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Análisis

Los Dos Flancos de la Gnosis

El proyecto masónico de instaurar un gobierno o dictadura mundial esotérica viene de lejos.

Está fuera de toda duda que en la reforma vieron muchos príncipes protestantes simplemente la oportunidad de librarse de cualquier interferencia foránea y de incrementar y centralizar el poder en torno a su “divina” persona. Que el credo que decían profesar se adulterase o se corrompiese no les importaba gran cosa, como que en muchos casos ni siquiera estaban en condiciones de juzgar acerca de su ortodoxia. La existencia del papado como un poder temporal en gran medida que interfería en asuntos que no tenían nada que ver con la ortodoxia del credo crearía sin duda resentimiento entre los reyes que también solían inmiscuirse por su parte en los asuntos religiosos. Es frecuente que los reyes tiendan a convertirse en pontífices y los pontífices en reyes, todos ambicionan el poder absoluto; no les basta con considerarse ungidos por la divinidad, prefieren ungirse a sí mismos no sea que les arrebaten la unción como a Saúl.

Ése fue probablemente el caso de Gustavo Adolfo, el León del Norte, el paladín de la reforma protestante que se convirtió en el principal aliado de hermetistas y cabalistas de toda laya, ya lo supiera o no. Es cierto que no faltan, por otra parte, los papas depravados en la historia del catolicismo y uno de los ejemplos más destacados es León X que alimentó las llamas de la reforma con su vanidad y su conducta licenciosa. La herejía siempre se valió de las injusticias y abusos de los poderosos para seducir a las masas que ven en ella un arma contra la opresión de las élites, es por así decirlo su sombra.

Parece cierto que los manifiestos bélicos de Gustavo Adolfo de Suecia no aducen justificación religiosa alguna para sus campañas y sólo señalan motivaciones políticas y económicas. Pero fueran cuales fueran las opiniones religiosas de Gustavo Adolfo si es que tenía alguna, su corte era un lugar de encuentro de esotéricos rosacruces aunque no tanto como la de Federico V del Palatinado, verdadera corte, no de los milagros, sino de los prodigios. Los encantamientos de los hechiceros rosacruces debieron deslumbrar a Federico convertido en el don Quijote de los nigromantes “protestantes”. Las bodas alquímicas como la que contrajo con Elizabeth Stuart llenarían de bastardos de Satanás todas las cortes de Europa, los mismos que se educarían pasado el tiempo en instituciones como la Universidad de Princeton o el Instituto John Hopkins, uno de los patrocinadores o promotores de la falsa pandemia del invisible virus con corona que no es otra que la corona imperial del Imperial College de Londres. En el Imperial College o en Princeton debía de pensar J. K. Rowling cuando concibió la multimillonaria saga de Harry Potter

Los hermetistas o cabalistas rosacruces en esta fecha temprana debían presentarse aún como cristianos si no querían espantar al pueblo que es el sostén de los reyes. Una pretensión que la mayoría abandonaría siglos más tarde. El temor al nigromante estaba bien vivo entonces y eso y no otra cosa eran los artífices del movimiento Rosacruz. No en balde fue en esta época que nació la leyenda de Fausto expresión de los temores bien fundados del populacho. Ese temor al nigromante sería reemplazado siglos más tarde por el miedo al científico chiflado que es su heredero y el protagonista de incontables ficciones populares que transparentan la alarma de un colectivo, el colectivo humano, a quedar reducido al rango de conejillo de indias o rata de laboratorio. La figura del exorcista que cayó en el mayor descrédito no por casualidad con el mágico triunfo de la Ilustración es el verdadero antídoto y remedio de los tiempos modernos.

Uno de los más destacados mistagogos presentes en la corte de Gustavo Adolfo fue Johannes Thomae Bureus, influido por las especulaciones del alquimista flamenco Gerhard Dorn, según el cual los hijos de Adán, grabaron en tablas de piedra por medio de caracteres jeroglíficos los misterios de las ciencias naturales a fin de preservar su sabiduría divina para las generaciones venideras. Noé se valdría de ellas, en su delirante opinión, para transmitir dichas enseñanzas a sus descendientes que las divulgarían por Persia, Caldea y Egipto y serían la fuente de las especulaciones del célebre y omnipresente Hermes Trimegisto.

