Por Juan Manuel de Prada
El chusco episodio afgano nos confronta, una vez más, con la triste realidad de las intervenciones militares acaudilladas por Estados Unidos en Oriente Próximo, todas ellas desastres sin paliativos que sólo han servido para causar dolor por doquier y robustecer a los peores orcos, a veces mediante operaciones militares fallidas (como ha ocurrido en Afganistán), a veces deponiendo a los dictadores de la zona que sabían cómo mantener controlados a estos orcos. Todo ello, por supuesto, con la excusa de llevar hasta el último confín del atlas el evangelio negro de la democracia, que es el disfraz pudibundo con el que se disfrazan los intereses del Dinero.
En Afganistán los talibanes no han ‘conquistado’ el poder militarmente. Lo han hecho sin resistencia alguna del gobierno títere que sostenía Estados Unidos, en un traspaso de poder tan pacífico como la Transición española. Del mismo modo que en España tuvimos nuestros Pactos de la Moncloa, en Afganistán han tenido su Pacto de Doha, donde se fijó un calendario para la retirada de las tropas de la OTAN, a cambio de que los talibanes no amenazasen «la seguridad de Estados Unidos y sus aliados» (es decir, a cambio de que no entorpeciesen los intereses del Dinero). Estados Unidos es una potencia en decadencia que ya no pretende ganar guerras, sino tan sólo mantener conflictos que favorezcan los intereses del Dinero: hegemonía del petrodólar en las transacciones internacionales, sueños húmedos de la industria armamentista o de los conglomerados financieros, etcétera.
Cuando Estados Unidos y sus colonias invadieron Afganistán no lo hicieron para combatir el terrorismo ni parecidas zarandajas (entre los autores de la hecatombe del 11-S no había ningún talibán afgano, sino salafistas saudíes). Los soldados españoles que allí perdieron la vida lo hicieron en medio de una grotesca caza del gamusino que Estados Unidos montó para disfrazar sus verdaderos propósitos. Conviene saber, por ejemplo, que durante estos últimos veinte años la producción de opio afgano -cuyos campos de cultivo se hallaban bajo la directa vigilancia de las tropas americanas- se ha triplicado. Y es que Estados Unidos es una narcodemocracia de ámbito global.
A los tontos útiles de la izquierda caniche les preocupa muchísimo que los talibanes respeten los ‘derechos’ de las mujeres afganas (quienes, por supuesto, prefieren la sharía a las aberraciones ideológicas occidentales); y piden a los talibanes -‘risum teneatis’- que establezcan un ‘gobierno inclusivo’. ¡Bien poco importaban a esta chusma indecente los ‘derechos’ de las mujeres chiitas, cristianas, drusas o yazidíes que en Siria o Irak han sido asesinadas o violadas por los yihadistas financiados por Estados Unidos! Pero la izquierda caniche es, como ya hemos explicado, una quinta columna que sirve al Dinero con sus bazofias ideológicas, como los Estados Unidos lo sirven con sus bombardeos sobre la población civil, su patrocinio del yihadismo o sus traspasos de poder con los talibanes.
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