Ya llevamos más de un año desde que despertamos de un largo sueño dogmático y nos acordamos que también el hombre se muere. Sin embargo, los medios de comunicación, en nuestros días, igual que en la aurora de la mentada pandemia, se han empeñado en crear narraciones alternativas a la realidad que siempre son favorables a los grandes empresarios del negocio de las vacunas.

Al inicio de esta paranoia, los mass media nos ofrecían imágenes de los trabajadores de la salud encapuchados de los pies a la cabeza. Era un escenario apocalíptico. Ni los médicos y científicos se ponían de acuerdo. Realmente parecía que era el fin de la especie humana.

Con todo y que la muerte es inevitable, «el hombre quiere perseverar en el ser», como dijera el filósofo Baruch Spinoza. Para lograr este objetivo, rápidamente se desplegaron desde los centros del poder mundial como la OMS, medidas que en un principio eran razonables. Pero en la medida en que era conocido el comportamiento real del virus, perdieron su eficacia.

Algunos países no implementaron cuarentenas y fueron duramente criticados por las instituciones que controlan la salud a nivel mundial. Pero sus números en casos y decesos comenzaron a descender. En cambio, aquellos países que implementaron cuarentenas más largas y rigurosas presentaron más casos de contagios y muertes.

En nuestro país algunos líderes religiosos católicos querían expresamente que el gobierno decretara encierros masivos bajo la idea populista de que «la vida debe estar por encima de la economía», como si eso fuera tan sencillo. Sin embargo, tal sugerencia no era ni por sombra la mejor decisión para el que salía diariamente a buscar su alimento, o sea, la mayor parte de los ciudadanos nicaragüenses.

Con todo y que no tengo afinidad política con el gobierno sandinista, fue acertada la decisión de no imponer ninguna cuarentena porque en un país que se encuentra en los primeros puestos de pobreza a nivel mundial, tal imposición habría significado una mayor extensión de la inopia.

Muchas otras cosas han ocurrido durante la tiranía sanitaria, por ejemplo, la introducción de nuevos lenguajes del tipo nueva normalidad o uno bastante común en nuestros días: bioseguridad. Prestemos atención al término.

El Diccionario de la Real Academia nos informa que la palabra seguridad tiene tres definiciones y seis ámbitos diferentes donde se encuentran hasta tres formas distintas de definir la palabra en cuestión. Como es fácil manipular las palabras (lo que suelen hacer los medios de masa) entonces es importante ser precisos.

Así, nos encontramos que un buen sinónimo de la palabra seguridad es asegurar o aseguramiento. Por otra parte, el término bios nos refiere a la idea de vida. Un poco más sencillo. Con esto ya podemos definir el concepto bioseguridad como una acción o acciones encaminadas a asegurar la vida. ¿La vida de quién?

Veámos porqué la insistencia en el uso de las mascarillas y de las otras medidas de bioseguridad. Pensemos en tres. La primera es por temor: evidentemente nadie se quiere morir. Sin embargo, el segundo caso es más profundo.

El que no porta su mascarilla puede ser interpretado de dos maneras: por una parte, tiene posibilidades de ser el canal del virus y transmitirlo a los demás. En segundo lugar, es un «anarquista» o si se quiere usar otra palabra, es un rebelde que desacata y desafía a la autoridad establecida, autoridad a la que todo el mundo cree que está obligado a obedecer. Es un peligro doble.

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Este rebelde pone en duda mi sentimiento de pertenencia a la causa común. Yo no puedo ser como ese que es un desalmado social que no le importa el bienestar de su prójimo. Al contrario, yo tengo que presentarme a los demás como alguien bueno, responsable y generoso con el otro en estos tiempos de dolor.  Nadie me daría el reconocimiento público y no tendría una buena reputación sino me comporto como se comportan los demás. Así, el anárquico que no lleva su tapabocas, debe ser tratado de una manera desigual, hay que excluirlo, hay que meterlo en cuarentena…no por estar enfermo si no, por desacato socio-político.

La tercera razón se deriva de las anteriores. Dado que todo es impostura, como buen hipócrita debo adherirme a la opinión mayoritaria, aparentar que me preocupo de mi prójimo cumpliendo las medidas de bioseguridad, repetir las mismas consignas para mostrarme como buen ciudadano, y en los casos más eximios: ejemplar cristiano para los demás.

Para el que tenga el interés de empezar alguna campaña masiva y proselitista después que termine la pandemia, puede echarle un vistazo a la lista de las 10 enfermedades que generan más muertes en el mundo según los datos de la OMS; quizás de esa manera conserve la reputación que se ha ganado por el cumplimiento de las medidas biosecuritarias que impusieron los que tienen el poder para hacerlo.

Así que los que están empecinados y fanáticamente predispuestos al cumplimiento de las famosas medidas de bioseguridad lo harán por temor o hipocrecía… o por temor e hipocrecía, juntamente.

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