Vemos aquí formulado el repetido empeño de los hermetistas de insertar sus doctrinas en la tradición cristiana, a fin de subvertirla y convertirla en el eco desvirtuado de una supuesta sabiduría primigenia que no es otra que la del paganismo precristiano y sus herederos los gnósticos cabalistas, de ahí se llegaría a la manía de convertir a Jesucristo en un simple mago egipcio, un bulo que una de la más notables sacerdotisas de la masonería, Madame Blavatsky se encargaría de propalar a los cuatro vientos. Este tipo de mistificaciones serían el verdadero evangelio de todos los filósofos y científicos o magos premodernos.

Muchos escritores supuestamente cristianos, como Marsilio Ficino, Campanela o Pico della Mirandola consideraban a Hermes Trimegisto un sabio profeta pagano que previó la llegada del Cristianismo y adoctrinó en su ciencia secreta a Moisés y el resto de grandes profetas de la Cristiandad. Ni Hermes Trimegisto, ni toda la pléyade de magos esotéricos posteriores o coetáneos pudieron prever la llegada del Cristianismo porque los escritos herméticos son posteriores a la expansión del mismo, como ya demostró Isaac Cassaumon que desmintió la pretendida antigüedad del Corpus Hermeticum y que fechó dichos escritos en el siglo III o IV después de Cristo.

En la fábula citada más arriba y en otras del mismo jaez se revela la pretensión del hermetismo de considerarse heredero de la Prisca Theologia que postula la existencia de una doctrina teológica presente en todas las religiones a las que precede y que fue revelada por Dios al hombre en la Antigüedad más remota. Fue al parecer Marsilio Ficino el primero que utilizó el término en el siglo XV. Filósofos como Ficino y Pico della Mirandola se propusieron, aunque parezca increíble, “reformar” las enseñanzas de la Iglesia Católica por medio de las enseñanzas que escritos como el Corpus Hemeticum, los oráculos caldeos y otros textos neoplatónicos o herméticos recogían.

Todos esos filósofos vivieron y medraron a pesar de sus roces con la Inquisición en la Italia renacentista lo que indica que el hermetismo corroía ya los cimientos de la Iglesia antes de la Reforma, aunque es innegable que sería en la Europa Protestante donde encontraría su asiento privilegiado. Probablemente al hecho de que príncipes protestantes como Federico V utilizaran el hermetismo como arma contra el Imperio de los Habsburgo y la Contrarreforma se debió el que dichas disciplinas quedaran aparcadas y se eclipsaran en gran medida en la corte papal y en las naciones católicas.

El hermetismo es desde luego gnóstico, la meta de todo buen hermetista es alcanzar la comunión con Dios mediante la revelación teúrgica, la recepción del nous divino o la palingenesia. La teurgia, la práctica mágico religiosa que consiste en la invocación de poderes sobrenaturales, ya sean ángeles, demonios o dioses, es lo que más nos interesa porque con ella entramos de lleno en el meollo de la célebre leyenda de Fausto.

Lo de invocar a seres invisibles, que son los verdaderos artífices del Colegio Invisible, era una práctica habitual entre los cabalistas y hermetistas premodernos que se volvió secreta una vez que optaron por convertir a la rama gnóstica de la ciencia en la nueva religión universal o la nueva superstición primero de los filósofos ilustrados y luego del pueblo que acude con frecuencia a la consulta del médico como el que acude a la cueva de la pitonisa.

Existen innumerables candidatos que pudieron servir de modelo al héroe o más bien villano legendario encarnado por Fausto. La leyenda no nació por azar. Y uno de los propuestos no es otro que John Dee autor del glifo de la Monas Hieroglyphica, el símbolo esotérico que ilustraría las invitaciones a la célebre boda alquímica de los rosacruces.

