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Análisis

¿Por qué no soy liberal?

En mi anterior liberalismo debo admitir negligencia intelectual pues debí desde un principio haber indagado hasta entender tal doctrina en su sentido más profundo.

LIBERALISMO

¿Por qué no soy liberal? Antes de contestar, de más no esta que diga el por qué sí antes me consideraba libertario. Era liberal por afecto, ya que era una doctrina que me gustaba por la facilidad con que se podían justificar mis actos.

La idea de legitimar las acciones en el consentimiento voluntario, me resultaba apetecible. Eso me abría un mundo de posibilidades que de llevarlas a cabo, las justificaría en el principio de la libre concurrencia de las partes involucradas.

Sin embargo, tengo que admitir que nunca me había leído un texto que expusiera la doctrina liberal. Estas ideas las adquirí frecuentando las plataformas de los centros de pensamiento liberales, que fácilmente se pueden encontrar por internet, en redes sociales, como Facebook o Youtube.

En esos foros se presentaban ecónomos, sociólogos, filósofos y toda una pléyade de intelectuales que decían estar a favor de las ideas de la libertad. Por lo mismo, el hecho de que fueran eruditos los que exponían tales doctrinas me resultaban aún más convincentes.

Pensaba que si expertos en la materia y de diferentes ramas del conocimiento defendían al liberalismo, es porque de alguna manera tenía que ser un sistema de ideas funcional y por lo tanto, deseables por útiles en sí mismas.

Pero esas creencias se debían a que no me había puesto yo mismo a hacer el trabajo que tenía que hacer. Debo igualmente admitir negligencia intelectual pues debí desde un principio haber indagado hasta entender tal doctrina en su sentido más profundo.

En mi ignorancia también creía que era la tendencia más orgánica posible y que (¡terrible ingenuidad!), todos deberíamos de volvernos liberales porque luchaba en contra del comunismo, ideología que era como la enemiga del género humano. Así que transformé las ideas liberales en un deber ético por cuanto creí que el liberalismo era la respuesta al nefasto comunismo y que por lo tanto, debíamos militarlo.

Con el paso del tiempo me fijé que muchos intelectuales cuestionaban al liberalismo y no eran necesariamente comunistas. Sus críticas, sí, eran más del tipo económico. Por supuesto  igualmente estaba convencido que el capitalismo liberal era la solución al problema de la pobreza y el atraso de los países del Tercer Mundo, como lo es el mío.

Por último, no veía contradicción o conflicto entre lo que era mi Fe Católica y la doctrina liberal porque era principio trascendente de ambas posturas, la libertad individual. Pero claramente no la entendían en el mismo sentido. Hay una cosa más: nunca escuché a un jerarca católico pronunciarse en contra del liberalismo por lo que asumí que eran condescendientes y admitían tal doctrina sin ningún problema.

Pero cuando decidí tener un convencimiento lógico y epistemológico del liberalismo que decía profesar, es decir, cuando busqué justificaciones racionales para militarlo, fue cuando empecé a descubrir los errores, ahí descubrí que el liberalismo era más problema que solución.

Lo que ignoraba y que me hubiera ahorrado tiempo y recursos si lo hubiera conocido antes, era que la Iglesia tenía su propio pensamiento social, político y económico. Algo que ningún sacerdote u obispo me enseñó. En este punto, lo que yo descubrí fue la Tradición de la Iglesia y su magisterio ordinario en temas de índole civil. Eso me cambió radicalmente.

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Descubrí la beligerancia de la Iglesia Católica desde los tiempos alborales de la civilización occidental y de cómo la Iglesia misma acabó por darle forma a esta eminente civilización.

La Iglesia precede y ha precedido a liberales y comunistas, protestantes o anarquistas. La Iglesia estuvo muchísimo antes de la aparición de todos los sistemas de pensamiento moderno que son, como dijera Chesterton: herejías, porque tomaron una doctrina fundamental católica y la proyectaron como doctrina absoluta.

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Fue la Iglesia quien articuló la doctrina de la justificación por la Fe en los escritos de San Agustín de Hipona, allá por el siglo IV y V y aún así, Martín Lutero creyó haberla encontrado en el siglo XVI. Fue la Iglesia quien desarrolló un concepto íntegro de comunidad por boca de autores eminentes y, sin embargo, el comunismo lo desintegró para transformarlo en un principio absoluto, tirano y totalitario que diluye al individuo en la colectividad.

La Iglesia Católica expuso el concepto de libertad individual para que los liberales después, desarticulándola de su centro católico, hicieran de la libertad, principio absoluto, tirano y totalitario porque sobrepuso al sujeto por encima de Dios y de la comunidad a la que pertenecía.

Como bien podemos apreciar, todas estas doctrinas modernas son doctrinas católicas pero desarticuladas de su centro. Y así fue como al descubrir todo esto me di cuenta que estaba incurriendo en un pecado mortal. Pero ¡Oh ignorancia! A veces tienes el poder de salvarle la vida a tantas personas.

Entonces ¿Por qué no soy liberal? Porque al ser una herejía, es un pecado mortal y, dado que la salud del alma es primero, no me es lícito que con mi libertad escoja el mal. Esta es la gran diferencia de lo que el catolicismo entiende por hombres libres. Para un libertario la libertad es fín en sí misma y por lo tanto, al ser humano no se le puede imponer nada que él no haya elegido. No se puede intervenir para que el hombre no elija cometer el mal.

Aunque tengamos el deseo interior de limitar a una persona para que no escoja la maldad, nos debemos abstener porque de lo contrario, estaríamos violentando su tan preciosa libertad. Pero el problema es que ningún hombre es más libre por escoger el mal, en realidad, es volverse esclavo. Sin embargo, intentar ponerle límites a la libertad es para un libertario cometer un pecado mortalmente liberal. Es como una forma de sempiterna condenación.

Si entendemos, pues, la libertad en este sentido, es decir, sin trabas o intervenciones: todo vale, todo está permitido mientras haya consentimiento de las partes implicadas en el proceso. No importa si la acción es justa o injusta, buena o mala. Nada de eso es relevante. Si alguien lo quiere, entonces es suficiente y por lo tanto ahí se acaba la discusión.

El liberalismo hace como si las acciones humanas fueran enteramente mecánicas, enteramente transaccionales. Pero ahí es en dónde radican las trampas del liberalismo porque es como dice aquel dicho; que «el diablo se encuentra en los detalles»…

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