Desde la revolución luterana el mayor pecado del hombre es el de la soberbia. Las posteriores revoluciones (liberal con la Revolución Francesa, comunista con la Revolución Rusa, y revolución sexual, con la revolución progresista) no han hecho más que profundizar en el pecado de soberbia.

En España la llamada Ministra de Igualdad quiere elevar a rango de ley el pecado de soberbia, al permitir lo que los progresistas llaman autodeterminación sexual, que no es otra cosa que la negación absoluta de la naturaleza.

Frente a la soberbia como pecado, se alza la humildad como virtud, virtud que por lo que nos ocupa consiste en aceptar que Dios ordena la creación conforme a la naturaleza de las criaturas. El protestantismo, tan en boga en la actualidad, trata de convencernos de que el hombre no es libre, que está condicionado, predestinado, y trata de convencernos de que la razón es un camino contrario a la fe, pues según sus incorrectos postulados, el hombre está contaminado por el pecado original, y esa contaminación afecta al uso de la razón, por ello el protestantismo, como toda revolución, cree en la irracionalidad frente a un catolicismo que aúna fe con razón.

Precisamente la ley de Dios determina que las criaturas irracionales se sujeten a su Providencia, pero las criaturas racionales (el hombre) tienen la necesidad de adaptar su conducta a la ley de Dios en ejercicio de su libertad.

El libre albedrío existe, y su deficiente ejercicio condena al hombre, pues la salvación redentora de Nuestro Señor Jesucristo no puede purgar el uso irracional del libre albedrío. Por mucho que exista una ley de autodeterminación sexual esta entrará en contradicción con la ley natural y con la biología, y esa contradicción ya es causa de un mal terreno y presente, y será causa de un mal mayor en la vida eterna. Ante una ley soberbia solo cabe la humildad de quien sabe que acatar la ley natural no es sinónimo de debilidad, sino manifestación de fortaleza.

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