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Si es cierto que como Fausto, Dee decidió recurrir al auxilio de la potencias angélicas para ampliar los estrechos límites del conocimiento humano que lo atormentaban, sus esfuerzos resultaron al cabo completamente infructuosos. Una lectura atenta de la Biblia le hubiera revelado que los ángeles son emisarios divinos sujetos completamente a la voluntad de Dios y nunca acudirían a la invocación directa del hombre a no ser que se trate de un ángel caído. Dee, a pesar de toda la leyenda que lo rodea, nos parece más bien un claro ejemplo si puede llamarse tal del sabio despistado o del hombre de mérito confundido por el pícaro. Y es que los ángeles no entraron en la escena isabelina hasta la aparición fantasmagórica de Edward Kelly que a diferencia de John Dee carecía por completo de escrúpulos, condición indispensable para ganarse el favor de las potencias infernales que con tanta fortuna el falsificador desorejado Edward Kelly (desorejado, al parecer, por falsificador en Lancaster) acertó a conjurar. Nos llama poderosamente la atención que uno de los ángeles que acudieron a su llamada, un tal Uriel, le comunicara a Kelly según sus propias palabras que él y Dee debían intercambiar sus esposas. La escandalosa propuesta angustió a John Dee sobremanera y al cabo supondría el fin de su incómoda alianza. La fortuna le volvería la espalda a John Dee al final de su vida y es posible que en su ruina encontrara su salvación. Con todas sus hechicerías, Edward Kelly que figuró notablemente en la corte de Rodolfo II otro gobernante entusiasta de las ciencias ocultas, en este caso supuestamente católico, nos parece sin embargo un mero aprendiz de brujo comparado con Jacob Falk el Baal Shem de Londress que está sin duda detrás de la insólita expansión del movimiento masónico a mediados del siglo XVIII. Como le sucede a casi todos los aprendices de brujo, la accidentada carrera de Edward Kelly llena de altibajos acabaría de forma desastrosa. Jacob Falk, sin embargo, murió en la mayor opulencia y se convertiría en uno de los maestros titiriteros invisibles más importantes de la religión masónica que ha desencadenado dos espantosas guerras mundiales y ha convertido a la mayoría de los líderes mundiales, o al menos los más poderosos e influyentes, en sus más fieles adeptos. Los líderes masones son sin lugar a dudas los arquitectos de la falsa pandemia de coronavirus con la que se pretende hacer avanzar a marchas forzadas la instauración del nuevo orden mundial diabólico. Dudo mucho que Jacob Falk pueda permitirse el lujo de celebrar su triunfo en el infierno que debe de ser sin duda su morada presente y definitiva.

El proyecto masónico de instaurar un gobierno o dictadura mundial esotérica viene de lejos, Richard Popkin, nos revela en su obra «El trasfondo religioso de la filosofía del siglo XVII», que Luis de Borbón, el Príncipe de Condé, Oliver Cromwell y la Reina Cristina de Suecia soñaban con establecer un gobierno mundial del Mesías con capital en Jerusalén para lo cual debían ayudar a los judíos a liberar Tierra Santa y reconstruir el Templo.

El codiciado título de rey de Jerusalén ha hecho perder desde entonces la cabeza a toda una serie de líderes en la sombra que son los que mueven desde el siglo  XVII o XVIII los hilos de la política e hizo rodar por medio de sangrientas revoluciones la de Luis XVI y tantos otros.

La obsesión de los milenaristas cristianos por propiciar el fin de la dispersión y el retorno a Israel de todos los judíos como condición previa a la llegada del milenio es una de las mayores bazas con las que cuentan los sionistas y masones empeñados en la creación de un imperio universal con capital en Jerusalén liderado por su propia mesías: el Anticristo. Es esta expectativa irracional la que se encuentra detrás del racionalismo y el materialismo moderno concebido para desacreditar a todas las religiones menos una, que es la que prevalece en todas partes en la actualidad para nuestra gran desgracia: el satanismo, porque ¿Quién puede ser el mayor instigador de la divinización de la razón humana y del materialismo sino el príncipe de la materia corruptible y supremo rey de todo lo hediondo y putrefacto?

