Por Carlos Manuel Estefanía Aulet
La Independencia: ¿buena para la América hispana, mala para Cataluña?
Mario Vargas Llosa ofreció un memorable discurso en la marcha de Barcelona a favor de la unidad de España que tuvo lugar el 8 de octubre de 2017, allí denunció los peligros de la pasión cuando ésta es movida por el fanatismo y el racismo. Podría haber dicho mejor la xenofobia, que es la herramienta por excelencia de los inventores de nuevas naciones, allí donde viejas pasiones ya habían inventado otra nación, recomenzándose el mal en una historia de nunca acabar.
Ocurre que si por principios el estado nacional ya es algo malo, lo que buscan los “independentismos”, desde que tenemos memoria de ellos, es fragmentarlos (a los estados e imperios ya establecidos) en miniaturas en las cuales se reproducen todos los males del cuerpo originario y mucho más.
El escritor peruano ha definido en esa ocasión muy bien a la pasión nacionalista como lo que es: “Religión laica, herencia lamentable del peor romanticismo. El nacionalismo ha llenado la historia de Europa y del mundo, y de España, de guerras, de sangre y de cadáveres. Desde hace algún tiempo, el nacionalismo viene causando estragos también en Cataluña.”
Eso está muy bien, lo que le falta es el coraje para incluir la experiencia hispanoamericana del orador. El lastre de una formación general en los cánones de ese mismo nacionalismo que hoy critica para Cataluña le impide ver lo evidente, que estamos asistiendo por vigésimo primera vez a la puesta en escena, en territorio hispanohablante, como es el de los catalanes, hablantes de castellano por excelencia, aunque también dominen su dialecto romance materno que ellos llaman idioma, del invento de un estado nacional. Nada nuevo bajo el sol.
Así pues, las palabras de Vargas Llosa bien las podría haber empotrado el tatarataratararabuelo del escritor en la cara del ariqueño Manuel Pérez de Tudela, como respuesta a su redacción del documento firmado el 15 de julio de 1821 por los vecinos notables de la Ciudad de los Reyes (Lima) según el cual el Perú declaraba solemnemente su independencia de la Corona Española, texto que se proclamara públicamente el 28 de julio del mismo año, en la Plaza Mayor de la ciudad.
Ha llovido mucho desde aquella fecha. Pero ni entonces ni hoy es fácil encontrar al intelectual que le ponga el cascabel no al gato, sino a ese jaguar feroz del “independentismo”, gestor de una “independencia” (más que comprometida con Inglaterra) que solo ha servido para machacar su propio pueblo a “nuestros pueblos de América”.
La pieza cubana en el rompecabezas catalanista
Cuba es la conexión directa de aquellos vientos con las tempestades que hoy azotan a lo poco que queda de “Las Españas”.
Como se nos cuenta en el artículo de BBC Mundo: Qué tiene que ver Cuba con el independentismo catalán, más allá de la bandera estelada, firmado por Lioman Lima; la primera Asamblea Constituyente del Separatismo Catalán tuvo lugar entre el 30 de septiembre y el 2 de octubre de 1928 en La Habana. Antecedentes del hecho lo tenemos en los catalanes que combatieron del lado independentista cubano, tales como: José Miró Argenter, Josep Oller Araga o Gabriel Prat, quienes por supuesto no compensan el compromiso que desde los inicios del independentismo tuvo esa Cataluña que hoy se quiere separar, con los esfuerzos hispano-cubanos por mantener a la siempre fiel Isla de Cuba como parte integral de la Corona hispana. Recuérdese a los miles de voluntarios movilizados por la Diputación de Barcelona, quienes para resaltar su catalanidad en la defensa de los intereses de España llevaban, como parte de su uniforme, faja con los colores, gorro encamado, polainas y alpargatas, que les identificaban como paisanos catalanes.
