Se preguntaba el protagonista de “conversaciones en la catedral”, una de las grandes novelas de Mario Vargas Llosa, por “cuando se jodió el Perú” y, desde entonces, mucha gente se hace la misma pregunta sin encontrar respuesta para una situación, la de este país, que parece no tener fin.
En estos últimos meses el Perú se ha acercado a nuestra cotidianeidad por alcanzar unas cotas terriblemente negativas en la lucha contra la pandemia, como alguno de sus vecinos del continente americano, y como nosotros mismos cabría añadir. En medio de esa vorágine el país andino ha tenido que lidiar con una nueva crisis política, la enésima, y unas elecciones presidenciales que han visto alcanzar la victoria a Pedro Castillo, por un puñado de votos, sobre Keiko Fujimori.
A España no parece importarle mucho las cosas del Perú, pero alguna de ellas nos puede llegar, como parte de la coca que se cultiva y procesa en el VRAEM, acrónimo que esconde a los valles del los ríos Apurimac, Ene y Mantaro, este último, curiosamente, objeto de pregunta sin respuesta hace muy poco en el programa Pasapalabra. Un valle que se alza como primer productor mundial de ese producto maldito.
El señor Castillo, de profesión maestro rural, llega a la presidencia como producto de una situación inesperada –a nosotros ya nos sucedió con Zapatero- ya que el líder de su partido, Perú Libre, un estalinista de nombre Vladimir Cerrón, no podía presentarse a las elecciones por tener causas judiciales pendientes, y lo colocó a él con la intención clara de tutelarlo posteriormente. Una situación clásica que suele generar fuertes dolores de cabeza e inestabilidad política.
El señor Castillo me da miedo, lo confieso. En los últimos días se ha despachado con declaraciones tranquilizadoras respecto a sus intenciones políticas para el futuro próximo, y es que las campañas en Perú, fundamentalmente populistas, no dan para hacer mucha prospectiva, tampoco las promesas. Esas manifestaciones me resultan calcadas a las que hacia Hugo Chávez recién ganadas sus primeras elecciones en Venezuela. Y ya ven como está ese país.
Castillo quiere una nueva constitución, y eso también me preocupa; asimismo pretende desarrollar un sistema de milicias populares, que allí llaman rondas, una iniciativa que nació por pura necesidad en tiempos de Sendero luminoso y que ahora parece ser la base para algo más profundo y peligroso. Veremos cómo acaba.
Hoy, en su toma de posesión, se ha descolgado con un discurso indigenista cargado de perlas antiespañolas, con el rey de España allí presente, y reivindicación de un pasado feliz precolombino que ya solo utilizan los populistas nacidos y desarrollados en la precariedad intelectual y política, además de la social y económica. Cerrón, su tutor, de ideología castrista más que comunista, empujará hacia la radicalidad y Castillo, sin apoyos en la Cámara navegará entre esa pulsión y la de la realidad peruana. Puede ser una travesía tempestuosa.
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