Las guerras de religión que arrasaron Europa provocadas en gran medida por la vanidad y la ambición desmedida de los poderosos hicieron nacer en muchos unas ansias de regeneración que esperaban alcanzar abrazando la herejía milenarista. El caso más representativo es el de Peter Serrarius deslumbrado por las prácticas expiatorias de los mesianistas judíos con las que pretendían propiciar el triunfo del supuesto mesías Sabbatai Zevi.

Serrarius pensaba erróneamente que Sabbatai se convertiría en el rey de los judíos y desencadenaría la conversión en masa del pueblo hebreo al cristianismo y su sometimiento al verdadero rey de reyes.

David Livinstong nos infoma de que tan pronto como llegaron noticias sobre el movimiento sabateo a Ámsterdam, Serrarius se dedicó a publicar panfletos en inglés y holandés que anunciaban la inminente llegada de la era mesiánica. Murió en 1669 cuando se dirigía a Turquía para reunirse con el falso mesías.

Vemos pues que si unos abrazaron con fervor la herejía del milenarismo hartos de las contiendas que ensangrentaban Europa, otros se decantarían más tarde por el equívoco culto de la razón del hombre que consideraban falsamente neutral y aconfesional y que deriva en realidad de otra religión: la de la gnosis, una religión que los racionalistas desconocían y desconocen probablemente en gran medida y cuyos postulados ya habían reelaborado según su propia tradición algunos cabalistas judíos dándole ciertos visos de ortodoxia. Las tendencias nihilistas y antinómicas que se apuntan en la gnosis y ciertas ramas de la cábala se desarrollarían plenamente según un autor como David Biale con el movimiento sabateo.

El racionalismo del “rosacruz” Descartes y tantos otros parte de dos falsos presupuestos: la pretendida autonomía de la razón y la supuesta infalibilidad de las matemáticas. Pero la razón humana está muy lejos de ser autónoma, está completamente sujeta a la influencias de los seres sobrenaturales – ya sean benévolos o malévolos- a los que los racionalistas pretenden inútilmente darle la espalda, situándose de esta forma cara a cara con el príncipe de la materia tanto si lo invocan como si no lo invocan.

Es sumamente improbable que Descartes perteneciera al círculo más secreto de los rosacruces. No nos proponemos poner en duda la honestidad intelectual del filósofo que sería en todo caso uno de los agentes, involuntarios sin duda, del flanco exotérico del movimiento del que hablaremos de inmediato.

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Y es que la labor desmitificadora de Isaac Casaubon que señalamos previamente y que despojó a los textos herméticos de ese aura de sabiduría primigenia y ancestral supuestamente incorrupta no desligó como pretenden algunos a la ciencia moderna de la magia y el hermetismo y la volvió racionalista, simplemente hizo que los artífices secretos de la modernidad ocultasen los fundamentos religiosos gnósticos de la misma. Ese hábil ocultamiento provocado o no por la obra de Casaubon ya había sido cocinado en los laboratorios rosacruces probablemente a principios del siglo XVII y fue sin duda lo que confundiría a Descartes y tantos otros.

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Y es que aquí nos encontramos frente a las dos caras de la religión moderna: el luciferismo y el racionalismo, la vertiente esotérica y la exotérica de la cábala o el hermetismo gnósticos. La primera la propia de los iniciados llamados a dirigir el mundo en la sombra, la segunda la utilizada para desacreditar a todas las religiones y convertir a la ciencia gnóstica supuestamente desvinculada de toda revelación divina en la nueva religión.

