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Dios ha sido desterrado de la sociedad

En cualquier caso, la realidad es que Dios, de ser la figura principal en nuestra Patria, ha pasado a ser el “ausente, alejado, distante, desaparecido y hasta inexistente”.

En el tiempo transcurrido de estos últimos cuarenta y tres años se ha producido un cambio radical en el seno de nuestra cultura: el Dios de la España católica se ha convertido en un Dios inoportuno, insólito, extraño, ajeno, distante e incluso, para muchos, inexistente, como si se tratase de una quimera irreal, de un ensueño hipotético de ciencia ficción. En una palabra, un ser anónimo.

    ¿Significa eso que Dios ha dejado de tener presencia y eficacia en la vida privada y pública de los españoles al margen de las cualificaciones que, a menudo, como gigantescas losas insoportables, se han cargado sobre Él, y que ha dejado ya de suscitar el interés de nuestra sociedad en estas décadas democráticas? O, ¿tal vez, la fe de otrora, que se tenía en España en un Dios creador y providencial, se ha trasformado en un principio central de deísmo o, en lo que es aún peor, en un Dios exiliado, al que se le ha dado la espalda renegando de Él?

    En cualquier caso, la realidad es que Dios, de ser la figura principal en nuestra Patria, ha pasado a ser el “ausente, alejado, distante, desaparecido y hasta inexistente”. Y es que, con la perdida de la Unidad Católica de España, sustituida por una aconfesionalidad constitucional de militancia atea, que ha desterrado a Dios de la vida pública y privilegiado los estados emocionales del ser humano, sus deseos y anhelos, ha producido así el envilecimiento y la degradación existente hoy en la sociedad, haciendo que cada uno de sus miembros, destierre también a Dios de su vida, para terminar, siendo su propio dios.

    Ante esta situación tan anómala, de ostracismo y endiosamiento, se hace necesario tomar conciencia de los elementos que han inducido a ese destierro y a esa petulancia, que son, además de los expresados  en patrones de discriminación indirecta e institucional, o en acciones individuales de discriminación directa y en patrones negativos, creencias, nociones y lenguaje despectivo sobre  Cristo y su Iglesia, sobre todo, los clásicos enemigos del alma -el demonio, el mundo, y la carne- que, según las diferentes épocas, toman nuevos y variados procedimientos, pero siempre convergentes hacia el mismo fin: Desterrar a Dios de la sociedad. Método cierto de autodestrucción de su propia humanidad y convertirse en un erial.

    ¿Por qué, digo, que es necesario tomar conciencia de esa discriminación e ideas fusionadas, que comúnmente son aceptadas por los católicos? Sinceramente, porque la obra maestra de la propaganda anticatólica es haber logrado crear en los católicos una mala conciencia, infundiéndolos la inquietud, cuando no la vergüenza, al mostrarles verdades fuera del contexto de su propia historia. A fuer de insistir, una y mil veces, desde la Reforma hasta nuestros días, han conseguido convencer a muchos católicos de que son los responsables de todos o casi todos los males del mundo. Habiendo paralizado, en los tiempos que corremos,  a esos mismos católicos, en la autocrítica masoquista para neutralizar la crítica de los que ha ocupado su lugar: Feministas, homosexuales, tercermundistas, pacifistas, representantes de todas las minorías, contestatarios y descontentos de cualquier ralea, científicos, humanistas, filósofos, ecologistas, defensores de los animales, moralistas laicos, permitiendo  y consintiendo (quizá por aquello de poner la otra mejilla) que cuenten verdades a medias y pidan cuentas falseadas, sin discutir. No ha habido problema, error o sufrimiento histórico que no se haya imputado a la Iglesia católica. Y los católicos, casi siempre ignorantes del propio pasado, han acabado por creerlo, hasta el punto incluso, en ocasiones, de respaldar al enemigo.    

    Consecuentemente, ante tal hipocresía y falsedad, hay que reaccionar en nombre de la verdad, y es necesario, tras un balance de más de veinte siglos de la objetividad de la Iglesia Católica, tomar conciencia para ver las luces que prevalecen ampliamente sobre las tinieblas creadas por ese enemigo.

   ¿Quién es ese enemigo? Pio XII nos lo explica claramente en su alocución del 12 de octubre de 1952: “No preguntéis quién es el enemigo, ni qué vestidos lleva. Este se encuentra en todas partes y en medio de todos. Sabe ser violento y taimado. En estos últimos tiempos ha intentado llevar a cabo la disgregación intelectual, moral, social de la unidad del organismo misterioso de Cristo.

    Ha querido la naturaleza sin la gracia; la razón sin la fe; la libertad sin la autoridad; a veces la autoridad sin la libertad. 

    Es un enemigo que cada vez se ha hecho más concreto con una despreocupación que deja todavía atónitos: Cristo, sí; la Iglesia, no. Después: Dios, sí; Cristo, no. Finalmente, el grito impío: Dios ha muerto; más aún, Dios no ha existido jamás.

