Por Francisco E. González (desde Nicaragua)
Al sol de hoy, aún seguimos encontrando a muchos hispanoamericanos que siguen creyendo que nuestro nacimiento como países comenzó entre los años 1810 y 1821, período en que se llevaron a cabo las llamadas «independencias» de América. Sin embargo, la pregunta más importante que podemos hacer es esta: ¿Qué había antes de aquellas fechas?
La opinión más difundida, que, en todo caso, es la falsificada, dice que estos países americanos estaban «sometidos» a uno de los imperios más bárbaros que han podido existir. Los españoles, según la leyenda todavia en uso, llegaron a estas tierras con ansias desmedidas de riquezas y por lo tanto, todas las supuestas atrocidades y cruentas acciones de los conquistadores tenían como fundamento el lucro. En otras palabras: los españoles eran las criaturas más diabólicas de la faz de la tierra que solo deseaban posesiones.
No podemos olvidar la mentada masacre relatada por fray Bartolomé de las Casas en su Brevisima relación pero que, al día de hoy, nadie ha podido demostrar realmente que haya sucedido. Para muchos, pues, antes de las «independencias» existía la barbarie, existía un imperio de hombres nefastos, saqueadores y pervertidos.
Nuestros pueblos siguen creyendo en estas leyendas negras; el hispanoamericano no quiere saber nada de su pasado porque lo relaciona con noches oscuras y sanguinarias. Por lo mismo, al desconocer su verdadera historia, cree cualquier historia extranjera; en América el hispano que aún cree en la historia falsa se afrenta de su tierra, no encuentra raíces en su patria y por lo tanto, decide emigrar.
Si el hispanoamericano conociera sobre su verdadero nacimiento y que, por trescientos años fue hijo (nunca fue esclavo) de España, su Madre Patria, entonces entendería lo que significa ser hispano. No solamente podría encontrar su identidad en las huellas de aquel imperio, si no, que también estaría preocupado por lo que hoy le está pasando a su propia madre. Pero en América, lastimosamente, nuestra madre es una bastarda, fue la que devoró a sus propios hijos y la que llevó a la agonía a estos pueblos de la América hasta que, unos hombres iluminados, entre 1810 y 1821 nos vinieron a dar la «libertad».
Con ello, podemos comprobar lo efectiva que ha sido la propaganda en contra del imperio español, imperio del que parece que todo el mundo hispano se afrenta. Con todo, las mencionadas independencias aperturaron el camino para que, aquel vacío que dejara el paso de nuestra madre, fuera llenado por los caudillos y populistas. La verdadera herencia de las revoluciones de entre 1810 y 1821 han sido los tiranos.
El mismísimo Bolívar, veinte años de «mandar» en América, concluye en su decepción en carta escrita al general Juan José Flores que «Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas». Y más adelante le continúa manifestando a su general «(…) verá que todo el mundo va a entregarse al torrente de la demagogia y ¡desgraciados de los pueblos! ¡y desgraciados de los gobiernos!»
Ciertamente, los hispanoamericanos hemos estado sometidos a un rosario de penas y desgracias. Sin embargo, la peor de todas las desgracias ha sido la de separarnos por la fuerza de la España Católica. La conclusión de Bolívar es la consecuencia lógica de lo que significó perder la unidad.
Por lo tanto, es necesario reivindicar nuestro pasado español y emprender una desintoxicación mental de esa leyenda negra que inventaron los enemigos de España, y que ha sido tremendamente efectiva, a fin de reencontrar las raíces de nuestra identidad hispana y ver en las independencias, las causas de muchos de nuestros males presentes.
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