Cada día es más común escuchar quejas y críticas sobre la uniformidad de los medios de comunicación, y sobre el dominio de los mismos por parte de la progresía, y es cierto que la progresía, y las élites económicas, han sido capaces de establecer un dominio absoluto sobre la poca prensa escrita que aún existe, sobre las televisiones, las radios y las redes sociales.
De este dominio parece no escapar nadie, por eso muchos católicos en todo el mundo manifiestan cada día más su deseo de tener un medio global y potente para transmitir la Buena Nueva, y ese deseo siempre es refrenado por la misma disculpa: falta dinero.
Como siempre el demonio con sus tretas trata de justificar la inacción de aquellos que dicen ser católicos, que creen tener algo que comunicar, pero que se quedan en sus despachos y gabinetes bajo el pretexto de no poder hacer nada para combatir el imperio mediático del mal.
Quizá todos deberíamos volver a releer (y algunos a leer por primera vez) el libro de los Hechos de los Apóstoles, y preguntarnos que dinero tenían los primeros cristianos, con que medios de comunicación contaban, y preguntarnos si ellos no se opusieron, y triunfaron, frente a un imperio que todo lo absorbía, y que todo lo ocupaba.
El siglo XIX sigue siendo maestro en muchas cosas, pero sobre todo en el impulso que los publicistas católicos fueron capaces de dar a la difusión del Evangelio, y ellos tampoco contaban con grandes medios económicos, aunque si estaban sobrados de dos cosas: fe y coraje.
Efectivamente, a los católicos actuales nos falta fe, esa fe que es necesario para comprender que nuestra nave no avanza por la fuerza de nuestros remeros, sino por el viento del Espíritu Santo, y coraje para liarse la manta a la cabeza y salir al combate en campo abierto, sabiendo que nuestra espada y nuestra pluma serán guiadas por el Arcángel San Miguel.
Es necesario que todos los católicos nos demos cuenta que hemos de dejar de pensar en la temperatura ambiente, y en lo políticamente correcto, y que haga frio o calor es necesaria nuestra presencia en los pocos medios escritos con los que contemos, en los medios digitales amigos, y en las televisiones y radios que todavía nos dejen espacio digno para la defensa de nuestros principios, pero si estos espacios no existieran, es necesarios crearlos con el único patrimonio de la fe.
Pero igualmente es necesario darse cuenta que el publicista católico no es solo el que interviene en los medios, o el que escribe en los periódicos, sino que publicista católico es todo aquel que utiliza las redes sociales para difundir la verdad, que hace uso de los medios digitales para defender la doctrina sana, y ante todo, publicista católico es todo aquel que aprovecha la conversación con su vecino, la charla con su compañero de trabajo, y la conversación del café para difundir la buena nueva del Evangelio; por eso dejemos los lloros y los sueños para otros, y empecemos la lucha que abandonamos hace tiempo vestidos únicamente con la armadura de la fe.
Carlos Mª Pérez- Roldán y Suanzes- Carpegna
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