El pasado 29 de junio, tras un sin fin de discrepancias, dificultades y relevancias habidas en el seno del Gobiernos entre los miembros de sus dos partidos componentes, PSOE y Podemos Unidas, ha llegado al Consejo de Ministros el anteproyecto de ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, que ha sido aprobado esa misma mañana, impulsada por los Ministerios de Igualdad y de Justicia, incorporando, según Irene Montero “una batería importante de derechos para las personas trans y LGTBI”, al tiempo que calificaba, en rueda de prensa, la jornada de hoy como “un día histórico para esas personas trans y para el colectivo LGTBI, que tienen a su lado a un gobierno aliado que convierte en ley sus derechos”.
No entro a comentar los puntos polémicos de esta inusitada Ley, ya que los medios de comunicación han informado al respecto y supongo que los lectores están enterados.
Lo que sí quiero subrayar es la gran agresividad, una vez más, de los enemigos de la civilización cristiana embistiendo, con esta nueva Ley, hacia la disolución de la familia, objetivo principal de la ideología de género, surgida de una reinterpretación de las ideas de Marx, según las cuales la historia es una continua lucha de clases entre opresores y oprimidos, caracterizada, durante el siglo XX, por la oposición entre obrero y el patrón y el pobre frente al rico. Hoy esa aberración ha sido transpuesta, dado su fracaso mundial, a la familia, donde el hombre sería el opresor, y la mujer o los hijos los oprimidos.
La semejanza entre el marxismo y esta forma de imponer la igualdad ya era palpable en el libro “El origen de la familia, la propiedad y el Estado”, de Engels, en el que apuntaba: “El primer antagonismo de clases coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio monogámico, y la primera opresión de una clase a la otra, con la del sexo femenino por el masculino”.
Obviamente, para demoler la familia ¿qué medio es más eficaz, tras el divorcio exprés, la educación para la ciudadanía, la reproducción asistida, la investigación biomédica, el amancebamiento, el aborto, la salud sexual y reproductiva, el “matrimonio” homosexual…, que pervertir a los niños y a los jóvenes, con la rectificación registral de la mención relativa al sexo? Ya se comenzó con la Ley Celaá intentando suprimir la patria potestad y ahora se la quiere aniquilar, puesto que en muchos casos los padres desean que sus hijos tengan una formación sólida, mantengan la corrección con disciplina adecuada para su futura consolidación familiar y servicio a la sociedad. Para ello, los enemigos de la familia se aprovechan de casos en que los progenitores no cumplen sus deberes o se exceden con relación a los hijos.
De un tiempo a esta parte, cada vez son más frecuentes los proyectos de ley que facultan la intromisión de funcionarios estatales en el ámbito familiar. Se crearon organismos de “protección al menor”; se colocaron en los colegios a agentes que pervierten a los menores, y en seguida los concientizan sobre cómo defenderse de sus familias; promulgaron leyes que garantizan a las adolescentes el acceso a anticonceptivos y al aborto, sin conocimiento y consentimiento de los padres; establecieron sistemas de protección a los menores portadores de desvíos sexuales, para que eviten castigos y se resistan a someterse a los tratamientos que sus padres les quieran imponer, etc. Hoy se ha implantado la Ley Trans buscando dar un apoyo supuestamente intelectual a la revolución sexual en curso, con miras a transformar al feminismo en una fuerza revolucionaria de extrema radicalidad.
Pero, detrás de esa y otras audaces leyes reivindicativas, de esa serie de pseudo derechos de la mujer -que al mismo tiempo es la negación de sus más altos atributos con la desaparición del término madre-, del deseo de transformar a los adeptos de las peores aberraciones en una verdadera clase privilegiada con el fin de difundirlas, se oculta un marxismo reciclado, que utiliza diferentes pretextos de los anteriormente empleados en favor del comunismo, pero que conserva la misma saña para acabar con la tradición cristiana, la familia, el matrimonio, la maternidad y toda forma de jerarquía en el orden social.
Hemos de recordar que durante años la ideología de género estaba reservada a círculos cerrados y muy comprometidos, para seguidamente, abrirse y tener una difusión progresiva, gracias a importantes sumas de dinero vertidas sobre los medios de comunicación, que la difunden a gogo por todas partes, especialmente en el mundo llamado desarrollado.
Por la misma época y de la misma forma, se comenzó a usar cada vez más la palabra género en lugar de sexo, aprovechándose de que no eran muchos los que conocían la razón del cambio. En el fondo, se trataba de eliminar la idea de que los seres humanos se dividen en dos sexos, como fue establecido por Dios y es inherente a la naturaleza humana.
