La idea que, desde hace décadas, se vienen desarrollando por los globalistas, configuración actual del marxismo-capitalismo, es la de procurar que no se cambie la conciencia de los hombres mediante sus acciones individuales, para que a renglón seguido, como consecuencia de cambiar su pensamiento, cambie su ser; sino que la acción sobre este proceso del cambio del ser de los hombres se debe hacer modificando sus costumbres, sus hábitos, sus condiciones materiales de vida (¿no os suena al nuevo reinicio?), para que como consecuencia, al cambiar su ser, se cambie expresamente su pensamiento y su ideología.
Por eso, para esa élite globalista opuesta al patriotismo, la transformación debe ser de la realidad social y no de la conciencia. Porque, para ellos, “la moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología que forme las conciencias humanas con los valores y las virtudes de siempre, hay que hacerlas desaparecer, silenciando en todos los medios de difusión su existencia y función, como si jamás hubiesen existido; para después, una vez haber hecho desaparecer la apariencia de su propia sustantividad, denigrar las consecuencias de su práctica dando lo mejor de sí mismos, e incentivar todo lo material, lo grosero, lo animal, lo deshonroso y pervertido, enalteciendo todo lo inicuo, deshonesto y antinatura.
Una vez encauzada la sociedad en ese proceso, carecería de su propia historia y de sus propios desarrollos, y consecuentemente los hombres tendrían que desarrollar sus producciones materiales, y al producirse ese intercambio de lo material por lo espiritual, esto es, al cambiar esta realidad de sus vidas con sus pensamientos y los productos de sus pensamientos, no serían las conciencia las que determinasen sus vidas, sino sus propias vidas las que determinaran sus conciencias. Es decir que la predicación moral perdería todo su carácter positivo.
Así mismo, el doctor “cum fraude” y su equipo, haciendo suya la teoría materialista de que los hombres somos producto de las circunstancias y de la educación (ojo al parche) y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que somos los hombres, precisamente, los que hacemos que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Sin embargo, haciendo oídos sordos y obedeciendo al globalista de turno que mueve los hilos, con su nueva ley educativa, quiere conducir a nuestra juventud, como clones asexuales, bajo la perspectiva del género, a la división forzosa de la sociedad en dos partes, una de las cuales, al no aceptar el adoctrinamiento, quedaría siendo pueblo consciente de su propia idiosincrasia, y la otra, una vez instruida, sería la sometida, como masa amorfa, a los dictados globalistas de la antipatria. Es un paso más a silenciar las homilías y enseñanzas religiosas.
Por estas y otras condiciones materiales con las que se nos pretende cambiar nuestro pensamiento, silenciando y ocultando las virtudes, que en nuestra civilización cristiana, son fundamento y alimento de nuestro ser, hoy quiero, en la medida de mis fuerzas, actualizar su recuerdo, su vigencia y su habitual práctica, ya que permanecer mudo ante tan maligno adoctrinamiento -incluso efectuado con decretos de ley-, sería condescender colaborando con nuestro enemigo, que es el de Dios: el socialcomunismo. Razón, más que suficiente, para sacarlas a la luz y divulgarlas para bien de cuantos queramos ordenar nuestras acciones a Dios mismo, las ejercitemos poniéndolas en práctica y dar lo mejor de nosotros mismos.
Tras esta obligada introducción y sin más preámbulo, paso a dar remembranza a las virtudes olvidadas.
El término virtud deriva del vocablo latino “vir”, varón, el cual a su vez viene de “vis”, fuerza. De esta manera la virtud, en un sentido originario, sería la fuerza propia del hombre. Y desde esta significación física el término fue adquiriendo una significación analógica más espiritual y finalmente moral. La virtud es un hábito operativo bueno. Es una disposición permanente que inclina, de un modo fuerte y firme, a una potencia para actuar conforme a la recta razón. Por eso constituye una cierta perfección o complemento de la potencia. El nombre de virtud denota una cierta perfección de la potencia. Ahora bien, la perfección de cada ser se considera principalmente por orden a su fin. Pero el fin de la potencia es el acto. Por consiguiente, se dice que una potencia es perfecta cuando está determinada a su acto.
Las virtudes son una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas.
“El objetivo de una vida virtuosa, nos dice San Gregorio de Niza, consiste en llegar a ser semejantes a Dios”.
