Ya se puede decir eso de que el virus chino este tiene una pinta de haber sido hecho en un laboratorio que tira para atrás sin miedo a ser insultado, porque no deja de publicarse en la prensa (en la que se dice prensa) que eso es lo que se está barajando como hipótesis entre la gente de bien.
Así que como se puede decir, lo seguiremos diciendo.
También se puede decir sin miedo a que te digan que estás chalado y que sigues a gente rara por Telegram, que no es descabellado decir que inyectar ARN en tus células sin que se haya experimentado con la suficiente paciencia es, cuando menos, arriesgado, porque existen mecanismos en la regulación de la regulación y replicación de nuestras moléculas genéticas que no conocemos bien, ahora que se ha publicado en revistas científicas y en periódicos de los buenos, que existen enzimas tan majas como las transcriptasas inversas o las polimerasas que actúan como las anteriores.
Por supuesto, hace ya tiempo que se puede decir que vacunarse contra esto que llaman la COVID19 no es seguro, porque hace mucho tiempo que se sabe y se dice que las vacunas causan efectos adversos graves, tan graves como los trombos esos que nadie quiere que le den aunque la probabilidad sea tan baja tan baja que al que le dan tiene un 100%.
Puestos a decir, se puede decir, y así se lo he oído a doctores muy doctos en las radios y televisiones generalistas, que a los niños esto no les afecta, gracias a Dios, salvo en casos rarísimos, que no son las bombas infectivas que iban a matar a sus abuelos, que los colegios abiertos no han sido los causantes de un mundo parecido al de la película famosa de Will Smith (esa que daba mucho miedo) y que, los pobres, no contagian casi nada.
En lo que llevamos de artículo, si uno ha estado atento, se habrá dado cuenta de que las cosas que no quieren que se digan, esas cosas por las que te tachan de peligro público, esas cosas por las que tus amigos y familiares creen que has perdido definitivamente la chaveta, que solamente piensas en conspiraciones y duermes con un gorro de aluminio en la cabeza porque el confinamiento te ha sentado fatal, son cosas que, simplemente quieren que no digas.
Hasta que dejan de querer eso y quieren otra cosa.
Un buen ejemplo es el caso, publicado en la NBC, de una eminentísima (y caradurísima) científica del MIT y Harvard reconociendo que ella y sus colegas no dijeron la verdad porque no querían que Trump siguiera en el poder, o algo parecido. Esta es la ciencia, perdón La Ciencia, en la que nos decían que confiáramos ciegamente y que no pensáramos en tontas conspiraciones por motivos políticos.
Pues bien, se me está ocurriendo que puede (solamente puede) que dentro de poco nos digan que las mascarillas no sirven para atajar esto (y menos en la puta calle), que los confinamientos no han mejorado nuestra lucha contra el virus (además de que nos han machacado la libertad y la economía), que los toques de queda eran tan ridículos ante una enfermedad, que solamente se decretaron para ver cuánta dictadura éramos capaces de aguantar sin rechistar, que las vacunas no son tan seguras y que los casos de muerte por su causa son en realidad muchos más, que además están pensadas para controlar el supuesto exceso de población (al menos en el futuro), que la incidencia de la enfermedad coronavírica está relacionada, al menos en parte, con las vacunas de la gripe, que las PCRs por sí solas no indican infección y menos transmisión, que próximo invierno será durísimo debido a las infecciones víricas en organismos con el sistema inmunitario alterado o que el pasaporte COVID es la gran idea de nuestras paternales élites para controlarnos. O muchas otras cosas.
Nada de lo que he dicho está probado, como nada de lo que ahora se dice estaba probado en marzo del 20. Es usted libre de creerlo, de no creerlo, de investigar sobre ello o no, y, por supuesto de llegar a sus propias conclusiones.
Pero lo que sí está probado es que nos mentían.
Que nos mienten.
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