Una figura como la de Marin Mersenne es sumamente sintomática, dedicó su vida a luchar contra el hermetismo, la alquimia y la magia natural y creyó servir a Dios defendiendo al racionalismo cartesiano y decantándose por el mecanicismo, la absurda doctrina que pretende explicar el mundo exclusivamente en términos de materia y movimiento y atribuye a todo fenómeno una casualidad meramente material o física.

No entendemos como Mersenne podía pretender servir a Dios defendiendo una teoría que identifica el mundo real con el mundo material y que refuta de forma contundente la existencia de seres sobrenaturales, los mismos que invocaban los fundadores de la ciencia moderna gnóstica y que siguieron invocando a puerta cerrada los verdaderos gobernantes secretos de este mundo.

Mersenne jugaría para muchos un papel clave en el desencadenamiento de la revolución científica que consiste simplemente en convertir a la ciencia en la nueva religión, en el nuevo absoluto; y no cualquier ciencia, porque hay muchas, tantas como credos, sino a la ciencia basada en la cábala y la gnosis cuyos presupuestos determinan en todo momento la dirección de la misma. Una ciencia en gran medida maléfica, porque los inventos o descubrimientos benéficos de la ciencias contemporáneas serían en nuestra opinión, la obra de los “herejes” de la religión gnóstica, descubrimientos que los financiadores de la ciencia “oficial” descartarían o estigmatizarían o no de acuerdo con sus intereses, los ortodoxos de la misma se aplican de forma inconsciente en la mayor parte de los casos a la destrucción del hombre y del mundo y nos han colocado junto a un abismo, al borde del cual se halla la salvación como quería Holderlin siempre que no caigas en él de cabeza. El vértigo ante el abismo que experimenta el lúcido es la clave de la salvación siempre que lo vislumbre y retroceda a tiempo.

Esa y no otra, es preciso repetirlo mil veces a fin de desprogramar a los incautos, fue la finalidad de la revolución científica: convertir a la ciencia gnóstica en la nueva confesión inconfesable o no confesada en todas partes; de la misma forma que la finalidad de la revolución francesa y rusa que se calificaba a sí misma de científica, fue esclavizar a las masas, acabar con el Cristianismo y sentar en el trono de Dios a una ramera, a una prostituta. Ya la libertad guiando el pueblo de Delacroix nos enseña aguerrida una teta como si fuera una especie de amazona. ¿Porqué una? Porque para Delacroix, intimo de Robespierre, resultaría más excitante. Luego nos enseñaría las dos y desnudaría su sexo presa de furor uterino que arrasaría Europa y cabalgaría triunfante por las estepas siberianas. Era en realidad la Hiena de la Puszta del barón de Masoch convertida en comisaria del pueblo. Ahora sabemos a dónde conducía al pueblo la libertad de Delacroix: al potro de tortura, al campo de trabajo a destajo a cambio de una ración miserable de comida que mantenía al pueblo esclavizado al borde de la inanición.

Desde el momento que la ciencia se declara independiente de la religión como pretenden los revolucionarios científicos se convierte en una religión, una religión cuyos presupuestos es preciso desvelar extrayéndolos del subconsciente del científico que es donde los enterraron los nigromantes ocultistas. Los presupuestos religiosos preceden las operaciones del científico, del matemático, del lógico y no los van a cambiar por muchas operaciones matemáticas que realicen, solo la inspiración o la revelación ya sea divina o satánica puede cambiarlas. No existe una ciencia independiente de los presupuestos religiosos, estos constituyen el punto de partida y lo que dirige consciente o inconscientemente la investigación científica; porque ¿qué es lo que busca un científico con sus experimentos? ¿Qué es lo que intenta demostrar? Para descubrirlo habría que sentar a aquellos que dirigen la investigación de los científicos a su sueldo -porque ya no existe la figura del científico independiente- y que siguen ciegamente sus directrices en el diván del psicólogo y bucear en su psique ya que ellos en la mayor parte de los casos se niegan a hacerlo.