La teología cristiana, a partir del estudio de las escrituras, en comparación a las virtudes filosóficas, ha determinado los conceptos de llamar virtudes teologales o virtudes teológicas los hábitos que Dios infunde en la inteligencia y en la voluntad del hombre para ordenar sus acciones a Dios mismo. Tradicionalmente se cuentan tres: la fe, la esperanza y la caridad. Junto a estas, suelen citarse como complemento en el ámbito de las llamadas virtudes infusas a las virtudes cardinales, sobre las que descansa y girar toda la moral humana y estas son: prudencia, justicia, fortaleza y templanza
Estas virtudes cristianas son las mismas para todas las épocas.
La fe (del latín fides) es la seguridad o confianza en una persona, cosa, deidad, opinión, doctrinas o enseñanzas de una religión, y, como tal, se manifiesta por encima de la necesidad de poseer evidencias que demuestren la verdad. También podemos definirla como la creencia que no está sustentada en pruebas, además de la seguridad, producto en algún grado de una promesa.
La esperanza es la virtud por la cual el hombre pasa de devenir a ser. Y es la virtud infusa que capacita al hombre para tener confianza y plena certeza de conseguir la vida eterna y los medios, tanto sobrenaturales como naturales, necesarios para alcanzarla, apoyado en el auxilio omnipotente de Dios. Es por consiente la virtud teologal por la que aspiramos al reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo.
La caridad es la virtud teologal por la cual se ama a Dios sobre todas las cosas por Él mismo, y por amor de Dios amar a la Santísima Virgen y a los prójimos como a nosotros mismos. La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión
La prudencia es el comportamiento orientado hacia la felicidad, la virtud de actuar de forma justa, adecuada y con moderación. Entendida ésta, como la virtud de comunicarse con los demás por medio de un lenguaje claro, literal, cauteloso y adecuado, así como actuar respetando los sentimientos, la vida y las libertades de las demás personas. Actualmente se ha impuesto el significado de actuar con precaución para evitar posibles daños.
En la doctrina cristiana, justicia es una de las virtudes cardinales, cuya práctica establece que se ha de dar al prójimo lo que es debido, con equidad respecto a los individuos y al bien común. La justicia de los hombres con Dios es denominada “virtud de la religión”, correspondiendo a su debida adoración y culto, entendiéndose este deber como supremo acto de fe.
En la teología católica, la fortaleza es una de las virtudes cardinales que consiste en vencer el temor y huir de la temeridad.
La templanza es la virtud cardinal que recomienda moderación en la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. En un sentido más amplio, los académicos la definen como sinónimo de “moderación, sobriedad y continencia”.
La verdad es un ayer, hoy y siempre. Hoy se pretende adaptar el Evangelio al mundo. San Pío X denunció esta tentativa en la Exhortación Apostólica “Haerent ánimo” el 4 de agosto de 1908: “Sólo aquel que no se acuerde de las palabras del Apóstol: ‘Porque Él, a los que preconoció, los predestinó a ser conformes a la imagen de su Hijo’ (Romanos 8, 29), sólo aquél -digo- podrá pensar que las virtudes cristianas son acomodadas las unas a un tiempo y las otras a otro”.
Cristo es el Maestro y el ejemplo de toda santidad, a cuya norma se ajusten todos cuantos deseen ocupar un lugar entre los bienaventurados.
Ahora bien: a medida que pasan los siglos, Cristo no cambia, sino que es el mismo ‘ayer y hoy, y será el mismo por todos los siglos’ (Hebreos 13, 8).
Por lo tanto, a todos los hombres de todos los tiempos se dirige aquello: ‘Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón’ (Mateo 11, 20): y en todo momento se nos muestra Cristo ‘hecho obediente hasta la muerte’ (Filipenses 2, 8).
También aquellas palabras del Apóstol: ‘Los que son de Cristo han crucificado su carne con los vicios y las concupiscencias’ (Gálatas 5, 24) valen igualmente para todos los tiempos”.
Si Cristo siempre es el mismo, su Evangelio es invariable, y también las virtudes que Él infunde en nuestra inteligencia y voluntad. Es, pues, falso que se deba modernizar la doctrina de Cristo, adaptar su mensaje, esencialmente sobrenatural, a una propaganda puramente sociológica o política, como si el Señor fuese un pensador a la manera de tantos otros que se ocuparon de cosas temporales, no el Hijo divino que nos llamó de parte del Padre a su Reino eterno, prometiendo darnos lo demás por añadidura y dejando al César el reino de este mundo.
Por tanto, concluimos, las virtudes cristianas son las mismas para todas las épocas, y los hijos de la Sinagoga de Satanás, por más que se empeñen en ocultarlas, silenciarlas y deshonrarlas, morirán enrabiados porque se les acabará antes el tiempo, Nuestro Señor Jesucristo está al mando de la Creación.
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