    Y he aquí la tentativa de edificar la estructura del mundo sobre fundamentos que Nos no dudamos en señalar como las principales responsables de la amenaza que gravita sobre la humanidad: una economía sin Dios, un derecho sin Dios, una política sin Dios.

    El enemigo se ha preparado y se prepara para que Cristo sea un extraño en la universidad, en la escuela, en la familia, en la administración de la justicia, en la actividad legislativa, en la inteligencia de los pueblos, allí donde se determina la paz o la guerra.

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    Este enemigo está corrompiendo el mundo con una prensa y con espectáculos que matan el pudor en los jóvenes y en las doncellas, y destruye el amor entre los esposos.”

Puede leer:  Orgullo, ¿de qué…? Pido el día del heterosexual, como especie en vías de extinción

     Y tal como vivimos en España, parece ser que uno de los modos más efectivos y “elegantes” de crear cristofobia y persecución de los cristianos es la vía de lo “legal”, sancionando y promulgando, por mayoría, leyes inicuas y contranatura, relativizando la conciencia del bien y del mal.

    Así, lejos de preparar el modo de “acomodarnos” en tal sistema nefasto, lo mínimo que debemos hacer es conocerlo y desenmascararlo, pues “…Existe una tendencia en las ideas y en la acción a excluir por completo a la Iglesia de la sociedad o a tenerla sujeta y encadenada al Estado. A este fin va dirigida la mayor parte de las medidas tomadas por los gobiernos. La legislación, la administración pública del Estado, la educación laica de la juventud, el despojo y la supresión de las Órdenes religiosas, la destrucción del poder temporal de los Romanos Pontífices, no tienen otra finalidad que quebrantar la fuerza de las instituciones cristianas, ahogar la libertad de la Iglesia católica y suprimir todos sus derechos…” León XIII – Inmortale Dei.

     Además de dar por buena y admitir esa vía legal contra todo lo sagrado, estos legisladores alientan e inducen, con su odio a Cristo, disfrazado de tolerancia farisaica, a la “masa subversiva e ignorante” a un sentimiento de discriminación e intolerancia dirigida a todo tipo de hostilidades, oponiéndose sin reservas (pues tienen abierta la veda) a representar la religión cristiana o la práctica del cristianismo, y muy concienzudamente contra las figuras o símbolos relacionados con su fe, incluidas las restricciones en su libertad de expresión o incluso la persecución religiosa, que se manifiesta en forma de profanaciones de objetos o lugares relacionados con su fe.

     Hechos de los que ya nos advirtió Benedicto XVI en su primer sínodo de obispos afirmando. “que cuando Dios es desterrado de la vida pública y sólo se le admite como “cosa privada” no hay tolerancia, sino hipocresía y advirtiendo que allí donde el hombre se vuelve único dueño del mundo y de sí mismo no existe justicia.

    Queremos poseer el mundo y nuestra vida de manera ilimitada. Dios es un obstáculo y, o bien se hace de Él una simple frase devota o se le niega todo, desterrándolo de la vida pública, perdiendo todo su significado. La tolerancia que sólo admite a Dios como opinión privada, pero rechaza el dominio público, la realidad del mundo y de nuestra vida no es tolerancia, sino hipocresía”.

    A pesar de todas las opiniones papales y de las enseñanzas del Magisterio perenne de la Iglesia, es penoso, como católico, tener que reconocer que, aparte de los gobiernos democráticos de turno, el progresismo eclesiástico, arraigado en España, desde los Añoveros y Tarancones, ha jugado un importantísimo papel  en la descatolización de España; ha sido una concausa, al contrario de lo que se entiende  por separación de la Iglesia y del Estado, en todos los órdenes del destierro de Dios en nuestra patria. Unos, imponiendo sucesivamente la legalización de la blasfemia, el adulterio, del divorcio, del aborto, del casorio homosexual, de la eutanasia… y lo que nos queda,  y los otros, con su mitra y báculo insistiendo en  ese aperturismo acomodaticio al mundo (olvidando que es un enemigo del alma) y educando machaconamente con una enseñanza heterodoxa, durante décadas, de “teologones”, que con sus clases, publicaciones y vida complaciente han envenenado al clero y a la feligresía,  causando estragos doctrinales y espirituales, al tiempo que envenenaban la formación de generaciones de seminaristas.

    Es, pues, nuestro deber como católicos, contrastar permanentemente las “tendencias democráticas” y “adelantos progresistas” que nos va presentando el enemigo, (dentro y fuera del poder) con la Ley Natural y con la doctrina del Evangelio, enseñada legítimamente por la Iglesia, que es, en definitiva, el único baluarte válido, contra la arbitrariedad del poder inicuo y de los engaños de la manipulación doctrinal de las normas o prácticas tradicionales, que han desterrado a Dios de la sociedad.

     Pueden ver la película en el siguiente enlace:

    Un saludo, José Luis Díez Jiménez

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