Ese doble flanco de la gnosis se manifiesta también como hemos señalado en el campo de la política del presente donde los partidos de la izquierda y la derecha masónica simulan un enfrentamiento aparente al servicio de una camarilla secreta que redacta los programas de unos y de otros.

Si por algo se caracteriza el estado moderno es porque exalta hasta el delirio la centralización absoluta del poder en manos de los gobernantes secretos, es decir: los banqueros y financieros gnósticos de los que los políticos electos son solamente los títeres. Una centralización de la que el marxismo constituye la más perfecta expresión como que supone el monopolio exclusivo de toda actividad económica en manos del estado. O para ser más exactos de la camarilla de estafadores parásitos que lo dirigen y representan. Comparado con el estado moderno todas formas de gobierno previas resultan rudimentarias porque el poder no estaba centralizado en ellas de forma tan brutal, lo cual en el fondo sólo significa una cosa que los hombres gozaban en ellas de una mayor libertad.

La increíble amalgama de doctrinas religiosas que supone el hermetismo, síntesis de la cábala la gnosis el pensamiento helenístico, las tradiciones babilónicas o egipcias, combinado con su lenguaje a menudo sumamente críptico convierte al estudio de esa disciplina en un verdadero rompecabezas ¿pero cuáles son sus principios básicos? Uno de ellos desde luego consiste en una forma peculiar de panteísmo que está en la base de la sacralización actual consciente o inconsciente de la naturaleza considerada como diosa y madre, es decir como creadora y no como creada, y otro igual de determinante en considerar a la creación como un proceso en marcha y no como una obra ya consumada por Dios al comienzo de los tiempos, como sostienen de forma contundente las sagradas escrituras que numerosos cabalistas torcieron y tuercen a su antojo; un proceso del que el hombre es protagonista máximo y más tarde exclusivo o único. Ya para Isaac Luria Dios no sería más que el hombre en proceso de conocerse a sí mismo, los escogidos, la élite serían aquellos que han descubierto en sí mismo esa naturaleza divina o han accedido a ella poro medio de un conocimiento o inteligencia privilegiada, una élite que crea su propia ley a capricho. El resto de la humanidad son para dicha élite meras cabezas de ganado que es preciso colectivizar a toda costa.

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Tan pronto como quedó bien establecido el mito de la razón y el de la naturaleza como divinidades universales o abstracciones divinas, ángeles y demonios desaparecieron de la escena y se convirtieron en personajes literarios; es decir: fueron relegados a la escena teatral o al mundo del espectáculo en que se convertiría poco después el mundo. La realidad la pergeñan los leguleyos y sicofantes al servicio de la banca en la sombra y luego se emite por medio de los rayos catódicos de la tele que inducen en las masas alienadas un estado hipnótico. Si ángeles y demonios dejaron de ser reales, el mundo también iría perdiendo su realidad y su peso paulatinamente para los intelectuales y se convertiría en una simple representación teatral a las que eran tan adeptos los rosacruces. Los científicos ya no podrían jactarse de conversar con los espíritus invisibles que fueron los verdaderos artífices del colegio invisible sin perder credibilidad a no ser que quisiera convertirse a los ojos del mundo cada vez más irreal en simples comediantes que pronto se convertirían por su parte en políticos o viceversa. Los bufones de Hollywood serían la nueva realeza en un mundo convertido en una ficción hollywoodiense supervisada por los omnipresentes agentes de la CIA. Son meramente los títeres de los nigromantes como lo son los reyes y príncipes de la suprema orden cátara o masónica de Malta. La realidad del mundo sólo la prueba ya el fuego que nos quema las barbas después de quemar las del vecino. Un fuego sulfúreo. El fuego de las bombas de los mafia creada por el masón Mazzini y de los terroristas entrenados por el masónico MI6, el Mossad o cualquier otra agencia de inteligencia de un país u otro porque son ya todas la misma. Son los innumerables ojos de la bestia más o menos miopes dependiendo de lo cerca que se encuentren del centro.