El historiador Joan Esculies, profesor de la Universidad Abierta de Cataluña (UOC), explicaba a la BBC que para muchos catalanes el perder Cuba significó perder sus negocios y muchos de ellos no le perdonaron la derrota a la monarquía, como antes tampoco le habían perdonado la abolición de la esclavitud en la Isla, otro negocio rentable que enriqueció durante décadas las arcas de los abuelos de algunos de estos políticos que hoy claman por la independencia de su pequeña tierra.
Aunque no solamente de la esclavitud vivió el catalán; en Cuba aún resuenan apellidos de familias catalanas que se enriquecieron en la isla con otros negocios como el del tabaco; Partagás o la bebida; Bacardí.
En la misma nota se hace referencia al dinero traído por los catalanes a su lugar de origen tras la pérdida de la colonia y que facilitaron entre otras cosas las construcciones modernistas de Barcelona.
Por su parte los catalanes que quedaron del otro lado del Atlántico comenzaron a pensar en cómo repetir en Cataluña, lo ocurrido en Cuba. Según el historiador Joan Manuel Ferrán Oliva, también entrevistado por la BBC, para 1925 aún residían 17.000 catalanes en la Isla, y esta era la mayor comunidad fuera de España. Muchos de ellos se convertirían en el principal soporte internacional de la “causa independentista”.
Mientras se organizaban los grupos nacionalistas catalanes en La Habana y Santiago de Cuba, quienes a diferencia de los reformistas del llamado “catalanismo político” surgido en España, pedían más que descentralizar el poder desde Madrid, liberar a Cataluña al estilo cubano. Así surgieron en la Isla asociaciones independentistas catalanas como el Club Separatista Número 1 de La Habana, el Club Separatista Número 11 de Santiago de Cuba, el Grop Nacionalista Radical Cataluña o el Blok Nacionalista Cathalonia de Guantánamo. Según se refiere en el artículo de la BBC, muchas de estas organizaciones eran secretas, como lo fueron en sus orígenes, por cierto, los clubes que gestaron la independencia de las diferentes naciones latinoamericanas.
Estos independentistas radicados en Cuba publicaron revistas y colocaban en los balcones de los centros y las asociaciones catalanas una senyera (la bandera amarilla con cuatro barras rojas, emblema de Cataluña) con una estrella blanca, como la cubana, pero en el centro.
Hacia 1914, llega a La Habana un marino mercante proveniente de Chile que cambia nuevamente el diseño y el significado de la bandera “estelada”, se trataba de Vicenç Albert Ballester, ex miembro del Fomento Autonomista Catalán quien había sido encarcelado por organizar actos de corte independentista. Al ver las banderas que se colocaban en las asociaciones catalanas y ver la bandera cubana, Ballester se inspiró en ellas para, integrándolas, hacer el diseño de la actual “estelada“. Ella será convertida en 1922, en el emblema de un partido denominado Estat Catalá (Estado Catalán), fundado por Francesc Macià i Llussà, conocido en castellano como Francisco Maciá, un catalán que paradójicamente había sido teniente coronel del Ejército español y que como veremos más adelante tratará de aplicar sus conocimientos militares en los intentos de independizar a Cataluña.
Maciá: el Martí catalán
En 1928, Maciá vuelve a Cuba, haciendo que la bandera de su movimiento sea declarada como bandera oficial de la «República Catalana Independiente», lo que se recoger en la «Constitución de la Habana» que se escribió y firmó en la capital de Cuba entre el 15 de agosto y el 2 de octubre de 1928. Ella presidirá la primera Asamblea Constituyente del Separatismo Catalán, que tiene lugar entre el 30 de septiembre y el 2 de octubre de aquel mismo año. Esta reunión se inspiraba en la célebre Asamblea Constituyente de Guáimaro en la cual un grupo de independentistas cubanos habían participado el abril de 1869, en la localidad del mismo nombre de la provincia de Camagüey, Cuba, para redactar y votar la primera Constitución cubana, contra el dominio español.
