Por Daniel Lasa
Benedicto XVI, en el discurso ofrecido el 22 de diciembre de 2005, se refirió a la existencia de dos hermenéuticas en relación a la interpretación del Concilio Vaticano II. Por un lado, la de lareforma en la continuidad; por el otro, la de la reforma en la ruptura.
En esa oportunidad, Benedicto expresó que la Iglesia, en la actualidad, tiene tres nuevas posiciones respecto de: a) la relación de la fe y la Iglesia con las ciencias naturales; b) el Estado liberal; y c) el vínculo con otras religiones. En los tres casos, sostiene Benedicto, puede verse una aparente discontinuidad, aunque se trata de una profundización de su íntima naturaleza y su verdadera identidad.
Benedicto quiere significar, a mi modesto entender, que esas verdades ya estaban presentes, de un modo virtual, en la doctrina transmitida por la Iglesia. El Concilio Vaticano II solo se ocupó de explicitarlas, manteniendo, de esa forma, una evolución homogénea de la doctrina católica.
La conciencia de Benedicto, fundada en una Verdad de naturaleza trans-histórica, sostiene que la Iglesia puede ir ganando en la comprensión de la misma, a lo largo del tiempo. Pero dicha comprensión, para ser legítima, deberá estar en consonancia con la verdad acogida y enseñada por la Iglesia desde su misma fundación.
Hacia una hermenéutica de la ruptura
Ahora bien, este modo de conciencia, dentro del seno de la Iglesia católica, ha sido reemplazado por otro. Y esta nueva modalidad se ha ido empoderando de los diversos ámbitos: seminarios, universidades, colegios, etc.
¿En qué consiste esta nueva perspectiva?
La misma ha surgido a partir del momento mismo en que el hombre ha cambiado la relación que mantiene con la realidad. Él ha pasado a identificar a esta con el devenir histórico. Por eso, dentro de su nuevo mundo, ya no hay lugar para una idea que haga referencia a la permanencia, a la eternidad. Y por eso, también, el abandono de la metafísica y su reemplazo por el positivismo y la fenomenología.
La potencia del espíritu humano ha quedado empobrecida, reducida al ámbito de lo que acontece. El hombre afirma conocer solo aquello que él mismo ha creado. Es decir: como él ha puesto las causas y condiciones de esa creación, (creación de factura estrictamente humana), por esa razón puede conocerla.
Obsérvese: en el pensar/obrar humano se ha registrado una verdadera revolución. En efecto, el intelecto abandona su finalidad natural de leer dentro de las cosas y pasa a convertirse en una ratio constructora. Si solo conocemos lo que hemos fabricado, nuestro horizonte de comprensión del ser se estrecha absolutamente.
Consecuentemente, ninguna esfera de la realidad podrá ser pensada en términos de algo absoluto o definitivo. Excepto, claro está, esta última afirmación, la cual queda a salvo de la contingencia histórica.
Todo se ha historizado: no solo lo interpretado, sino también quien interpreta. El sólido edificio en el que habitaba el ser ha sido abandonado y reemplazado por el constante devenir. Y dentro de este mundo lábil, absolutamente contingente, el hombre ha quedado desahuciado.
Fe católica vs. conciencia histórica
Cuando esta nueva mirada se enfrenta a la fe católica, determina que no puede asimilarla tal como existe. Para poder digerirla, esta fe católica debe ser transformada radicalmente.
La nueva conciencia asume el imperativo de Marx, expresado en su tesis IX sobre Feuerbach. Así como el mundo debe adquirir una nueva forma, de análogo modo, la fe debe sufrir un cambio sustancial. Y así como el filósofo alemán pretendía crear un hombre nuevo, así también la nueva Iglesia dará luz a un cristianismo diferente, plenamente humano.
En este sentido, la teología ya no podrá construirse a partir de un punto firme. Todo está sometido a la ley del cambio y, por eso, todo tiene un carácter de caducidad, de relatividad.
Desde aquí puede entenderse que la profesión y defensa de la verdad haya perdido todo sentido en la Iglesia actual, dominada por esta nueva conciencia. Los esfuerzos del catolicismo deben atender a las exigencias eventuales de la historia. Los teólogos católicos ya no deberán determinar qué filosofía resulta más apta para comprender la fe, evitando, de ese modo, que peligre su integridad.
La actual forma mentis exige resetear una nueva Iglesia, lo que significa, volver a empezar, re-formar y quitar los imprevistos reductos de resistencia que pudieran quedar. La filosofía del ser, o sea, la filosofía griega de la sustancia, debe ser superada definitivamente. Eso está clarísimo. Una inteligencia formada de acuerdo a la filosofía griega, como ya lo advertía Giovanni Gentile, es absolutamente refractaria a la conciencia histórica.
A partir del dogma de fidelidad a la historia, se buscará deconstruir el contenido de la fe católica para que el catolicismo se haga uno con los dictados históricos. Creo que la metamorfosis de sentido que ha sufrido la fe no registra parangón en la historia de la Iglesia.
La reinventada inteligencia de la fe, en oposición total a la de la Encíclica Fides et Ratio, no va a formularse desde una filosofía del ser. Lo que interesa es una nueva filosofía que esté en consonancia con la fluctuante conciencia histórica. Esta nueva filosofía, rica en categorías lábiles y cambiantes, será apta para adaptarse a todo tiempo y lugar.
«Si no creen, no permanecerán firmes»
Renglones más arriba referí que la fe católica, predicada por la Iglesia durante dos mil años, era renuente a conciliarse con la conciencia histórica. Por eso, la necesidad y urgencia, por parte de esta última, de socavarla y reformatearla.
Debemos considerar, ante todo, que la fe católica tiene por objeto permanecer. El texto de Isaías 7, 9, leído a la letra, expresaría esto: “Si no creéis no tendréis apoyo” (Cfr. Ratztinger. Introducción al cristianismo. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1979, p. 48).
Solo puedo apoyarme en algo sólido; solo puedo estar a resguardo sobre una roca firme. Y eso firme no es la historia, sino el Yo soy del Éxodo. Es la solidez de Dios la que nos promete la salvación: participar de la consistencia de su Ser, y liberarnos del pecado mediante la gracia.
La fe no puede surgir en el mundo exclusivo y excluyente del hacer. La fe solo puede manifestarse en un mundo en que los hombres privilegian el ver o el oír por sobre el hacer.
Tenía razón el maestro de Giovanni Gentile cuando, con insistencia, le mostraba a su discípulo un punto clave. Él decía que había que abandonar definitivamente toda concepción que piense al conocimiento en términos de visión. Afirmar que el primer acto de la inteligencia humana es “leer dentro de las cosas” supone sostener la existencia de una realidad que exige ser leída. Y si exige ser leída, luego, no ha sido puesta por la actividad de mi conciencia: ha sido puesta por otro. Quien piensa al conocimiento en términos de “visión”, irremediablemente termina sosteniendo el ámbito de la metafísica y de la religión.
Algo queda claro: cuando se abandona definitivamente la teoría se está renunciando a toda realidad que esté situada más allá del mundo histórico. Pero pensemos en las gravísimas consecuencias que se han seguido de todas las “teologías” que han seguido a Marx. Y aquí me permito situar, en la misma línea de las teologías de la liberación y de la secularización, a la denominada “teología del pueblo”.
La actual Iglesia, la que se ha derivado de posiciones decisionistas, avasalla todo. Comienza por aquello que más escozor le produce: la verdad (la destrucción de la verdad creída). Sigue por el bien (la destrucción de la verdad vivida). Termina con la belleza (la destrucción de la verdad celebrada).
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