes se dividían entre los luchaban y los que atendían a los heridos. Cubiertas regadas de miembros amputados, heridos y cadaveres ofrecían un panorama desolador. Pero la Virgen no desoye nuestros ruegos y equilibró la balanza, y por fin D. Juan confirmó la Victoria.
Proclamándola con estas palabras : «Non virtus, non arma, non duces sed María Rosarii Victoria nos fecit» Ni el valor, ni las armas, ni los caudillos si no Nuestra Señora del Rosario nos dio la victoria.
Al mismo tiempo, en ese preciso momento Santa María hizo saber a S.Pio V el triunfo de La Liga Santa quien raudo ordenó tocar todas las campanas de las Iglesias para que  el pueblo cristiano conociera la victoria.
La devoción al Santo Rosario se extendió por  Europa al poco tiempo, especialmente en España donde se crearon Cofradías del Santo Rosario que se dedicaban a rezarlo por las calles.
Sabía Santa María cuando se apareció a Santo Domingo de Guzmán de nuestra debilidad y nuestra tendencia a olvidar pronto las armas que nos envía Dios para combatir el mal. Es por ello que ante el fraile dominico Alano de Rupe Santa María realizó quince promesas a quienes recen devotamente el Rosario.
1.Aquellos que recen con enorme fe el Rosario recibirán gracias especiales.
2.Prometo mi protección y las gracias más grandes a aquellos que recen el Rosario.
3.El Rosario es un arma poderosa para no ir al infierno, destruirá los vicios, disminuirá los pecados, y defendernos de las herejías.
4.Se otorgará la virtud y las buenas obras abundarán, se otorgará la piedad de Dios para las almas, rescatará a los corazones de la gente de su amor terrenal y vanidades, y los elevará en su deseo por las cosas eternas. Las mismas almas se santificarán por este medio.
5.El alma que se encomiende a mí en el Rosario no perecerá.
6.Quien rece el Rosario devotamente, y lleve los misterios como testimonio de vida no conocerá la desdicha. Dios no lo castigará en su justicia, no tendrá una muerte violenta, y si es justo, permanecerá en la gracia de Dios, y tendrá la recompensa de la vida eterna.
7.Aquel que sea verdadero devoto del Rosario no perecerá sin los Sagrados Sacramentos.
8.Aquellos que recen con mucha fe el Santo Rosario en vida y en la hora de su muerte encontrarán la luz de Dios y la plenitud de su gracia, en la hora de la muerte participarán en el paraíso por los méritos de los Santos.
9.Libraré del purgatorio a quienes recen el Rosario devotamente.

10.Los niños devotos al Rosario merecerán un alto grado de Gloria en el cielo.
11.Obtendrán todo lo que me pidan mediante el Rosario.
12.Aquellos que propaguen mi Rosario serán asistidos por mí en sus necesidades.
13.Mi hijo me ha concedido que todo aquel que se encomiende a mí al rezar el Rosario tendrá como intercesores a toda la corte celestial en vida y a la hora de la muerte.
14.Son mis niños aquellos que recitan el Rosario, y hermanos y hermanas de mi único hijo, Jesucristo.
15.La devoción a mi Rosario es una gran señal de profecía.

Pero el mundo nos atrae demasiado y el pecado a veces es más atractivo que la virtud llevandonos una y otra vez a dar la espalda al Señor.Sin embargo, el amor de Nuestra Señora es más grande y más poderoso,por eso no cesa de regresar a recordarnos cuanto nos Ama Dios.
En Lourdes insistió en que volvieramos a rezar, volviendo a aparecer casi cien años más tarde en Fatima con la misma advertencia.
Reconozco que mantener la concentración enfocando la mente en la meditación del Evangelio correspondiente a cada Misterio,cuesta. Que, a veces, coger un Rosario y comenzar a rezarlo supone una gesta casi heroica, por que entre el Rosario y  tu se interpone el demonio al que alegremente dejas pasar disfrazado de excusas.Pero ,¿no merece al menos un nuevo intento tan solo por tantas veces que Nuestra Madre nos ha invitado a rezarlo?.
Una vez releidas las 15 promesas, ¿no merece la pena intentarlo?
Ya se que los hijos somos así de ingratos y que, en ocasiones, a pesar de las advertencias  de nuestra madre, debe intervenir el Padre a poner orden. Pero, se imaginan uds. si D. Juan de Austria no hubiera escuchado a S. Pio V y haciendo caso omiso de las promesas de Santa María, se hubiese limitado a pronunciar una oración de papagayo?.
O si los niños Bernadette, Lucia, Jacinta y Francisco, obedeciendo a las autoridades francesas y portuguesas respectivamente, que les habían amenazado hasta con la muerte, asustados negaran el mensaje que Santa María les mandó difundir?.
Seguro que hoy el mundo sería diferente.
Rezar el Rosario es como un lazo Amor que nos ata a María, a la madre que no cesa de acompañarnos desde siempre, ya sea apareciendo ,mostrando su mediación con un Milagro, evitando catástrofes, salvando vidas, y especialmente cuando aparentemente en el cielo nadie oyó tu plegaria.
Para terminar , permitanme contarles de mi juventud. Viajaba en metro, medio de transporte al que no me había acostumbrado en los tres meses que llevaba viviendo en la capital, me parecía un espacio frio y triste. Cierto día, para mi fortuna el vagón se hallaba casi vacío por lo que pude escoger donde sentarme. En uno de los asientos alguien había dejado una revista llamada el Pan de los Pobres, leí con avidez aquel tesoro que tan providencialmente cayo en mis manos , para una joven de 19 años era un descubrimiento conocer personas tan preparadas y con tanta fé, aunque fuese a través de la lectura. Tan solo recuerdo casi 40 años después, las palabras que en siglo 11 el monje San Bernardo de Claraval reproducidas en la contraportada y que tanto me han ayudado desde entonces:
¡Mira a la Estrella, invoca a María!

«¡Oh tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María!.
«Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María.
«Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María.
«Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María.
«Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María.
«En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.
«No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara. 

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