Es pues inspirados en aquellos mambises que los emigrados catalanes, entre ellos Maciá, además de aprobar la “Constitución Provisional de la República Catalana” o “Constitución de La Habana”, como primer documento que daba “forma legal” a la “nación independiente”. De igual modo crean, con evidente inspiración en el Partido Revolucionario Cubano de José Martí, la organización encargada de materializar el proyecto: el Partido Separatista Revolucionario de Cataluña.
En el hecho se reafirmaba con lo concluido en el congreso de emigrados catalanes celebrado en 1922 en La Habana. Allí ya se consideraba que Cataluña tenía derecho a la independencia absoluta”, indicó Ferrán Oliva a la BBC. El historiador, de origen cubano, asegura que uno de los principales motivos para que este evento tuviera lugar en Cuba era el hecho de que los emigrados catalanes en la isla estuvieron entre los que más fondos aportaron a la causa independentista.
Más del 47 % de los recursos económicos recibidos por el Estat Catalá durante el régimen de Primo de Rivera (1923-1930), provinieron de los emigrados en Cuba.”
Al caer el gobierno de facto en España, Francesc Macià i Llussà renunciará a la independencia, aceptando la fórmula autonomista. De vuelta a España en febrero de 1931, el antiguo independentista logra unir el Estat Català con el Partit Republicà Català y el grupo L’Opinió para dar nacimiento a Esquerra Republicana de Catalunya. Macià, será elegido diputado a Cortes entre ese año y 1933. El 14 de abril de 1931, al obtener la mayoría para su nuevo partido en las elecciones municipales Macià proclamó la República Catalana, pero a los tres días renuncia a la misma negociando con el Gobierno provisional un estatuto de autonomía para Cataluña, y que el Gobierno de Cataluña se denominara, en lo adelante, como Generalitat.
Esta claudicación del “apóstol independentista” catalán le ganó el repudio de los emigrados de Santiago de Cuba, quienes descolgarán su retrato de las sociedades catalanas, retirándole la presidencia de honor de las mismas. Macià i Llussà corría de ese modo, al menos en lo moral, suerte similar a la de los independentistas cubanos de la contienda de 1868 a 1878 que terminaron abrazando las banderas del autonomismo como resultado de sus nefastas experiencias durante la guerra de los 10 años.
Como sus inspiradores cubanos, también Francesc Macià ya había intentado el camino de la beligerancia hacia la independencia. Para ello ideó lo que los historiadores españoles califican como el “complot de Prats de Molló”, un intento de invasión militar de Cataluña desde Francia que permitiera ocupar el territorio suficiente para llamar la atención del mundo sobre el “caso catalán”.
El plan era el de atravesar la frontera de madrugada, por las montañas, con dos columnas que se reunirían con otros grupos sediciosos en los alrededores de Olot, capital de la comarca de La Garrocha, y luego tomarían la ciudad para proclamar desde allí la República Catalana.
Para conseguir sus objetivos el independentista catalán trató de echar mano a todas las alianzas imaginables, desde los movimientos nacionalistas filipinos y europeos, incluidos en primer lugar, naturalmente, el de los vascos, hasta los anarquistas de la CNT, pasando por los comunistas y naturalmente quienes les ordenaban, los soviéticos. Con tal objetivo marcha a Moscú acompañado del secretario del PCE José Bullejos. Allí se entrevistará con dos figuras soviéticas del momento pero que pronto serán defenestrados; Nikolái Bujarin y Grigory Zinoviev. Le servirá de intérprete Andreu Nin, otro futuro caído en desgracia, desaparecido por los estalinistas durante la guerra civil española.