Según Rebecca J. Cook, en esta ideología, no existen dos sexos, sino cinco géneros (mientras no aparezcan otros, en virtud de las nuevas taras que vayan apareciendo): el heterosexual masculino, el heterosexual femenino, el homosexual, la lésbica y el bisexual. A todos ellos esta corriente los considera legítimos, rechazando, porque les importa un bledo, que unos sean aceptables y otros no.
Y lo que es aún peor, esa corriente afirma que los dos sexos son el resultado de la construcción social del género, es decir, que surgen no de la misma naturaleza humana, sino que las personas a medida que crecen forman su propia identidad de acuerdo con las expectativas de su cultura, familia, entorno, memento histórico, sociedad. Esta mediatización, determina, eliminando el sexo, tener uno u otro género, influyendo en las decisiones y elecciones en todos los ámbitos de la vida.
Eliminado los sexos e impuestos los géneros, cada persona tiene que optar por alguno de los cinco arriba mencionados o por alguna otra “novedad” que aparezca, sin que nadie pueda presionarla o condicionarla a favor o en contra de cualquiera de ellos.
En 1995 en la cuarta Conferencia Mundial de las Naciones Unidad sobre la mujer, la ideología de género se extendió de forma vertiginosa, favoreciendo el aborto, la homosexualidad, el lesbianismo y todas las formas de sexualidad fuera del matrimonio. Para tal consecución se comenzó a deconstruir las normas sociales construidas en materia sexual, para lo que era necesario modificar los papeles ancestrales del hombre y de la mujer, imponiendo otros sin relación con la propia naturaleza humana, e incluso yo diría conta ella, Abogando y promocionando la libre elección en asuntos de reproducción y de estilo de vida, imponiendo el aborto, la legitimación de homosexualidad, la promoción del lesbianismo y de todas las formas aberrantes de sexualidad. Esto es, se implantó una nueva cultura sin normas ni principios, de tolerancia extrema con el pecado, que excluía el matrimonio y la familia; pero que aceptaba las peores aberraciones y prácticas sexuales, en especial las antinaturales, intentando relegar la fidelidad y la fecundidad conyugales (a la familia) a meras reminiscencias.
Para ello se implanto la necesidad de destruir y rehacer las normas socialmente construidos en materia de sexualidad, o sea, modificar totalmente los papeles del hombre y de la mujer tales como se venían ejerciendo desde hace siglos, para imponer otros sin relación alguna con la naturaleza humana, e inclusive contra ella. Abogando también por la promoción de la libre elección en asuntos de reproducción y de estilo de vida, lo que significa el aborto libre y la legitimación y promoción de la homosexualidad, del lesbianismo y de otras formas aberrantes de sexualidad.
A partir de entonces la ideología de género se ha expandido de tal forma que muchas personas, cuando las dices que se nace hombre o mujer, te miran por encima del hombro afirmando convencidos, como si fuese dogma de fe, que Simone de Beauvoir, omitiendo que era una existencialista bisexual, que se aprende a ser una cosa u otra, porque “¡no, se nace mujer sino que te haces mujer!” Y que “la mujer casada es esclava. El ama de casa no hace nada. No debe permitirse a ninguna mujer quedarse en casa para criar a sus hijos”, porque según ella, “la atracción heterosexual es aprendida, y que el instinto materno no existe”. Y así, mientras tales aberraciones recorren el mundo, los organismos internacionales democráticos de izquierda y de derecha impusieron e imponen a diversos países su “agenda de género”, promoviendo el aborto y la homosexualidad. Condicionando a la ayuda financiera internacional el alineamiento de los gobiernos a esas imposiciones.
Si se arruina de esa forma a la familia y se inunda la sociedad con la promiscuidad más abyecta, si los peores vicios tienen “normalidad” y la moral es perseguida, ¿cómo podrán formarse los niños y los jóvenes dentro de la cierta rectitud, para llegar a ser adultos útiles a la sociedad y respetuosos de la moral y de la Ley? ¡Qué difícil lo tienen las generaciones futuras! Con muy pocas excepciones, será casi imposible.
Después de hacer estas reflexiones sobre la ideología de género y su fin primordial de destruir la familia, pregunto: ¿Cómo puede seguir el mundo contemporáneo sometido a este panorama de destrucción familiar sin reaccionar? Hemos de concienciarnos, aparcar el relativismo, y ser coherentes con las palabras de los Hechos de los Apóstoles 5, 29: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.
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