Con la deificación de la razón humana supuestamente independiente de toda revelación se idealizó a las matemáticas cómo la única fuente de un conocimiento infalible. La infalibilidad de las matemáticas es algo que todavía se tiene que demostrar al mundo a excepción del pueblo crédulo que no las entiende y tan dado a supersticiones de todo tipo. Las matemáticas simples pueden resultar infalibles e irrebatibles, pero no sucede lo mismo con las operaciones matemáticas complejas. Lo mismo ocurre con la lógica que sólo parece irrebatible cuando produce enunciados tautológicos como A es igual a A. El pensamiento humano sin el auxilio divino se mueve entre la tautología y la aporía, los dos extremos desconcertantes de los no puede escapar. Está aprisionado entre la obviedad más simple, o la verdad de perogrullo y la contradicción irresoluble. Siempre tiene que apoyarse, si no quiere dar pasos de ciego o vueltas en círculo, el círculo mágico inaccesible de los gnósticos, en la revelación de un ser supremo. Todo, hasta las matemáticas tiene su fundamento sagrado, que habría que dilucidar, desvelar. Es seguro que para los matemáticos ciertas figuras geométricas números o símbolos como el símbolo del infinito tienen una connotación religiosa probablemente inconsciente ya que para la mayoría de los científicos el término religión está prohibido, la ciencia gnóstica es la nueva religión de la modernidad una ciencia que sin duda hunde sus raíces en los grimorios de la Edad Media.

La religión pitagórica debe de ser para los matemáticos la tentación más irresistible. Una religión dividida como todos los cultos gnósticos entre los grandes iniciados y los novicios o acústicos. Mientras que los primeros, también llamados esotéricos o matemáticos podían según San Hipólito hablar y expresar lo que pensaban acerca de las cuestiones científicas de las que se ocupaba la secta, los segundos sólo podían escuchar y cerrar la boca.

La religión pitagórica está más de moda que nunca, sólo que ahora, en vez de dos, tiene tres círculos y así podría decirse que el mundo entero se divide entre los maestros invisibles a cuyo servicio trabajan como autómatas los grandes matemáticos que cabría calificar de semi acústicos o pseudo gnósticos y los demás que somos meramente acústicos. O entre las mentes superiores dedicadas a experimentar con el hombre por medio de los ingenieros biológicos, y el resto de los hombres convertidos en ratas humanas de laboratorio o conejillos de indias entusiastas de la jeringuilla y del pinchazo como les pasa a los heroinómanos. Sólo que los heroinómanos al menos se evadían de la espantosa realidad fabulada por los nigromantes por unos instantes, los demás se hunden en ella de cabeza por puro masoquismo o adicción compulsiva a la aniquilación y la muerte.

En cierta forma la pesadilla de don Quijote se ha vuelto real.  El mundo en que vivimos es obra del encantamiento de un nigromante, los molinos son gigantes y las corderos son guerreros o lobos disfrazados de corderos; estamos literalmente encantados con la muerte y por la muerte. Don Quijote vive cuerdo y muere loco comulgando con una realidad que tenía las horas contadas, una realidad que muy pronto se volvería irreal, fabulada, sus delirios eran más lúcidos que sus juicios. Los nuevos molinos de viento son el negocio de los gigantes de la mafia que maquina un reinicio verde que es la expresión de los delirios lúbricos de una camarilla de viejos verdes. Son verdaderamente la avanzadilla de un ejército de gigantes que tienen los pies de barro y a los corderos pronto le saldrán colmillos de murciélago gracias a la ciencia moderna que surgió de los grimorios. Don Quijote desbarra cuando muere porque ha perdido la batalla contra el racionalismo moderno que ha impuesto su sinrazón en el mundo convertido en una fábrica no de sueños sino de pesadillas. La locura de don Quijote era profética y su cordura conformista. Entre bastidores los hechiceros cocinaban la nueva ciencia y se convertirían con el tiempo en sabios y en doctores honoris causa. Sus aquelarres los ritos de la nueva religión universalista donde criminales y terroristas son los sumos pontífices.

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