Por supuesto se trataba de forjar un pacto contra natura, condenado de antemano al fracaso. Mas lo peor de conjurar tanta gente diferente no era los conflictos entre ellos, sino la facilidad que se daba para la infiltración de agentes. Así ocurrió cuando Maciá entró en contacto con un grupo de exiliados italianos en París entre los que se encontraba Ricciotti Garibaldi hijo. El nieto del héroe de la unificación italiana del mismo apellido, siguiendo la tradición del abuelo resultó ser un agente extranjero, en su caso al servicio de Mussolini. Esto no había sido así desde el principio de su exilio, por el contrario. El “joven” Garibaldi había intentado organizar una oposición al ascenso de Mussolini y el fascismo con su movimiento “Italia Libre”, viéndose obligado a trasladarse a Francia en 1925. Ahí, junto con dos hermanos, se dedicó a la creación de una legión dentro de la inmigración italiana con el objetivo de incursionar en Italia para levantar al pueblo contra el fascismo, lo hizo financiándose con la Francmasonería italiana. El plan se asemejaba al de Francesc Macià.
Sin embargo, Ricciotti y su hermano Peppino terminarán siendo reclutados por el vice vicario Francesco La Polla como agentes del gobierno italiano. Será gracias a ello que el dictador Primo de Rivera tendrá conocimiento de la invasión catalanista que se planeaba contra el territorio español. Aparentemente, también será desde el mismo grupo italiano de donde se pondrá en sobre aviso a las autoridades francesas. Ellas detendrán en la frontera a la mayoría de los participantes de la invasión separatista.
Por su parte Maciá será arrestado por la policía francesa el día 4 de noviembre en la casa de campo cercana a Prats de Molló que funcionaba como su cuartel general. Lo mismo hará en paralelo la policía española con otros implicados en el interior de Cataluña.
A pesar de sus delaciones y dada las presiones políticas también resulta arrestado Ricciotti en Niza. La policía francesa había obtenido evidencia de que estaba a al servicio del gobierno italiano. Expulsado de Francia, el exiliado y delator italiano buscará refugio nada más y nada menos que en Cuba. Unos meses después volverá a Riofreddo, Italia, donde su hermano Ezio Garibaldi era alcalde.
Por su parte Maciá será juzgado el 21 de enero de 1927. El independentista catalán aprovechará la oportunidad para hacer lo mismo que ya había hecho Hitler, dos años antes, en el Juicio de febrero de 1924 por su intento de golpe de estado del 9 de noviembre de 1923 y que en 1953 hará Fidel Castro ante el juicio en su contra iniciado el 16 de octubre de aquel año por los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en las ciudades de Santiago de Cuba y Bayamo respectivamente: convertir el proceso en una tribuna política.
Por su parte los franceses, tan implacables con sus separatismos internos, resultaron más que benévolos con el catalán, condenándolo a los dos meses de cárcel que ya había cumplido en prisión preventiva, por lo que fue puesto inmediatamente en libertad, más una multa de 100 francos por tenencia ilícita de armas, y a la deportación Bélgica. Tanta complacencia con un conspirador enemigos de una nación con la que se mantienen mantiene relaciones diplomáticas se ven en raras ocasiones, por ejemplo, cuando la policía norteamericana descubrió y abortó en enero de 1895 el llamado Plan de la Fernandina, organizado por José Martí y su Partido Revolucionario Cubano. El paralelo con el caso catalán es evidente salvo en el detalle de que la intervención policiaca no bastó para detener un nuevo estallido independentista en Cuba el 24 de febrero de 1895. Francisco Maciá, se convierte así en una suerte de mito de la independencia, todo un José Martí catalán. Por cierto, el padre del Martí cubano, Mariano Martí, era natural de Valencia uno de los reivindicados como “países catalanes”.
En 1927, Maciá inicia un el viaje por América Latina. Para octubre de 1928 ya estará en Cuba participando en la ya referida Asamblea Constituyente del Separatismo Catalán, el nacimiento del Partit Separatista Revolucionari de Catalunnya, la aprobación de la Constitución Provisional de la República Catalana y sosteniendo todavía que el alzamiento armado de los catalanes seguía siendo el camino a la independencia. Todavía no era un ángel caído.
Razones de la fascinación catalanista con Cuba
Para entender la fuerza del ideal separatista catalán de aquel momento es necesario remontarnos la Cuba de la época: En 1928 Cuba con su economía y democracia todavía no era el peor ejemplo de los males que traen para un país ese nacimiento por bipartición que fuerzan los separatistas de cualquier condición.
Desde el punto de vista económico y social, el presidente Gerardo Machando, antiguo general de las guerras independentistas, lo había hecho tan bien en su primer mandato, que es reelegido, había asegurado la mayor independencia económica posible a la República, procurado la diversificación de la producción nacional y que ésta llegara a satisfacer la mayor parte de las necesidades del país. Asumió por primera vez el cargo de presidente de la República el 20 de mayo de 1925, prometiendo solicitar la abrogación de la Enmienda Platt y convertir a Cuba en la «Suiza de las Américas». Y sin duda alguna hizo algo por conseguirlo.
Como recuerda el periodista David Canela Piña en su artículo; Gerardo Machado: ¿fue realmente el Asno con Garras?, Machado Incrementó la recaudación fiscal, aprovechando que la Ley de Obras Públicas imponía un recargo del 10% sobre todos los artículos de importación considerados suntuarios y otro del 3% sobre todos los productos de procedencia extranjera, excepto los alimentos. Esto hizo bajar las importaciones, y desarrolló la industria nacional, creando fábricas de pintura, zapatos, fósforos, y de productos no vinculados a la caña de azúcar y el tabaco. Y en 1927 aprobó una nueva Ley de Aduanas y Aranceles, para proteger y estimular la producción agrícola e industrial.
Era la primera vez que Cuba tenía su propia tarifa aduanal, de tipo moderno y elaborada para defender sus propios intereses. La producción de aves, huevos, carnes, mantequilla, queso, cerveza y calzado aumentó notablemente. Así mismo, Cuba concertó varios tratados comerciales (con España, Portugal, Japón, Chile) de manera completamente independiente.
Si a esto agregamos la construcción de obras públicas como el agrandamiento de la Universidad de La Habana, la expansión de los centros de salud, la construcción del Capitolio Nacional y de la carretera central, no se puede negar que la cosa pintaba bien ante los ojos de naturales y extranjeros.
No era para menos, que los catalanes, en medio de la dictadura de Primo de Rivera, se fascinaran con la Cuba democrática y floreciente de la época, en particular bajo el primer gobierno machadista. El problema es que la saga de la Cuba independizada apenas había comenzado. A las turbulencias vividas por el país en sus dos primeras décadas, -de las que aquí no hemos hablado-, se le sumarán las que están por venir.
La efervescencia catalanista tuvo lugar en una Cuba, en la que todavía faltaba algo de tiempo para que se cebara en su economía, tan integrada a la de Estados Unidos, el llamado “Crac del 29”, y para que las clases vivas, al precio de desatar el caos y la anarquía, le dieran la espalda a su presidente, considerándolo un dictador’ y dejándolo sin más respaldo político que el que a ultima hora y casi sin que se supiera le ofrecieron los comunistas. Por último y no menos importante, para que la fraternidad “discreta”, gestora indiscutible y orgullosa de la independencia nacional, la masonería, permitiese que se hablaran pestes de su gobierno en las logias del país y fuera de este, pese a su presunto apoliticismo. Se trataba de la misma hermandad que le había concedido a Machado el grado 33, es decir, el de Soberano Gran Inspector General de la Orden, el 17 de octubre de aquel nefasto año de1929, para terminar retirándoselo, probablemente en octubre de 1933, a poco más de un mes de su derrocamiento.
No era de extrañar que el gobierno norteamericano, moviese sus hilos para quitarse al general independentista Gerardo Machado del medio, desencadenando con ello, la primera de las dos revoluciones que en el siglo XX terminaron hundiendo a Cuba en el mar. Este es el espejo en el que habrá de mirarse Cataluña si un día sus independentistas, en contubernio con quienes deberían velar por la integridad de España, lograran arrancarla de su contexto histórico, económico y cultural.
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